“This is precisely the time when artists go to work. There is no time for despair, no place for self-pity, no need for silence, no room for fear. We speak, we write, we do language. That is how civilizations heal.”
-Toni Morrison

miércoles, 8 de febrero de 2017

El pulso creativo en la escritura




"La creación de algo nuevo no se logra con el intelecto, sino por el instinto lúdico que actúa desde una necesidad interior. La mente creativa juega con los objetos que ama."
 -C.G. Jung





¿Por qué escribir? Con el tiempo he comprobado que uno no hace nada que no necesite hacer. Si estás picado viendo una película, no te levantas al baño ni te sirves algo de comer. Te levantas porque tienes que ir al baño o porque tienes hambre. Los seres humanos vivimos al límite. Si por nosotros fuera, viviríamos debajo de un árbol, encuerados, comiendo y romanceando todo el día. Nadie se hace carpintero/médico/cantante por puro gusto. Es la necesidad la que nos levanta y nos mueve.  He descubierto que algo igual de básico sucede con la escritura. Si no necesitas escribir, difícilmente vas a hacerlo. No es algo que se decide racionalmente.
            Tengo la teoría de que vivir inmerso en una actividad creativa es como estar enamorado. Y el rasgo clave de estar enamorado, a mi modo de ver, es la necesidad física e imperiosa de estar cerca del ser amado. De nuevo: no es algo racional. No te enredas con alguien porque "sería muy conveniente que yo me acercara a esa chica, es de muy buena familia y siempre trae muy limpios los zapatos, mi madre opina que sería una gran pareja". Si te enredas con alguien por ese tipo de razones, es muy probable que esa relación fracase. No puedo afirmar que escribir sea algo que sale "del corazón" y no de la mente. Yo creo que sale de todo junto. Pero no es algo racional, no puede calcularse ni decidirse  fríamente. 

Todo aquello que requiera una constancia férrea, requiere pasión. Y la pasión no significa que algo te carcoma y te azote y te haga llorar y te rasgues las vestiduras. La pasión es algo mucho más sutil y silencioso y se reduce, simplemente, a que no puedes vivir si no lo haces. Sólo de esa manera puedes dedicar todo el tiempo/vida que requiere hacerte de la auténtica investidura de tu pasión sin tirar la toalla.

Así que debería comenzar por pedirles disculpas. Si pensaban que yo iba a llegar a decirles que todos los que están aquí van a ser escritores y contarles las fórmulas para hacerlo (fórmulas que, por cierto, se venden mucho en las librerías), me temo que no va por ahí la cosa.  

Pero no todo está perdido. ¿Alguien vio Ratatouille? Anyone can cook. Es cierto. Anyone can write? También. Por supuesto que sí. No todo el mundo tiene la necesidad de hacerlo y por lo tanto no todos van a convertirse en escritores, igual que no todos tenemos la necesidad imperiosa de cocinar, que es mi caso. Yo jamás seré una cocinera decente, porque me acerco a una estufa y me pongo a temblar de angustia. Lo que SÍ tenemos todos y cada uno de los seres humanos de esta Tierra, son dos cosas: Uno: la necesidad básica e intrínseca de compartir cosas con los demás, de expresarnos de alguna manera. Todos tenemos un pulso creativo. Si no todos tienen tan claro a través de qué medio expresarlo, es porque vivimos en una sociedad que exige resultados, productividad, trabajo, números. Y no hay cosa que sepulte más un impulso creativo que las exigencias de un mundo que se rige bajo palabras como "éxito", "competitividad", "performance" y términos por el estilo. La segunda cosa que todos los seres humanos tenemos, es que nos regimos por hábitos y logramos casi cualquier cosa a punta de repetición. Con lo cual, si uno sabe reconocer aquello que ama hacer para transmitir y compartirse, tiene muchísimas posibilidades de ejercitar el músculo hasta lograr la habilidad para que eso se convierta en su quehacer.

No es mi intención dar aquí orientación vocacional, pero si desde ahorita les gusta muchísimo algo, háganle caso. Por loco que suene. No soy tan vieja, pero tampoco soy tan joven, y esta es una de las lecciones de vida más grandes que he aprendido. Les voy a contar cómo fue mi caso.

