“This is precisely the time when artists go to work. There is no time for despair, no place for self-pity, no need for silence, no room for fear. We speak, we write, we do language. That is how civilizations heal.”
-Toni Morrison

viernes, 10 de febrero de 2017

Conchi en tiempo presente


Hoy, 10 de febrero, mi madre hubiera cumplido 82 años. Murió un 10 del décimo mes del año 2010, siendo el diez su número de la suerte. Dos semanas antes, alcanzó a conocer a Andrés, e incluso preparó su última fabada para recibirlo en su casa. Fue la única vez que se vieron. (Todos mis novios anteriores le habían caído mal, pero si algo nunca le falló a mi madre, fue la intuición). Escribí esto unos días antes de su partida, para que nunca se me olvidara cómo era. Ni a mí ni a mi descendencia. Lo tuve guardado hasta hoy, en que tuve ganas de compartirlo y de compartirla. 

***

Conchi es la segunda de siete hermanos. Tres mujeres, cuatro hombres.

Tiene un lunar café claro junto al ojo izquierdo.

Es medio ludópata. Durante mucho tiempo jugó lotería y cada vez que entra a un casino se pone como niña chiquita. No apuesta mucho, lo que le gusta es jugar. Mientras lo hace pone en práctica distintos rituales supersticiosos, como tocar la pantalla y jugar con sus números de la suerte.

No es realmente supersticiosa pero sí es muy de fechas, y de atribuirles características especiales. No se le olvida nunca un santo, ni un aniversario luctuoso. Para sus trámites usa las cifras de nuestros cumpleaños, o el de la fecha de su boda. 

Es pambolera selectiva y ocasional. En ciertos partidos (Alemania-México en 1986, por ejemplo) también ha aplicado lo de la mano en la pantalla, para enviarles vibras a los jugadores.

Su nombre completo es María Concepción Pérez Lamero. En algunos documentos aparece como Pérez y Lamero, y es un relajo. Por lo menos no se adjudicó el Noriega extinto de su padre, como otros de sus hermanos. Siempre le han llamado Conchi o Conchina. Algunas personas le dicen Conchita pero no le gusta. Yo le digo Conchis para molestarla. Su papá le decía Charal.

Le gusta mucho compartir. Esto se extiende a muchos ámbitos de su vida:

No es el tipo de mujer que se la pasa en la cocina, pero tiene un gran sazón. Lo que prepare le sale bien. Una sopa de fideos, una crema de espinacas, un pollo como sea. Son famosas sus conchas de marisco en Navidad. No se le da mucho la repostería.

Durante largo tiempo recibió y dio asilo a hermanos, cuñados, concuñas y sobrinos. Enfermos, viajeros, perdidos y separados encontraron cobijo en su casa. También en su casa se celebraron fiestas de cumpleaños y de compromiso, primeras comuniones, navidades y bodas. Lo único que nunca se le ha dado muy bien es lo de recibir, al principio, a los novios de sus hijas.

Se le complica dar regalos en Navidad y en cumpleaños. La estresa. Lo suyo son los regalos espontáneos. A veces son detallitos que se encuentra sin buscar y que compra al vilo. Las más, son cosas que guarda con esmero durante años, como sus alhajas, que no se ha aguantado las ganas de irnos heredando en vida a las hijas desde hace ya bastantes años; o prendas de ropa de su juventud que está segura nos pondremos algún día. Pese a todos sus esfuerzos, temo que nadie se va a quedar con ese abrigo de aztracán.

(Nombra las prendas de ropa: la chaqueta de Madonna, el abrigo de pirrín, los suéteres de Canadá, la blusa de Cristy).

Si mencionas que te gusta algo suyo, unos aretes, una falda, un perfume, te lo regala en ese instante y pobre de ti si protestas.

