Parece que el mundo como lo conocemos pronto se va a acabar, así que yo voy a salir del clóset.
Creo que no va a ser una salida demasiado sorpresiva, pero bueno, jeje...
Soy consumidora de cannabis desde el año 1996. A continuación voy a hablar un poco de mi experiencia, y mi experiencia no es igual a las demás experiencias. Pero es la que yo puedo transmitir. Tenía veinte años cuando la probé por primera vez.
"Una tarde lluviosa en las vacaciones antes de entrar a la universidad estaban ella, Lencho y Adam en un Vip's tomando café y fumando muchos Camels sin que afuera escampara. De repente Irene declaró:
-Quiero probar mota."
Yo también estaba en un Vip's esa noche, era verano universitario y llovía, sólo que en lugar de con Adam y Lencho estaba con mi mejor amigo (de entonces y de ahora), y en lugar del chabolo de Lorenzo fuimos a un departamento por Copilco de una amiga del restaurante Los Arroces, donde trabajábamos todos como meseros aquel verano. (Ese verano con los meseros yo me deschongué. Otro día terminamos en los Go Carts de Cuernavaca después de una noche de mucha fiesta con nuestro uniforme de meseros; antes de los Go Carts acabamos no-viendo el amanecer en un no-mirador tomando chelas tibias, y mi hermana me me metió el cague de la vida esa vez por no llegar a dormir a su casa).
Perdí mi virginidad con la mota antes de perderla oficialmente, y mi primer viaje sigue siendo una de mejores primeras veces que recuerdo. Tanto así que le dediqué un capítulo completo de mi primer libro. El fitupish me dio la bienvenida con todo su despliegue de colores y efecto Ratatouille: la música, el tacto, los sonidos, la consciencia de las cosas, el galope del pensamiento, los veintes masivos, la conexión afectiva, la risa incontenible, la garganta agradecida con el agua y el disfrute voluptuoso de la comida. Tuve suerte esa noche. Era una buena mota. Y creo que ayudó que le entré con nervios, pero con unas ganas tremendas. Creo en el fondo sabía que nos íbamos a llevar bien. Hasta el día de hoy, he tenido pachecas grandiosas, pero ninguna se compara con esa primera.
Y no todas han sido buenas.
A lo largo de los años, ese galope de pensamiento también me ha llevado a lugares muy oscuros. He vivido paranoias, pálidas y malviajes terribles (siempre mezclando con trago y siempre bajo estados de ánimo erráticos). Pero nunca ha sido tan malo como para que no lo quiera volver a hacer: las buenas experiencias superan las malas con creces. Así como mi relación con el cigarro siempre fue tortuosa, llena de culpas y temor de la muerte, con la mota no me pasa eso. Fumo a discreción porque sé que la combustión no es lo mejor que uno puede hacer por sus pulmones, y procuro no fumar en momentos ansiosos, aunque no siempre lo logro. Tampoco lo hago delante de mi hijo. Y cuando de plano me ha caído gorda o ya no me está poniendo tan chido, le bajo. Dos días. Jeje. No es cierto... La he dejado hasta seis meses y un año. Pero en general, llevo siendo una pacheca hecha y derecha por unas buenas 24 vueltas al sol, con bastante paz mental pese a que en que mi familia hay un fuerte historial adictivo. (Y aquí tengo que admitir que hay algunas drogas que sí me dan miedo, pero ahorita no estoy hablando de esas).
Y sí, tengo que lidiar con mi afición. Como con cualquier sustancia y cualquier objeto de deseo, hay que lidiar. Todos tenemos que gestionar nuestras dependencias. El teléfono, la comida, el porno, el trabajo, las pastas para dormir, lo que le ponga a cada quien. Y cada quien lo hace como puede, puesto o sobrio.
Conozco gente que no puede fumar porque se duerme, o que se bajonea y se vuelve improductiva, o que le teme como si fuera a enloquecer nada más de olerla, como la niña de la Rosa de Guadalupe. A mí me parece igual de placentera que un buen café o que una cerveza muy fría, o que un sueño profundo. Pero eso es con mi dosis, y todo el mundo tiene la suya.
Porque todo esto es un asunto de elección personal y de hacernos cargo de nuestras propias decisiones y sus consecuencias. Existe la fantasía de que prohibiendo algo, todo se vuelve más fácil. Permítanme que fume y me ría durante una hora.
También estoy bien consciente de otra cosa: no toda la mota es buena. He probado unas cosas panteoneras espantosas, que ni ponen y me dejan con la garganta rasposa y dolor de cabeza. Igual que con todas las sustancias, lo peor es no saber lo que te estás metiendo. Ni con qué las riegan ni con qué las fumigan o las fertilizan. Por eso el mayor problema con la mota es justo ese: comprar. Al ser ilegal, no hay control de calidad, así que te pueden vender (y te puedes fumar) cualquier madre.