Todo indicaba que yo iba a ser una chica muy conservadora. Nací en una familia católica, fui a una escuela de monjas y tocaba la trompeta en la estudiantina. Por esas mismas épocas también fui animadora de campamentos, me puse a estudiar un diplomado de Filosofía los fines de semana y ya tenía rato ejercitando la más intensa de mis prácticas obsesivas: escribir. Empecé cuando era muy chiquita. Mis padres se separaron y yo pasaba mucho tiempo sola. Los cuadernos se volvieron mi refugio. Los rellenaba a tope con dibujos e historietas donde siempre me proyectaba como adulta. 



Yo tenía mucha prisa por crecer. Tengo dos hermanas que me llevan muchos años, y siempre tuve urgencia por alcanzarlas. Una de las cosas que les copié fue llevar un diario, que comencé a los trece años y no he abandonado hasta hoy. Ahí descubrí un espacio íntimo e intransferible donde podía traducir el torrente interior que a veces sentía que me rebasaba. Gracias a la escritura pude observar mi mente y perderle el miedo.



            Yo no sabía que eso iba a convertirse en mi oficio. Me costó mucho elegir carrera, y me decidí por comunicación. Creo que hice bien. La carrera me dio, como dicen, una "embarrada" de todo lo que me interesaba, pero sobre todo me dio la claridad de que yo NO servía para dirigir ni producir ni hacer fotos, ni fijas ni en movimiento. Yo para lo que era buena era para escribir. Comencé a trabajar desde el cuarto semestre (estaba becada en la Ibero, si no, nunca hubiera podido costearla); tomaba clases en las mañanas y después agarraba mi coche, que se descomponía a cada rato, para irme a que me explotaran en toda clase de oficios. Gradué anteojos, edité off line en un cuartucho, me piqué los ojos en filmaciones, dibujé story boards y finalmente entré al Canal Once, donde empecé a escribir los programas de la barra niños. Luego me fui a España a estudiar mi maestría en guión de cine y televisión. Tenía familia allá y, sobre todo, una urgencia indecible por largarme. En Madrid, entre vinos baratos y viajes mochileros, forjé lazos indisolubles. Iba por un año y me quedé tres. Al final me mudé a Barcelona y en esa ciudad primorosa, la cosa se puso fea: estaba de ilegal, no tenía dinero y terminé volviéndome publicista. Entretanto me enamoré, pero el amor era frágil y hablaba otro idioma. Volví a México con el corazón pachucho. Pero Coyoacán poco a poco me lo fue restaurando. Renté un estudio muy chiquito pero con una tina muy grande en el corazón del barrio. Y ahí, por fin en una habitación propia como recomendó Virginia Woolf, sin faltar a mis sesiones de psicoanálisis (no para curarme de nada sino para llevarme mejor con mis huecos), al fin me convertí en escritora. Es decir, asumí que aparte de las chambas que me daban de comer, y más allá del soliloquio de mis diarios, tenía que atreverme a compartir algo, lo que fuera, que saliera de mí. 

David Bowie decía: no hagas arte para complacer a otros, y sal de tu zona de confort. Si estás demasiado cómodo haciendo lo que haces, algo anda mal. Es cuando sales de tu zona de confort que empiezan a pasarte cosas realmente emocionantes. El tema es que escribir desde lo hondo y con una voz propia tiene un inconveniente: tienes que hacerte cargo de lo que dices. Como guionista o escritor por encargo te puedes meter bajo las faldas del director, echarle la culpa al productor y los actores (aunque en tele lo más frecuente es que todos le echen la culpa a los guionistas). Pero cuando decides ser un autor, no puedes hacer eso. Nadie te dice que mejor pongas la escena en el elevador porque no hay lana para hacerla en la cafetería, o que reescribas lo de la semana entera porque la actriz hizo un berrinche y decidió no ir a los llamados. Eres tú y el lector. Sin intermediarios. Eso da mucha libertad, y también mucho miedo. Así que después de un rato de estar al borde de una alberca metafórica, aterrada de aventarme al agua fría, finalmente me eché el clavado con un blog. Se llamaba Coyoacán Jane y ahí empecé a escribir sobre cualquier cosa que se me ocurría: sobre el tabaco, el matrimonio, las olimpiadas, la fiebre porcina y el azar, todo salpicado de uno que otro cuento; pero sobre todo empecé, por fin, a escucharme en voz alta. 
          Al año de escribir el blog desempolvé una novela. Se llamaba Quiéreme cinco minutos, la había escrito por encargo pero la edición no se concretó. Al releerla me di cuenta de que la voz de la narradora estaba toda acartonada y entonces la reescribí completa, desde la voz de una verdadera chava de quince años, que era quien narraba. Fueron nueve años entre que concebí el libro y lo publiqué finalmente. Estoy segura que nunca hubiera llegado a ese punto sin haber transitado por todo lo anterior. Dejé de escribir Coyoacán Jane hace unos años, sin proponérmelo. Y recién abrí este nuevo blog para seguir teniendo un espacio acotado y exclusivo para compartir mis ideas más personales y que no se diluyan en el torrente de contenidos de las redes. 