Si la necesitas, si intuye que la necesitas, se para de cabeza por ayudarte. Irá a Tepito para conseguir las plumas para tu disfraz; te esperará en el coche de madrugada para recogerte del campamento/la fiesta/la presentación; te pondrá las compresas frías y las inyecciones, te prestará el dinero, hará las llamadas, buscará el conecte, preparará la comida especial, comprará los vinos, revivirá la planta, te conseguirá los papeles. Aunque le cueste tenerte lejos, te apoyará en tu viaje largo y en tu mudanza, y le abrirá las puertas a quien tú decidas recibir. 

Si le toca invitar, invita con todo, sin restricciones.

Está pendiente de tu vida. Pregunta, se interesa. Sabe del primero de tus trabajos al último de tus achaques. Y también los de algunos de tus amigos.  Se preocupa consistentemente por tu salud.

Le fascina viajar. Como hija de inmigrantes, su vida ha estado marcada por el cruce de océanos.

Su primer viaje fue a la casa de su abuelita, donde vivió de los dos a los cuatro años de edad. Sus padres la visitaban los fines de semana mientras se reponía del todo, porque “era muy enfermiza”.

Después su familia se trasladó a Guadalajara. Ahí pasó su infancia y los años más felices que recuerda. Todo lo escribió hace poco en un cuaderno con varios tachones y las páginas huelen a flores de naranjo, a helado de limón y a dulces hechos a mano.

(De joven fantaseó con ser poeta y escritora. Lo cierto es que narra y describe con facilidad).

A los trece años, y en plena postguerra, aterrizó junto con su hermana en un internado de monjas en España. Lo pasó muy mal, pero aprendió muy buenos modales y una caligrafía exquisita pero un poco difícil de leer. En los veranos se desquitaba de la rigidez y el sofoco del internado dando largos paseos a la playa. Ahí vio por primera vez a un chico que idealizó con tal vehemencia que hasta hoy le duran los suspiros. Y desde ahí comenzó a viajar en los vehículos que mejor se le dan: la fantasía y la imaginación.

De vuelta en la ciudad de México se movió en camiones por una buena temporada. En camión se iba a la tienda de electrodomésticos donde trabajaba, y a las vecindades donde daba demostraciones. Era muy buena vendedora. Además lo prefería a cuidar de los cuatro hermanitos que había entonces en la casa.

En cuanto pudo, hizo un viaje largo. Esta vez se subió al avión vestida de traje sastre y guantes, como se estilaba subirse entonces a los aviones. Aterrizó en París, y lo primero que hizo fue tomarse un café en los Campos Elíseos.
(No sé si antes o después, tomó un cursillo de francés y todavía le gusta repetir las tres o cuatro frases que se aprendió. Suele dar las buenas noches diciendo bonsoir petit enfant).

En ese viaje, que duró un año, tuvo muchas aventuras. Durmió con su amiga Maru, que era actriz y muy locuaz, en un camarote de cuarta con dos prostitutas rumbo a Jordania. Luego, de pura suerte, trasnochó en un hotel de lujo en el Cairo. Sin planearlo, tuvo que instalarse en un pueblo perdido en Zaragoza para rescatar una herencia. La herencia era de una tía que iba a visitar, y cuyo cortejo fúnebre la sorprendió llegando al pueblo. Entre otras peripecias, casi se muere de neumonía.

Cuando volvió al cabo de un año, se compró un boleto llamado matrimonio. El viaje duró veintiún años. Entre otras cosas, le dio tiempo de aprender a graduar anteojos, asistir cirugías y administrar un consultorio, criar tres hijas y mudarse cuatro veces. También anduvo por diferentes partes de Canadá, México y Estados Unidos.

Desde que mis hermanas eran pequeñas procuró viajar con ellas. Se encargó de que las tres conociéramos Europa y nos enamoráramos del lugar más importante y querido para todos los miembros de esta familia; la meca, el origen: Colombres.

(Aunque idealiza todo lo español, la escandaliza la laxitud y la depravación actual de sus habitantes).

