Es una afirmación bastante osada,
sobre todo cuando la lanzo habiendo visto pocas series. Ni un porcentaje honroso de series, he visto yo. Y es que aunque me
dedico a escribirlas, lo cierto es que me desesperan. Con frecuencia me parece
un formato tramposo, alargado artificialmente. A mí me gusta que me cuenten las
historias en el tiempo que tienen que ser contadas. Y si no, me sacan. Me
empiezan a aburrir. Así me pasó con Game of Thrones. Me aventé cuatro
temporadas muy entusiasmada, pero al ver que las tramas se abrían y se abrían,
y los personajes que brillaban al principio comenzaban a perder color, empecé a
quedarme dormida a la primera conversación susurrada entre algún Tyrell y no sé
cuál Barathion, en lo que a mí ya me sonaban a discursos más pretenciosos que brillantes...
Breaking Bad es la primera serie
que veo completa. Y me la eché en casi dos años, con sus buenas pausas. ¿Qué
tiene de especial? Quizá voy a decir una sarta de obviedades, sobre todo para mis
colegas del gremio, pero no me importa.
Para empezar, la historia es
formidable. Sólida, consistente. Más allá de si resulta atractiva para tal o
cual espectador a nivel subjetivo, se desenvuelve y se cuenta impecablemente.
Mantiene la tensión en la mayoría de los capítulos, y en las últimas dos
temporadas, en todos y cada uno de ellos. Logra lo que ninguna serie y lo que
pocas obras literarias: no tienes idea de cómo va a acabar. Ni siquiera
llegando casi al final. Podría terminarse en cualquier capítulo de los últimos
ocho. El tejido dramático es prolijo. Nada sobra. Todo encaja, todo
paga, todo está ahí por una razón. Es profundamente emocionante, para
alguien que se dedica a esto, comprobar que a
lo largo de sesenta y dos capítulos, todo lo que fue sembrado al principio, se
va cosechando conforme avanza la trama y se acerca a su final. Es un trabajo de
mesa fino, orgánico y robusto.
Y es que todo empieza por la premisa, que es clarísima e inamovible. Walter White (Bryan Cranston, actor capo de capos) un profesor de Química
inseguro y ninguneado pero brillante, descubre que tiene cáncer y pocos recursos
que dejarle a su familia, cuando se le presenta la oportunidad de
"cocinar" metanfetaminas.
Luego resulta que el cáncer entra en remisión, pero él ya está hasta las
rodillas en el negocio. Siempre tiene la posibilidad de dejarlo, pero resulta
que su producto es purísimo y tiene gran demanda y él se sigue enlodando más y más con el
pretexto de dejar protegida a su familia, aunque en el fondo es la sensación
vital y de potencia y control que su ser "malo" le genera, lo que lo
mantiene en esa espiral descendente y ascendente a la vez.
Como espectador, siempre tienes
perfectamente claro por qué están pasando las cosas, cuáles son las
motivaciones de cada uno de los personajes. Y al mismo tiempo, todo es impredecible. La historia te sorprende todo el tiempo. Y te sorprende con
verosimilitud, que es uno de los más grandes (y más difíciles) retos de la
escritura.
Otra de las cosas en las que se
nota este trabajo milimétrico de creación es en el desenvolvimiento de los
personajes secundarios. Los principales son magníficos. Pero lo que hacen con
los personajes secundarios yo no lo había visto en ninguna otra serie. Todos
arrancan con un perfil más o menos bajo y van creciendo hasta convertirse en
antagonistas portentosos. Así sucede con el implacable Gus Fring y con el mustio
y sanguinario de Tom y su familia de matones. Todos los villanos son muy
diferentes entre sí, las formas de peligro siempre son distintas, y la amenaza
siempre toca niveles de infarto, así se trate de los siniestros hermanos mexicanos
y el tío Salamanca o de cualquier otro narcotraficante. Y Walter White se los va torciendo
uno por uno, hasta no dejar ni uno vivo. Pero es a costa de sí mismo y de su
propia familia. Es un justiciero trágico y decadente pero increíblemente chingón.
Los demás personajes son maravillosos.
Nunca he conocido uno más intenso y revuelto que Skyler White, la esposa de
Walter, ni Anna Gunn mejor actriz para encarnarlo. La forma en que se va
marchitando, cómo termina demacrada, seca, sin luz en la mirada. La progresión que
sigue de la confusión al estupor a la rabia a la complicidad a la rebelión al
pánico y a la depresión franca. El arco de los tres personajes principales
(Walter, Skyler y Jesse) es brutal y está soberbiamente escrito y actuado. Hank
(Dean Norris) el agente de la DEA y cuñado de Walter, también es un personaje sensacional.