Hace un momento hablé de las chambas que me daban de comer. No quiero subestimarlas. Gracias a ellas me forjé un oficio y además me dieron algo que agradezco cada día: una familia extendida. Como guionista se trabaja mucho en equipo. A lo largo de horas y horas de estar sentado en una mesa inventando locuras con otra gente, te curtes en el arte de escuchar y cuando estás en un atolladero (ya sea a la hora de tramar o a la hora de pelearte con la producción) no sufres solo. He coordinado equipos en varios proyectos y una cosa he aprendido: si no te diviertes, si no lloras de risa de vez en cuando, no ganas nada más que dinero. Con esa filosofía mis amigos escritores y yo hemos surcado toda clase de tormentas en barcos de muchas presentaciones.  


Una diagramación de la serie "Infames"
Hay quien les dirá: "Esto de dedicarse a la creatividad es trabajo duro. No pain no gain. Lo que vale cuesta y si no estás dispuesto a partirte la madre y hacer sacrificios, ni le entres". Todo lo que les he venido contando, yo no lo sentí difícil ni terrible mientras lo viví. Simplemente fue un proceso. Y sí, implicó mucho trabajo. Pero trabajo no es lo mismo que sufrimiento. De nuevo: esto es como el amor. Y de lo que les hablo es de ENTREGA. Cuando estás entregado a lo que amas, vas sorteando las peripecias que se presentan sin que pese y sin dudar. En ese sentido tiene que ser fácil. Si lo tienes que forzar, es que no es tu lugar. (No me atrevería a afirmar esto con tanta vehemencia si no lo hubiera constatado en la propia cancha del amor). (Por cierto, junto con el tema de la escritura, también reforcé mi vena liberal. Desoyendo a las maestras de moral de mi prepa, después de tener muchos novios por fin conocí uno con el que me fui a vivir sin casarme, y luego me casé sin religiones de por medio. No lo pude evitar: ese amor, a diferencia de los anteriores, fue inescapable). 

Un día mi hermana Dunia lo puso en estas llanas palabras: la vocación no es algo que está afuera para elegir, como si fuera un menú de restaurante. Tiene que ser algo que brota desde DENTRO de uno. Yo no podría estar más de acuerdo.

Con el tiempo he concluido que cuando amas/necesitas hacer algo, llegas a ello de una manera u otra. El tema es escucharte, tener abierto el canal, estar permeable, y jamás, JAMÁS apostarle a algo que no te entusiasma sólo por ganar dinero o complacer a los demás. Hay una plática TED de un chavito japonés que es un artista del yoyo. Por muchos años el chavo no encajaba. Le echó ganas y logró ganar un concurso de yoyo en Nueva York. Le hicieron entrevistas y patrocinios y luego todo se diluyó. Regresó a Japón a trabajar en una empresa y a ser profundamente miserable. Luego buscó por otro camino, y se puso a estudiar performing arts. Música, danza, escenografía, etc. Ahora va por el mundo haciendo unos shows espectaculares con su yoyo. Si a alguien le queda el saco, póngaselo por favor. Otro ejemplo que me gusta es el de J.K. Rowling. Pareciera que esa mujer empezó a escribir por una necesidad mucho más básica, que era la desesperación por tener un techo y un pan que llevarse a la boca. Pero esa mujer ya sabía escribir. Sólo que nunca se había atrevido a pensar que era eso lo que podría sacarla de la precariedad en que vivía. Y yo me atrevo a pensar que incluso tuvo que ponerse en esa situación extrema para no tener más pretextos y ponerse a hacer lo que pugnaba por salir de cada uno de sus poros.