Los últimos años hemos hecho juntas unos cuantos viajes, cercanos y remotos. Pero nunca se me va a olvidar cómo, con 70 años y el doble de achaques, subió sin pausas hasta la punta de Janitzio.

Un recorrido que ha emprendido decenas de veces durante los últimos veinte años ha sido la línea verde del metro, de arriba abajo, para ir al hospital de Nutrición.

Viajar con mi mamá es maravilloso y estresante. Es estresante porque no se le dan los mapas ni la ubicación, y como ya somos dos, a veces de dos no hacemos una. Es maravilloso porque le entra a todo. El paseo que sugieras, la comida que se te antoje, todo se le antoja a ella también. Y es feliz lo mismo sumergida en un agua termal de Ixtapan de la Sal que sorbiendo vino blanco en una terraza praguense.

Es religiosa y creyente. Me enseñó a rezar. Cada noche rezábamos juntas el Padrenuestro, el Avemaría, angelito de mi guarda, dulce madre no te alejes, y algunas jaculatorias. Cuando había algo chungo por qué pedir, rezábamos el rosario. Usábamos el mismo misal de su internado con las monjas ursulinas. Fuimos a misa juntas por muchos años. A veces a la salida comprábamos un pollo rostizado y unas papas fritas, que nos comíamos en el jardín.

Le gustaba mucho ese jardín. Su padre plantó todos los árboles que había en él. Un hule, tres palmeras, un rosal, una higuera, una vasta enredadera que cubría los dos frentes de una esquina, una nochebuena, unos alcatraces, más cosas que no me acuerdo. Cuando se quedó sin jardín, puso plantas en su departamento. Se le han dado estupendamente bien.

Es entrona. Vendió seguros, fabricó arreglos florales y comerció con joyería y cosméticos. Pero nada se le dio tan bien como las lavadoras y los refrigeradores. 

Es increíblemente independiente y autosuficiente. No le importa estar sola, lo lleva bien. Pero prefiere no estarlo.

Es una gran revolvedora de problemas, domésticos o de cualquier otra índole. Tiene una especial habilidad para resolverlos telefónicamente.

Hay pocas cosas que le dan miedo. Se enfrenta con igual aplomo a una peste de cucarachas que a las enfermedades más turbias. Lo único que le da verdadero pánico son los temblores.

Jamás la he escuchado decir “no puedo”.

Las personas que más admira y de las que siempre habla bien: su papá, su abuelita Mercedes y su prima Covadonga. También quería mucho a su suegro.

Su chiste favorito es viejísimo. Es uno en que pasa un maricón por una multitud, y con tono súper ultra maricón pregunta: “¿Qué pasa, qué pasa?” Y alguien le contesta: “Que han matado a un joto”. Entonces el maricón hace la voz toda grave y falsa y vuelve a preguntar: “¿Qué pasa, qué pasa?”. Le encanta ese chiste, no sé por qué.

Tiene un sentido del humor un poco raro. Es de cómo la agarres. Si está simple se ríe de todo, si no, se le va hasta el más obvio. De pronto te sorprende con un sarcasmo agudo. A veces la puedes molestar y se ríe, otras no. En general se toma muy en serio a sí misma. Pero sacarle una carcajada es siempre un momento feliz.

Hubo una foto de Gary Grant en el closet de su cuarto durante años. Él y su papá son, en su opinión, los dos hombres más guapos del mundo. (Su papá era grandote, tenía el pelo oscuro y los ojos verdes; no sé por qué le gustó entonces mi papá, que era flaquísimo, tenía las orejas grandes y los ojos tristes).

Es totalmente franca. Si algo no le gusta o la pone nerviosa, se le nota. No puede fingir. Esto resulta tenso en ciertos contextos sociales, porque cuando se siente incómoda se pone sangrona sin querer, saca a relucir sin que venga al caso a la realeza española y comienza a balbucear en mal inglés. En corto, a veces es tan directa que shockea. Lo bueno es que cuando se trata de pedirle opinión, siempre puedes confiar en su honestidad.  

