“This is precisely the time when artists go to work. There is no time for despair, no place for self-pity, no need for silence, no room for fear. We speak, we write, we do language. That is how civilizations heal.”
-Toni Morrison

martes, 10 de julio de 2018

La era de los rebeldes

(Foto de Alejandra Carbajal Islas)



Uno de los dichos favoritos de mi madre era el de "no hay fecha que no llegue ni plazo que no se cumpla". Parece mentira que ya sea 10 de julio cuando nos pasamos todo el año esperando a que fuera 1º, ansiando y sufriendo por anticipado la fecha, que siempre parecía lejana y tan definitoria que parecía que ahí se acababa el año y casi que la vida. 

Pero no se acabó. Llevo ocho días acomodando y procesando el huracán del domingo pasado. Y durmiendo. Durante días estuve agotada como si hubiera vuelto de una Colonia de Vacaciones, con ese tipo de cansancio emocional. El domingo llegué a mi casa a las 12:45 de la madrugada después de haber pasado el día entero en la casilla, ansiosa por tomarme una cerveza y por abrazar a mi esposo. El abrazo fue largo y los dos lloramos. Afortunadamente lloramos de felicidad.

La jornada electoral fue de una intensidad increíble. Como secretaria, me pasé diez horas buscando gente en la lista nominal y marcándola con sellos de "Votó 2018" sin poder creer cómo se iba llenando. Llegaron a votar chavos nerviosos y entusiastas de primera vez, señoras de hasta noventa años en silla de ruedas, hordas de todas las procedencias, edades y tamaños. Muchos preguntando si podían usar su propia pluma, por aquel rumor de que los lápices del INE se borraban. Todos con ganas de decir ya basta, a lo que sigue. Como sea, pero a otra cosa. Votaron 477 ciudadanos. A nivel nacional, superamos las elecciones en que ganó Fox con una participación histórica del setenta por ciento. ¡Setenta! Fox llegó a marcar la alternancia ante el PRI, que en su momento fue algo muy significativo. Pero no tenía una propuesta distinta para el país. Era el mismo perfil neoliberal, sólo que con otras letras y otro color. Esta vez elegimos por aplastante mayoría a un tipo que afirma que para que todos estemos bien, primero van los pobres. Y esa, en nuestros tiempos, es una idea cabronamente transgresora. 

La casilla cerró diez horas después, a las seis de la tarde, y el conteo de votos fue largo y tenso. Se cuentan dos veces todas las boletas de presidencia, luego las de diputaciones y después las de senadurías (esto en el caso de la parte federal; otro "equipo" de la casilla se encarga de lo local). Luego se pasan los resultados a una hoja de cálculos previa, de ahí a las actas formales, y se arman los paquetes electorales. Mucha concentración, mucha responsabilidad y mucho dolor de muñeca de estar pasando boletas y más boletas con el dedal. Al final nos metimos a un salón de la escuela pero cuando contamos los votos de presidencia seguíamos afuera, en el patio donde se instaló la casilla, y comenzaba a llover. Los ventarrones amenazaban con llevarse las boletas, y teníamos cada montón detenido con botellas de agua, manzanas y  lo que hubiera a la mano. En nuestra casilla de San Jerónimo el PAN ganó con 185 votos para presidencia, con Morena detrás, con 151. El PRI siguió con 83, categóricamente disminuido. Acabé con un dolor de espalda histórico y de garganta porque antes de la lluvia y el viento hubo tremendo solazo y de estómago de la pura tensión, pero con el corazón rebosante al saber que Meade y Anaya reconocían que la tendencia favorecía a AMLO cuando apenas estábamos contando los votos para diputaciones, y que reprimí en ese momento (con muchos trabajos) por consideración a los compañeritos de la casilla con otras preferencias. 

Fue todo un proceso respetuoso y eficaz. Los funcionarios y los observadores lo procuramos de principio a fin y lo cierto es que el INE ayudó. Tienen un procedimiento minucioso, con manuales claros y detallados y capacitación desde muchas semanas antes. Puedo afirmar que en las casillas no hay manera de hacer fraude. (Aunque no está chido que el instituto permita todas las chacaladas previas, la guerra sucia y la compra de votos). Pero por lo visto controlan lo que está en sus manos y en esa fase, el proceso es bastante eficiente -no sé si en todo el país y en todas las casillas-. Creo que fue en parte gracias a eso, a que los procedimientos eran confiables, que no hubo tensiones; cuando se supieron los resultados, todo el mundo los acató sin chistar. Otra cosa que yo pensé es que si ganaba el Peje iba a haber madrazos (no más de los que hubiera habido si no ganaba), pero todo el mundo se comportó a la altura. Fue una fiesta de la ciudadanía. Me alegro mucho, pero mucho de haber estado ahí. Aunque me haya perdido de abrazar a mis amigos en el Zócalo. 

Y me alegro de haber podido alegrarme. Porque pude haber salido de esa casilla adolorida, agotada y además destruida moralmente.

Pero esta vez no pudieron. NO PUDIERON. Fue una guerra sucia implacable, constante, durante meses, ¡durante años! Un discurso ideológico lleno de calumnias y de injurias, paralizante, bañado en miedo. Pero esta vez no lograron engañarnos. No lograron comprarnos ni amedrentarnos. La verdad es que yo temía que fueran a lograrlo. Y sabía que si esos cabrones volvían a ganar, no habría esperanza para México pero tampoco para el mundo. Porque el que estos tipos volvieran a salirse con la suya hubiera significado el triunfo del miedo, la supremacía tajante de su poder, aquí y en cualquier lugar de la Tierra. Pero fue, como dijo el Fisgón, un pinche nocaut en el primer round. Un triunfo rotundo, aplastante. Cada vez que lo pensaba la semana pasada se me salían las lágrimas de puro alivio.