Otra cosa maravillosa de todo esto es que para crear nunca es tarde. Mi papá siempre fue un tipo muy creativo. Era médico pero también pintaba, tocaba la guitarra, jugaba ajedrez y fue cinta negra de Tae Kwon Do. Siempre fue un narrador extraordinario y fue justo eso lo que nunca exploró como un ejercicio "formal", aunque fuera en la modalidad de hobby. Hasta que tuvo la necesidad de hacerlo. A los 70 años, y después de una redención sin precedentes en el tema de las adicciones, tuvo que escribir su vida. Fue ineludible. Se sentó durante dos años y escribió cinco tomos con sus vivencias.  Cada uno mejor que el anterior. Con ello nos dejó una herencia y él se compró unos cuantos sorbos de dicha. 

Yo lo siento así: tener un quehacer creativo es como tener una especie de súper poder. Y lo es más allá de lo que hagas con él. Es TUYO, se te amolda como la capa invisible de Harry Potter, y no importa lo que suceda en tu vida, las chambas que tengas, e independientemente de lo que "produzcas" o ganes con ello, nunca dejará de ser parte de ti. Es como un tesoro, como un regalo. Porque el verdadero poder de lo creativo no son sus resultados, el mejor momento para alguien que crea es el momento de la creación misma. Ningún tipo de reconocimiento se compara con el instante indescriptible en que las palabras fluyen y los personajes hablan y uno ríe y llora como un demente enfrente de su texto. Es un súper poder bastante solitario, eso sí. Pero lo bonito es que sólo es "poder" si lo compartes con los demás.

Me pidieron que hablara sobre la creatividad y su proceso. Yo escribir es lo único que sé hacer bien. Me gustaba cantar, bailar y dibujar y al final me quedé con esto, quién sabe por qué. Pero pienso que el acto creativo puede permear muchas actividades humanas, no sólo las catalogadas como artísticas. Creo que hay mucha creatividad en la ciencia, en la maternidad, en la cocina, en la jardinería y en una larga lista.  Para mí el quehacer creativo tiene cuatro características esenciales. (Las voy a ejemplificar con mi oficio porque es lo que mejor entiendo, pero cada quien adáptelas a su propio interés)...

1. Abrir puertas. Cuando iba en secundaria escuché que la creatividad es la capacidad de resolver problemas. En ese momento me sonó medio árido, pero la práctica del oficio me lo ha confirmado una y otra vez. ¿Cómo le hago para que este personaje pueda entrar a una casa a robarse el contenido de una caja fuerte? ¿Cómo le hago para que entre a robárselo cuando hay una fiesta en esa casa? ¿O un funeral? ¿Y de paso seducir a la chica? Cuando tramas una historia, todo el tiempo estás resolviendo problemas, encrucijadas. Y además hay que hacerlo emocionante, verosímil y coherente. La creatividad estriba en encontrar soluciones, en abrir puertas. Todo el tiempo.

2. Jugar. Cuando ejercitas el músculo creativo sigues siendo siempre un poco niño y un poco loco, porque sigues viviendo en un mundo de imaginación vívida que cuando eres adulto sueles reprimir o censurar. Rosa Montero se refería a la imaginación como "la loca de la casa", y creo que es muy atinado. Yo pienso que escribir es como jugar. Los personajes viven en el gran arenero de tu imaginación, y tú los pones a hacer lo que tú quieras. E igual que cuando eras niño (y cuando eres loco) tienes que creértela. Y nunca tomarte nada demasiado en serio. Ni tus textos ni a ti mismo. Pienso que si te tomas demasiado en serio, si no sabes reírte y hasta burlarte de ti mismo, vas a sufrir mucho como escritor. 