Es buena en la matatena, en el golfito y en el ping pong.

Solía gustarle cantar y cuando se pone contenta, es lo primero que hace. Tocaba la guitarra cuando mis hermanas eran chicas, pero a mí ya no me tocó.


Se sabe muchas canciones. Sobre todo boleros. Se sabe decenas. Pero las canciones que mejor recuerdo son las que me cantaba (y les cantaba a mis hermanas) para dormir: Cachito mío, Muñequita Linda y una que nos da un poco de roña y que comienza “astro de brillante luz, lleva al puerto mi barquilla, que aquí lejos de la orilla temo perder a Jesús…”

Le gusta la música clásica. Sobre todo Mozart, Vivaldi y Chopin. Cuando yo era niña recuerdo que tenía estos discos en la casa: María Dolores Pradera, Emmanuel, Serrat, Perales, Marisol, María Conchita Alonso y varios de los Beatles. Su ídolo durante toda la década de los ochenta fue Julio Iglesias.

No ve demasiada televisión, pero siempre tiene algún programa favorito. Los de la última época son Saber y ganar y Mira quién baila. También le gusta cuando pesca una buena película o un documental interesante. Si las ve acompañada, comenta en voz alta todo el rato. Si te la platica al día siguiente, te la cuenta entera.

Es una lectora ávida, le gustan las historias fuertes, buenas. También le gustan las telenovelas. Solía verlas de noche, nunca por la tarde. Durante años vimos al menos una telenovela juntas. Recuerdo Juan del Diablo, Café con aroma de mujer y la primera que me dejó ver completa: Topacio. Ahora lleva más de un año picada con una de TV Española que se llama “Amar en tiempos revueltos”. Si la pescas tarde o no la has visto nunca, te lo explica todo aunque protestes. (Y por lo general te terminas picando). 

Es una de las personas más golosas que conozco. Se come un pan completo frente a ti sin que te des cuenta. El pan es su pasión. Con queso, mejor. También le gusta el pastel de hojaldre, la paella, la tortilla de patatas, el chorizo, los chocolates, los caramelos de anís, los tamales, el pan dulce, las suavicremas de vainilla y los frijoles. Tiene buen paladar para el picante y a casi todo le pone rajas. Desde que era niña, adora el helado de limón. Sus bebidas favoritas son la Coca Cola y el Ginger Ale. También le gusta la sidra en Navidad, la champaña cuando la hay, y cuando se trataba de tomarse algo fuerte, era whisky.

Le encanta pasear y sentarse a echar chisme. Una tarde de cine y cafecito prolongado es el mejor plan que puedes proponerle. El disfrute con que lo vive es increíble.

Si hay algo que no soporta, es que le restrinjas el tiempo. La pone de pésimo humor que le limites la tarde o que estés viendo el reloj para irte. Tampoco le gusta compartir espacios. Si estás con ella, te quiere toda para ti.

Como todos los miembros de su familia, es rencorosa. A quien la hiere de veras, le cuesta sangre perdonar.

Ha tenido que aprender a lidiar con la nostalgia. Su familia siempre estuvo marcada por los adioses y las distancias. Sus padres volvieron a España cuando ella era ya madre de dos hijas; los hermanos que no se fueron también a España, se instalaron en otras ciudades. Cuatro han muerto. Su hija mayor tiene más de veinticinco años viviendo en el extranjero.

No conozco persona más recta, más organizada y más puntual. Su historial crediticio es impecable.

La verdad es que no le encantan los niños. A sus nietos los quiere pero no les halla mucho el modo. Con el que ha convivido más de cerca y por quien siente un afecto especial es por Pete, el pequeño de Thaida.

Tiene una serie de expresiones médico-corporales como: voy a descargar las piernas, hoy no he evacuado, estoy distendida, estoy desguanzada, me voy a hacer un aseo, tengo llenura postprandial, me desfasé, me dio un shock de calor, me voy a tumbar un rato. Siempre repite que el sueño que se pierde, nunca se recupera.