En ese sentido (el de las dosis y el control de calidad), en otros países donde la marihuana se ha vuelto legal, es increíble. En California las tiendas especializadas son alucinantes. Puedes comprarte un porro o un chocolate o una gomita (o varios) hechos a la medida, para ponerte exactamente como quieres y con la potencia que quieras. Es tan preciso, tan quirúrgico el efecto, que hasta saca un poco de onda.
A mí lo que más me sigue gustando es cultivar una plantita, verla crecer, sin nombres mamones, sin denominación de origen. Cosecharla, y fumarla por primera vez, a ver qué me cuenta.
Nunca se me va a olvidar la primera vez que Andrés y yo logramos germinar nuestras primeras semillas, y les salió ese tallo transparente tan locochón, y las enterramos en la tierra una noche, y vimos salir esas dos hojitas verdes por primera vez. Recuerdo que hasta lloré. (Seguro estaba puesta... jaja) Y luego verlas crecer... primero unas niñas avispadas, luego unas adolescentes desafiantes, luego unas adultas robustas, emanando unos aromas intensos, con sus cogollos tremendos, con esos filamentos de colores flamboyantes y medio extraterrestres.
Es una planta divina y generosa. Crece en exterior, crece en interior, se cosecha cada 4, cada 6 meses, y además de sus efectos psicoactivos, la planta en sí, con su infinidad de componentes supersónicos, tiene una cantidad de usos increíble.
Hace tiempo los investigué, y ahí les van:
El cáñamo es súper resistente, tanto que trajo a los descubridores de América con el viento soplando en sus velas. Con él se pueden fabricar lubricantes, plásticos, celulosa para papel, ropa, forraje para animales, biomasa para calefacción, jabón, fieltros, pinturas y barnices. Las semillas de cannabis son el alimento vegetal con mayor valor proteínico que se puede encontrar en una sola planta. Tienen Omega3 y Omega9, que además de nutritivos, pueden prevenir artritis y reumatismos. Según se procese, puede ser más suave, aislante, absorbente y duradera que el algodón. Además, una hectárea de cannabis produce el doble y no requiere químicos ni pesticidas. Como biocombustible es lo más ecológico que se puede encontrar y funciona en motor diesel. Cualquier plástico emulado a partir de cannabis, es directamente biodegradable y reciclable. Para hacer papel, no tiene igual: produce el cuádruple que una hectárea de árboles. Además es más resistente que la pulpa de madera, no necesita ácidos ni cloro, y aguanta siete reciclajes (la madera aguanta cuatro). Por si fuera poco, mejora la calidad del suelo donde se planta. Y así solita, en su forma natural, se usa para el tratamiento del glaucoma, insomnio, náuseas y vómitos asociados a quimioterapia, esclerosis múltiple y neuropatías. Además es un gran analgésico.
Pero en este país no se acaban de decidir a regularla. Por mil eufemismos que lo que quieren decir en el fondo es que les da miedo que "ponga".
¡Entonces no se pongan! Pero hagan otras cosas con ella, carajo. Curen, generen empleos, reactiven el campo. Cosas que no involucren encerrar o matar gente o destrozar familias o dejar huérfano a medio país.
Yo sé que sus papás les dijeron. A mí también me lo dijeron. Y me lo dijeron amorosamente, preocupados. Pero más allá del miedo de mis padres, médicos y testigos de muchas torceduras anímicas y existenciales a causa de las sustancias, hay otro. La marihuana lleva muchos años asociada al alebreste, a la protesta, al portarse "mal". Eso nos lo dijo Papá Estado hace ya varias décadas, y parece que funcionó. Y también dijo no te preocupes, yo te voy a cuidar, yo te voy a proteger, yo voy a ajusticiar a todos los marihuanos come-niños que están afuera de las escuelas, porque así, metiendo miedo es como mejor opera este sistema, como mayor control ejerce. Porque he aquí un detalle: a Papá Estado le vale madres tu salud. Si se preocupara tanto por la salud ya hubiera prohibido el tabaco y el alcohol, y de paso las tortas de milanesa con quesillo. (Y aquí es donde tenemos que estar a las vivas en esta pandemia: con el control estatal que podría instaurarse pasada la verdadera crisis, en aras de salvaguardar la "salud").
Hubo unos jóvenes que se le pusieron al brinco al Estado en los años sesenta y setenta. Que salieron a protestar y a encuerarse y a comer ácidos y a marchar contra la guerra y el sistema opresor. ¿Y qué pasó? Que les fue como en feria. Que mataron a muchos. Y desde entonces... tenemos miedo. ¿Pero obedecemos? Pues no. Claro que no. Porque la prohibición es absurda y siempre lo será. El que las cosas sean prohibidas sólo las hace más atractivas. (Y más peligrosas).