3. Es echarse un clavado al interior. Esta frase de Natalie Goldberg me gusta mucho: "Escribir proporciona la posibilidad de tocar con la mano la propia existencia. Dedicarse a la escritura es, al final, dedicarse a la existencia en su totalidad." Escribir nos ayuda a confiar en nuestra mente y entenderla. Se escribe contra el tiempo, contra la muerte, contra la locura y contra el dolor. Se escribe a favor del hallazgo de la propia voz. Y esto sucede con cualquier acto creativo: siempre nos revela de qué arcilla estamos hechos.

4. Expresar. Y conste que estoy usando esa palabra y no "crear". Una de las obsesiones de nuestra sociedad tiene que ver con el término "nuevo". Nos encanta. Es un gran recurso publicitario ponerle la palabra "nuevo" a cualquier producto. Pero muchas veces, o casi siempre, nos encontramos con que nada es nuevo y ya todo está dicho. Para mi gusto, en términos de dramas y tramas, Shakesepare ya lo dijo todo, la verdad. El chiste es desde dónde se dice algo. Quién lo cuenta esta vez, y cómo. Es todo el bagaje del "creador" en cuestión, toda su vivencia, lo que le da color a lo que decida contar. Y es por eso que se crea: para expresar algo, para transmitirlo y no dejar que se nos pudra en las entrañas. A ese bagaje, a ese corolario personal e intransferible, y no a cómo acomodas las palabras y dónde pones las comas, es a lo que se le llama VOZ.

¿Por qué cuando agarramos un papel y nos disponemos a escribir nunca logramos plasmar lo que sentimos y pensamos? La escritura es un músculo que hay que ejercitar, ciertamente. Pero no es sólo por falta de práctica que nos sentimos unos estúpidos cuando empezamos a escribir. Es más bien porque lo primero que hacemos es querer sonar profundos e interesantes, con lo cual nos ponemos toda clase de filtros, sensores y censuras, y lo que nos sale, sabe a cartón. El veinte que eventualmente cae cuando uno escribe es que no lo haces tanto para decir lo que piensas, sino para DESCUBRIR lo que piensas. La escritura te revela quién eres y lo que llevas dentro, no al revés, y es como avanzar a ciegas en la oscuridad, trazando el mapa sobre la marcha. Como dijo Machado, el poeta favorito de mi padre, se hace camino al andar.  

Por último, aquí van unos consejos prácticos, que llevo muchos años compartiendo en las clases y talleres de escritura que he dado. El 3 y el 4 son tomados de un libro que me encanta. Se llama El camino del artista de Julia Cameron y fue una herramienta clave en mi proceso de "salir del clóset" literario.  

1. Escribir en un cuaderno. Como decía antes, las palabras vienen de la mente. Escribir es notar lo que hace nuestra cabeza a través de nuestra mano. Si ves cómo se mueve tu mente, la entiendes mejor y le pierdes el miedo. Que sea un cuaderno al que le puedas perder el respeto para que puedas escribir con letra fea y enunciar bazofias y manchar de café y grasa de garnacha, y que puedas llevar a todas partes. Nunca sabes en qué momento puede venir la inspiración, las ganas, o la necesidad de perder el tiempo. (Yo me entretenía mucho escribiendo en períodos de espera cuando todavía no existían los teléfonos inteligentes y toda su variedad de facetas para procrastinar).

2. Escribir en cafés. No sé por qué, pero ayuda. Para ponerse en la frecuencia mental de escribir viene bien hacerse de un espacio aparte, privado, especial. A mí siempre me han gustado los cafés (porque también me gusta el café) pero para alguien más podría ser la banca de un parque o de un museo. El espacio da igual siempre que sea fuera de casa y de la chamba; de los lugares rutinarios, pues.




3. Escribir tres páginas al día. Con lo que fluya. Sin pensar. Da igual como esté tu estado de ánimo. Sólo hay una regla: NO PARES. No pares aunque lo que estés escribiendo sea tonto, estúpido, fragmentario, negativo, sobre frivolidades o achaques, no importa. Todo eso es lo que está entre tú y tu creatividad, así que hay que drenarlo. Sirve para todos los artistas, aunque no sean escritores. Las páginas nos liberan de la desesperación por no estar creando. En lugar de lidiar con el miedo y el sinsentido, lo vuelcas en papel. Cada día. Trata de que sea lo primero que hagas, cuando la cabeza está más fresca. Y haz que se vuelva un hábito. (Yo se los aseguro: los resultados se sienten pronto y son bastante sorprendentes...)