Su mesa de noche ha sido un arsenal de medicinas desde que tengo memoria. Tiene un remedio para todo y en auto-conocimiento corporal le da veinte vueltas a sus doctores. Pero cuando le da gastritis, siempre me llama para que le recuerde qué no puede comer. Pese a su definida tendencia alópata, cuando de curarse de algo se trata, hace de todo. Se toma el té de boldo y el de cuachalalate; se echa la pastilla de cola de serpiente, se unta la pomada de quién sabe qué, y se lee cuanto libro venga al caso. Durante un tiempo fue muy fan de Deepak Chopra.

Otra frase que le gusta repetir es “mujer enferma, mujer eterna”. Siempre odié esa frase.

No he conocido a nadie que exista en una contradicción tan fuerte, en una danza tan arrebatada entre la constante enfermedad y las enormes ganas de vivir.

Le encantan los refranes. Repite mucho los siguientes:
Bástele a cada día lo suyo, que mañana traerá su propio afán.
No hay mejor pensamiento que el primero.
No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. (Esa siempre se me complica).
No hay mayor placer que la dicha del deber cumplido.
Obras son amores, y no buenas razones.

También usa ciertas expresiones que mis hermanas y yo hemos denominado como “conchicismos”. A saber:
Fue la locura del inglés. (Fue escandaloso).
No es puñalada de pícaro. (No es a fuerzas).
Chécate. (¿Cómo ves lo que te cuento?)
Cállate. (No vas a creer esto).
Fue una odisea burbujas. (Fue un quilombo, un desmadre).
Estaba todo titirimundi. (Estaba todo el mundo).
Fue mejor idea que la de ir a Guanajuato. (Respecto a una iniciativa que tiene muy buenos resultados).
Ni hablar del peluquín. (Ni modo).

Es totalmente férrea en sus ideas. De convicciones firmes, tendientes a lo conservador. Siempre tiene una opinión sobre las cosas, por lo general inamovible. Esto puede derivar en terribles discusiones o en buenos consejos.  

Es experta en modas, modismos y expresiones. “Ahora se lleva la falda arriba de la rodilla con estampado gatuno en amarillos”. “Está súper de moda decir pirulí”. Tal vez estuvo de moda hace veinte años o nunca, pero ella lo afirma con un convencimiento total.

Siempre está bastante al tanto, eso sí, de las noticias. Durante años recibió el periódico Excélsior en casa y se lo devoraba cada mañana, con su bata, su café y unos cuantos cigarros. A últimas fechas se entera por televisión.

Mis hermanas y yo intuimos que le hubiera gustado ser de la realeza. Los personajes de la revista Hola le causan una extraña fascinación. Igual que se la causan las fortunas inesperadas o las que no considera dignas de sus acreedores.

Es experta en llevar regalitos a las secretarias de los médicos para que la pasen antes o le den consultas por teléfono.

Es un poquito torpe.

Siempre ha sido muy enamoradiza.

Es apasionada y febril. Sólo sufrió un verdadero golpe de amor y nunca se recuperó.

Dos de sus partos fueron complicados. Con Thaida tuvo que guardar reposo absoluto durante casi todo el embarazo, y cuando nací yo, tuvo una infección. Tenía cuarenta y un años, no me había visto todavía, y le preocupaba que hubiera salido deforme. Así que en la madrugada bajó arrastrándose por las escaleras hasta el cunero para verme. Con Dunia el parto no fue complejo. Dunia siempre ha hecho lo posible por hacerle las cosas simples a mi mamá.

Es muy vanidosa.

Siempre ha tenido una piel delgada y suave. Limpiarse la cara sigue siendo un ritual. Se toma un buen rato para untarse la crema limpiadora y quitársela con un algodón empapado en agua potable o suero. Por más que me insiste en que la imite, sigo lavándome la cara en cinco segundos y en el lavabo.