Seguimos haciendo lo que se nos da la gana, sólo que a escondidas. Consumimos a escondidas. Abortamos a escondidas. Así nos acostumbramos a hacer las cosas que son prohibidas. Y eso también está de la chingada. Además del peligro en que nos pone, está terrible porque con esta magnífica planta sagrada nos acomodó en una clandestinidad rara, silenciosa, pasiva. Donde si yo tengo mi churro, no hay pedo. No importa de dónde venga. La legalización estaría chida, pensamos; pero si no pasa, no pasa nada, porque siempre hay dónde comprar, no falta. Aunque venga de un negocio criminal -con un montón de involucrados además de los narcos- que nos vende lo que quiere.
Yo digo (y muchos dicen) que ya estuvo bueno de esa postura timorata y medias tintas. Hoy decidí que hay que tomar pinches postura. Clara. No escudada en datos duros, en argumentos intelectuales o en la ficción. Los consumidores tenemos que empezar a dar la cara porque si no, esto nunca se va a mover.
Y ya.
Yo no quería ponerme cáustica ni enojada. Hoy es un día de alegría. Tenemos cannabis en esta Tierra. ¡TENEMOS cannabis! Y eso nos hace afortunados. Casi diría que invencibles, capaces de salvarnos de nosotros mismos.
Tengo mucho que agradecerle a esta bendita planta. Yo era una ansiosa de lo peor, obsesiva, persignaba clósets compulsivamente, creo que iba para borracha de buró que volaba. El fitu no me quitó lo ansiosa ni lo obsesiva pero me ha dado el regalo de saber que puedo relajarme un rato, a ratos; mi mente sigue trabajando rápido pero en un plano distinto, paradójicamente no tan ansioso; me ha dado la dicha de bajarle al perfeccionismo tantito, bajarle a la obsesión, a la exigencia. A no tomarme tan en serio. También me ha permitido ver la realidad de la muerte con crudeza, pero eso al mismo tiempo me ha dejado estar más presente en la vida, alerta y consciente en los momentos, con las manos hundidas en la existencia.
El cannabis ha amenizado y dotado de profundidad y risas cientos de charlas, ha acompañado y abrillantado mis playas y mis carreteras, mis juegos y mis paseos, mis camas y mis platos, mis películas y mis conciertos. Ha coloreado mis historias, y ayudado a hermanar con mis amigos. No siempre me ayuda a escribir, pero a veces sí me ayuda a conectar los puntos. Pasan los años y las fiestas y siempre es dichoso ver que alguien está armando un toque, y saber que enventualmente va a rolar, y recibirlo y pasarlo, y compartir ese ritual, y saber que todos entraremos en ese estado conocido, que tan bien nos sienta, con nuestros ojitos a media asta y nuestra memoria medio torpe, y nuestras sonrisas amplias y nuestro corazón despierto. (Ojalá que la pipa de la paz vuelva a rolar cuando termine esta pandemia, y nuestras babas no sean tan temibles).
Así que sí, salgo del clóset ahorita y las veces que sean necesarias, hasta que la cannabis se haga legal en todo el mundo, y se detenga este absurdo correr de sangre. Sería tan fácil detener el correr de la sangre e inaugurar el correrse... nada más. Con amor o sin amor. Pero con alegría.
No me importa que al legalizarla, deje de ser clandestina y emocionante. Estoy dispuesta a que la rebajen y la comercialicen y le pongan etiquetas y publicidades horribles y la vendan bien cara. Ni modo. Si ese es el precio, lo asumo. Todo sea porque TODA la gente tenga acceso a ella, para curarse el cuerpo, el alma o ambos. No digo que todo el mundo lo haga si no quiere. Pero que quien quiera, pueda. Con responsabilidad.
En este 420 y todos los días, yo le deseo a esta preciosa y milagrosa plantita el mejor destino del mundo y del universo. Que consiga ser libre y gozosa y que reparta gozo, que se reproduzca al infinito, que se hagan con ella velas como con las que conectó dos mundos, y velas invisibles para viajar más lejos que el sol.
Y que esta rueda gire. Legalizar no es atásquense todos y dénsela a los lactantes. Solamente es regular el asunto. Nada más. Es todo lo que los pachecos del mundo pedimos. Que nos dejen tener nuestra plantita y vivir en paz. Y saber que todo el mundo puede tener acceso a ella si la necesita.
Por el sol, por la luna y por las pléyades, que así sea.
#FuerzaCannabis
#420