4. Poner atención. Uno de los grandes malentendidos de la vida artística es que requiere de grandes pulsos de desvarío. Que consiste en ponerse en situaciones de emergencia o cargadas de dramatismo para tener “material” para crear. Nada más falso que eso. La verdad es que una vida creativa implica grandes dosis de atención. La atención es un modo de conectarse y sobrevivir. Y para sobrevivir, hay que mantenernos sumergidos hasta las rodillas en la corriente de la vida, prestándole mucha atención a todos sus detalles. Henry Miller dijo: “Desarrolla un interés en la vida tal y como la ves: en las personas, las cosas, la literatura, la música: el mundo es pleno, rebosante de ricos tesoros, almas maravillosas y gente interesante. Olvídate de ti mismo”. La calidad de una vida poco tiene que ver con su éxito o su fracaso. La calidad de la vida siempre tiene que ver con su capacidad de deleite. Y la capacidad de deleitarse es el don de la atención. Y al final del camino, el gran premio de poner atención es la curación. No sólo la curación de un dolor en particular, como una pérdida o un abandono. Lo que finalmente se cura es el dolor que subyace por debajo de todos los dolores: el dolor de que todos estamos, como dice Rilke, “inexpresablemente solos”.

5. Leer. No tiene que ser muchísimo. No es un asunto de cantidad. Es de darse la oportunidad de enamorarse de un libro. Tener esa experiencia. ¿Y qué es enamorarse de un libro? Igual que con enamorarse de una persona, nadie te puede decir lo que se siente hasta que no lo vives. Lo que sí es que cuando lo vives, te dan ganas de hacerlo otra vez...

6. Tallerear y reescribir. 
Cuando todavía estudiaba, logré entrar de enchufada al taller de Vicente Leñero. Ahí me dijeron muchas cosas horribles, entre ellas que yo no tenía ningún respeto por las letras. Ese golpe dolió pero me curtió como pocas cosas. Si quieres ser escritor, conviene que sometas tus escritos a otros ojos. Y saber escuchar la crítica. Y callarte la boca. Y luego hacer dos cosas: Que te la pele todo lo que te acaban de decir a) porque no es personal y b) porque a fin de cuentas para gustos se han hecho colores y todo el mundo va a opinar algo diferente de lo que escribes. Y después, tomar de eso lo que te sirva, lo que te cheque, y con ello enriquecer tu texto.  Escribir es reesribir. Un texto es como un lienzo o como un pedazo de mármol para esculpir. Hay que pulirlo sin cesar hasta que la escultura emerge. Es cierto que Kerouak se sentó y escribió su gran obra On the road de madrazo, en un gigantesco rollo de papel, sin detenerse. Bien por él. Pero el común de los mortales necesitamos trabajar y pulir nuestras creaciones. Porque además, en ello está el disfrute de todo esto. Si escribir es como jugar, ¿quién quiere dejar de jugar cuando se la está pasando bomba? 


Para terminar, un credo y una certeza. 

El credo:

"There is a vitality, a life force, an energy, a quickening that is translated to you into action, and because there is only one of you in all of time, this expression is unique. And if you block it, it will never exist through any other medium and it will be lost. The world will not have it. It is not your business to determine how good it is nor how valuable, nor how it compares with other expressions. It is your business to keep it yours clearly and directly, to keep the channel open. You do not even have to believe in yourself or your work. You have to keep yourself open and aware to the urges that motivate you. Keep the channel open... No artist is ever pleased. There is not satisfaction whatever at any time. There is only a queer divine dissatisfaction, a blessed unrest that keeps us marching and makes us more alive than others."


-Martha Graham

La certeza:

“El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada. Sino la vida, la brillante e intensa vida”.
-Alain Arias Misson






-Basado en una conferencia impartida en el colegio Ciudad de México en enero de 2017.