Gringo naco y bad ass pero listo como él solo y súper valiente. Él y Walter son
dignos oponentes, uno espera todo el tiempo que ambos ganen, aunque
antagonicen. Eso nos lo decía nuestro profesor de guión de cine en la maestría
y creo que es una de las cosas más difíciles de lograr en este oficio. Marie,
la esposa de Hank, con su cleptomanía y su obsesión por todo lo morado; Jesse (Aaron
Paul), que es un desmadre y un adictazo pero tiene corazón de pollo y acaba
arrastrado al despelote de Walter una y otra vez, aunque Walter siempre lo protege
y lo mantiene vivo hasta el final. Leí que el personaje iba a salir en la
tercera temporada pero entonces se le atravesó a la AMC la huelga de
escritores en el 2007, y Vince Gilligan tuvo
tiempo de reconsiderarlo, para fortuna de la serie. Walter Junior (o Flynn) que
es un sol de chamaco y podría no haber tenido parálisis, así como Skyler, su madre, podría no haber estado
embarazada al comenzar la serie. Pero lo estaba y todo sirve, todo suma. El que
haya un hijo con parálisis y una bebé recién nacida en ese contexto tan
violento, sólo sube las apuestas de todo. Nada tiene desperdicio.
El arco de Walter es espléndido y
es una de las cosas más brutales que he visto a nivel de trabajo de
personaje. Cada vez se vuelve más
sanguinario, más despiadado, más frío. Cada vez se vuelve más peligroso y más invencible.
Pero en lo hondo, nunca pierde el contacto con la forma de amor más pura
que conoce. Termina siendo el hombre más buscado por la ley, pero nadie le
reconoce que en el camino fue terminando con todos los criminales de la droga de
Nuevo México. Una épica trágica llena de paradojas y recovecos. La tragedia de
ver a un hombre en su máximo potencial, y perdiéndolo absolutamente todo al usarlo.
La historia está situada en
Albuquerque y toda la acción acotada a un año. Las dos
decisiones son perfectas. La atmósfera y el contexto desértico, plano y gris embonan con la historia y
todas sus necesidades de acción como un guante, y la decisión temporal ayuda a
compactar y marcar con precisión todas las pautas y todos los eventos. Leí que
a los actores sólo se les permitía un 1% de improvisación sobre el guión, y no
quiero sonar sangrona, pero creo que ese rigor le ayudó mucho al producto.
Otra cosa que me encanta de Volviéndose Malo (como le dice Andrés) es que dentro de su rigor se da el lujo de experimentar y jugar
con la tensión y los recursos dramáticos y visuales al límite. Un ejemplo es el
hilo conductor de la segunda temporada; este caos inexplicable en la alberca de
Walter donde se muestran piezas de un oso rosa de peluche bastante bizarro al principio de cada capítulo, hasta que todo encaja en el episodio
final. Es la única temporada en que se usa ese recurso, pero todas tienen sus
peculiaridades y sus sorpresas. Entre otras curiosidades, leí que la
serie tiene 62 capítulos porque en la tabla periódica es el isótopo
con que se trata el cáncer de pulmón. El último capítulo se llama Felina por Fe
(Hierro), Li (Litio) y Na (Sodio), elementos que están presentes en la sangre,
en la fabricación de metanfetaminas y en las lágrimas. Es decir, el final
de Breaking Bad podría titularse Sangre, meta y lágrimas. Qué chulada.
Breaking Bad es una obra maestra.
De todos los géneros, no sólo de la televisión. Yo en lo que más me fijo es en asuntos de
guión pero también está impecablemente filmada, editada, musicalizada,
producida, casteada, actuada y dirigida. Me alegro de haber nacido en este
tiempo y no antes, nada más por la suerte de haberla visto.
Celebro a Vince Gilligan y sus
secuaces porque en este mundo utilitario, plasticoso y de producción masiva de
entretenimiento, se dieron el tiempo de pulir una piedra hasta lograr una
joya como ésta. Y les agradezco por hacerme recordar que a las cosas que valen la pena
hay que dedicarles el tiempo necesario. No sé si mucho o poco, pero el
necesario. Las horas, las palabras, las ideas. Recordar que cada escena y cada cuadro cuentan. Que hay que cuidar lo que se crea. Que hay que hacer las cosas con
amor.
Y a ustedes, ¿por qué les gustó Breaking Bad?
Y a ustedes, ¿por qué les gustó Breaking Bad?