De joven paraban el tráfico la forma de sus labios y la curva de sus piernas. Todavía conserva unas hermosas manos, con dedos largos y delgados. Siempre las tiene suaves y siempre las tiene frías.

El color de su pelo es castaño oscuro, pero se lo tiñe de rubio hace al menos treinta años. Durante un tiempo fue pelirroja. En la mayoría de mis dibujos de niña, aparece así. Sigue poniéndose tubos de plástico con pasadores en el pelo, y una red para que no se le deshagan.

Siempre que sale, así sea a hacer un trámite bancario, se arregla y se maquilla. No es quisquillosa con el resto de productos cosméticos, pero prefiere el rimel de marca Lancome. Con poco que se esmere, se ve muy guapa. Hace pocos años íbamos caminando por la plaza del Sol, y un borrachito que pasó le dijo: “Tú eres guapa por que lo eres, así tengas noventa y tres”.

No se pone perfume muy seguido porque dice que no le dura. Tarda en ponerse los aretes porque tiene un agujero chueco, mal hecho desde su niñez.

De joven era audaz en su vestir. Su suegra la regañaba en ocasiones por llegar a las reuniones familiares con el pelo suelto y pantalones. Durante un tiempo iba a un saloncito de belleza por la Villa para que le tiñeran un mechón rubio en el frente. También usaba sandalias de tira, alpargatas, pañoletas, gabardinas y lentes de sol.

Todavía usa pañoletas, gabardinas y lentes de sol. Conserva y se pone unos lentes enormes, redondos, setenteros, que hoy en día podrían pasar por retro. (Se sigue poniendo alguna ropa “vintage” de su propio armario: nunca tira algo que realmente le gusta y se le ve bien). (Y si ya no se le ve bien, te insiste durante lustros para que te lo quedes).

Jamás se ha vestido como “señora”. Cuando le regalamos ropa sabemos que le gusta lo colorido, lo moderno y lo “hippioso” (otro conchicismo).

Los zapatos los redujo hace mucho tiempo a tres palabras: Reebock. Walking. Shoes. Los tiene en blanco y en negro y los va cambiando cuando se le gastan mucho. Alfredo mi cuñado se burla un poco de su caminadito flotante con esos tenis. 

Siempre ha sido una mujer de ejercicio. Nunca de alto impacto, pero sí constante. Cuando yo era niña, por las mañanas iba a caminar al parque deportivo de la colonia, o hacía yoga en una colchoneta verde con rayas amarillas en la alfombra del cuarto de televisión. Hasta hace unas semanas, se subía a la caminadora o salía a caminar al parque. Es un hábito que comparte con mi padre y que ni a mí ni a mis hermanas se dignaron heredarnos.

Usa anteojos desde que tengo memoria. Unos para ver de lejos y otros para ver de cerca. Otra cosa que le da mucha lata es su dentadura.

También usa una “carterita negra” para guardar sus tarjetas de crédito y sus identificaciones cuando sale, desde que me acuerdo. 

Fumó durante cuarenta años. Era una fumadora recia, empedernida. Intentó dejarlo mil veces. Usó pipas y artilugios. Fue a cursos donde le hacían rellenar un frasco de agua con colillas. Era asqueroso. Cuando finalmente lo dejó, hace unos ocho años, no le costó ningún trabajo. Dice que el único chiste es “quererlo verdaderamente”. Yo espero no tardarme mucho en quererlo verdaderamente.

Tiene muy mal inglés, pero cuando tiene que usarlo, lo hace sin vergüenza y se da a entender.

No es muy buena enseñando. Recuerdo un tarde en que se desesperó intentando explicarme los quebrados, y otras cuantas enseñándome a manejar en el Poli (donde también me llevaba a patinar y a andar en bicicleta). Pero su peor fracaso didacta conmigo fue en la cocina. Hasta el día de hoy, no sé hacer una sopa de verduras. 