Terminó la pesadilla. Apenas se puede creer. Los vencimos, los quitamos. Fue una proeza. Pensaron que nos iban a paralizar a punta de decepción, de depresión, de hundimiento moral.  Y les dimos una patada en la cara que los mandó hasta Neptuno. A huevo. 

A mí me da gusto más allá de AMLO. Él es una figura transitoria, como lo son todos los personajes en el poder. Lo que sorprende es que haya ganado con esos resultados, con esa contundencia y con ese nivel de participación. La que ganó el domingo pasado fue la democracia. Y eso es lo que festejamos.

Urgía renovar el pacto social. Esto da esperanzas, pilas. Ganas de chingarle, de apoyarse, de hacer. Infunde la sensación de que pueden pasar cosas buenas. De que nadie destruirá el desierto de Huirikuta. De que a lo mejor Matilde vuelve a ver a su hijo que se le fue a Estados Unidos hace 14 años y puede conocer por fin a sus cuatro nietos. Pienso en mi hijo, en que tendrá una infancia en un país vibrando en modo de lucha y de reconstrucción, y no podría expresar la alegría que siento. Es un bálsamo. No serán años fáciles, pero no serán años mortíferos y deprimentes, derrotados y famélicos como los que se perfilaban con otro resultado. Me gusta pensarlo como dijo también el Fisgón: Tenemos dirigente. Para que valga la pena, ahora necesitamos movimiento.

Tengo la sensación de que la verdadera campaña de MORENA empieza ahora. Una vez libres del ruido ensordecedor de los demás candidatos tratando de hundirlos y de venderse desesperadamente. Llama la atención cómo felicitaron a Andrés tantos mandatarios foráneos tan de inmediato, algunos hasta emocionados. Se ve que hay dirigentes en este mundo con ganas de virar el timón lejos del neoliberalismo asfixiante, y eso también da mucho gusto. Nos deberíamos alegrar sinceramente por ello. Es increíble cómo de repente las redes comienzan a llenarse de noticias antes poco difundidas y así nos vamos enterando de que Beatriz Gutiérrez Müller, además de lista y doctorada, no tiene interés en la vida política y pretende rechazar el nominativo de primera dama. Nos enteramos que Olga Sánchez Cordero, la futura secretaria de gobernación y parte de un gabinete por primera vez conformado por hombres y mujeres en un equitativo 50%, está ponderando ideas innovadoras para hacerle frente a la situación del narcotráfico, incluida la legalización. Ahora la gente podrá ver y juzgar, pero no desde la especulación y el miedo sino desde los hechos. Desde la puesta en práctica y no desde el empaque. MORENA consiguió mayoría también en el Congreso. Eso ayudará a pasar las iniciativas de López Obrador pero ciertamente puede ser delicado por falta de contrapeso. Lo que me tranquiliza es que si lo hacen mal, los podemos echar. Igualito que echamos a los otros. Al fin y al cabo, ya recuperamos ese poder.

¡¡¡RECUPERAMOS NUESTRO PODER!!! Eso es lo más chingón. Lo que más importa ahorita.

Han sido días muy bonitos. De poner canciones en el coche como Color Esperanza de Diego Torres. De estar todo el tiempo de buenas con mi chamaco. De recibir a Mati el lunes con un abrazo emocionado diciendo las dos al mismo tiempo "Ganamos".

Es raro sentir esperanza. Mi tendencia es siempre hacia el pesimismo, incluso como ruta optimista. Ante situaciones difíciles siempre imagino el peor escenario posible, y eso me sirve para darme cuenta de que nada es tan grave ni tan insorteable. Digamos que soy una optimista inducida. Y es que creo que, en general, el optimismo lleva una buena dosis de racionalización. La esperanza es más visceral y está emparentada con la ilusión, con el anhelo. Y esa es una sensación que no había tenido en muchísimo tiempo, no recuerdo desde cuándo. Sentir esperanza es extraño y es mágico y es conmovedor. Es como estar enamorado. Todo se ve con otros ojos. Y lo mejor es que no es una esperanza que concierna sólo a mi país. Es respecto al mundo. Porque esto renueva la confianza en que si las personas nos unimos, si nos ponemos en el mismo canal, sí podemos cambiar las cosas. Echar tiranos. Procurarnos lo que necesitamos.

Todo el mundo dice que ahora hay que exigirle a los ganadores. Sí, es cierto. También es cierto que López Obrador tiene muchos compromisos. Pero se va a dejar la camisa en la raya. No tengo duda. Ese hombre sabe la magnitud de la responsabilidad que está adquiriendo. Ahora sólo espero que se cuide bien. Cinco meses de limbo son muchos meses, y yo tampoco puedo evitar pensar en el destino del pobre Francisco I. Madero después de triunfar con su sufragio efectivo. Toco todas las maderas del mundo porque el destino de esta revolución civil y pacífica sea la transformación de nuestro amado país. No sé si a pequeña o gran escala. Eso me da igual. Pero que empiece a cambiar la cosa, que se mueva. Por lo pronto, tenemos esto, que no es poco:

Saber que se puede
querer que se pueda
quitarse los miedos
sacarlos afuera
pintarse la cara color esperanza
tentar al futuro con el corazón.