Tampoco es muy ducha en las nuevas tecnologías, y han sido incontables sus pugnas con el control remoto de la tele, el aparato de música, el fax, etcétera. A la computadora nada más no le hace. Pero cuando me fui a vivir a Madrid, estaba en un café Internet al día siguiente. Lo usó tres años. Siempre escribiendo en mayúsculas y repitiendo cartas que a cada rato se le borraban.

Tiene una impresionante y envidiable habilidad para el convencimiento, la negociación y el regateo.

Se le da con mucha facilidad ganarse el respeto y la admiración de la gente.

Para ella es muy importante ser agradecido. Y tiene muy en cuenta cuando alguien no lo es.


Tiene cinco cirugías en su haber. Un par de fracturas. Dos prótesis. De niña le tuvieron que poner cuarenta inyecciones en la barriga porque una rata la mordió. Eso siempre me impactó mucho.

Tiene cuatro amigas del alma. Isaura, Chelo, Luchi y Cristina. Todas son amigas de muchos años, a todas las ve poco y por todas se preocupa. Tiene una idea muy clara de cómo deberían resolver sus problemas y llevar sus vidas. Supongo que eso a veces debe resultarles irritante. Pero todas saben, no me cabe duda, que no encontrarían amiga más fiel.

Ama profunda e incondicionalmente a sus hijas.

Es apoyadora. Siempre demostró entusiasmo por las cosas que he hecho o querido emprender. Miró con paciencia mis dibujos, mis escritos, mis bailes, mis coreografías. Siempre me hizo sentir inteligente y guapa. Cree que canto bien. También cree que soy buena conductora pero cuando se sube a mi coche se la pasa pisando un freno imaginario, detesta que diga groserías y que toque el cláxon, y si nos perdemos me quiere decir por dónde aunque no tenga idea y siempre terminamos peleándonos. 

Tiene una sabiduría práctica de la vida, lanza frases lapidarias creadas al vuelo que te matan de risa y que generalmente llevan razón.

Se le pierden con frecuencia las llaves y nunca le duran los celulares. Todos se le descomponen o los pierde.

Le cuesta trabajo mirar a la cámara y sonreír en las fotos.

Tiene una voz muy dulce. Como buena asturiana, es muy de cariños y diminutivos. A mis hermanas las llama Dunina y Thaidina. A mí me llama Anaína y también Anaíta, Nani, muñeco, bruja y cielo. La cosa más fea que me ha llamado ha sido “niña estúpida”, en medio de alguna de nuestros batallas campales durante mi adolescencia.

A veces es como una niña chiquita. Le gusta que la mimen y que la consientan, y en esos momentos parece increíblemente frágil y vulnerable. De pronto tengo la clara impresión de tener enfrente a una niña de cinco años. Otras siento que estoy hablando con una pitonisa de 230, un roble inquebrantable. Y ambas cosas son ciertas.

Todo este recuento es desde mi punto de vista, y estoy segura de que otros que la conocen podrían agregar mucho más. Lo que sí debo decir desde mi lugar es que nadie me conoce tan bien como ella (y a veces tan mal); que con ninguna otra persona de este mundo soy tan enteramente yo, para lo bueno y para lo malo. Con nadie me enojo igual, ni lloro con tanta libertad.

Confío en ella ciega y completamente. Y sé que no soy la única.

Creo en pocas cosas con la misma firmeza con que ella cree. Pero una de las cosas que sí creo es que el tiempo es una entelequia, y está compuesto de eternos presentes, que siempre están ahí. De eso estamos hechos. Conchi está ahora mismo en todos los momentos de su existencia, de alguna inexplicable manera. La vida sigue mientras sigue, y aún cuando no siga. Por eso no hay modo de terminar esta lista. Creo, quiero confiar, en que continuará por siempre. Más allá del tiempo verbal. Mucho más allá.