(Foto de Alejandra Carbajal Islas)
Uno de los dichos
favoritos de mi madre era el de "no hay fecha que no llegue ni plazo que
no se cumpla". Parece mentira que ya sea 10 de julio cuando nos pasamos
todo el año esperando a que fuera 1º, ansiando y sufriendo por anticipado la fecha, que siempre parecía lejana y tan definitoria que parecía que ahí se acababa el año y casi que la vida.
Pero no se acabó. Llevo ocho días acomodando
y procesando el huracán del domingo pasado. Y durmiendo. Durante días estuve
agotada como si hubiera vuelto de una Colonia de Vacaciones, con ese tipo de cansancio
emocional. El domingo llegué a mi casa a las 12:45 de la madrugada después de
haber pasado el día entero en la casilla, ansiosa por tomarme una cerveza y por
abrazar a mi esposo. El abrazo fue largo y los dos lloramos. Afortunadamente
lloramos de felicidad.
La jornada electoral fue
de una intensidad increíble. Como secretaria, me pasé diez horas
buscando gente en la lista nominal y marcándola con sellos de "Votó 2018"
sin poder creer cómo se iba llenando. Llegaron a votar chavos nerviosos y
entusiastas de primera vez, señoras de hasta noventa años en silla de ruedas,
hordas de todas las procedencias, edades y tamaños. Muchos preguntando si podían usar su
propia pluma, por aquel rumor de que los lápices del INE se borraban. Todos
con ganas de decir ya basta, a lo que sigue. Como sea, pero a otra cosa. Votaron
477 ciudadanos. A nivel nacional, superamos las elecciones en que ganó Fox con una
participación histórica del setenta por ciento. ¡Setenta! Fox llegó a marcar la
alternancia ante el PRI, que en su momento fue algo muy significativo. Pero no
tenía una propuesta distinta para el país. Era el mismo perfil neoliberal, sólo que con
otras letras y otro color. Esta vez elegimos por aplastante mayoría a un tipo
que afirma que para que todos estemos bien, primero van los pobres. Y esa, en nuestros tiempos, es una idea cabronamente transgresora.
La casilla cerró diez
horas después, a las seis de la tarde, y el conteo de votos fue largo y tenso. Se
cuentan dos veces todas las boletas de presidencia, luego las de diputaciones y
después las de senadurías (esto en el caso de la parte federal; otro
"equipo" de la casilla se encarga de lo local). Luego se pasan los
resultados a una hoja de cálculos previa, de ahí a las actas
formales, y se arman los paquetes electorales. Mucha concentración, mucha
responsabilidad y mucho dolor de muñeca de estar pasando boletas y más boletas
con el dedal. Al final nos metimos a un salón de la escuela pero cuando
contamos los votos de presidencia seguíamos afuera, en el patio donde se
instaló la casilla, y comenzaba a llover. Los ventarrones amenazaban con
llevarse las boletas, y teníamos cada montón detenido con botellas de agua,
manzanas y lo que hubiera a la mano. En nuestra
casilla de San Jerónimo el PAN ganó con 185 votos para presidencia, con Morena detrás,
con 151. El PRI siguió con 83, categóricamente disminuido. Acabé con un dolor
de espalda histórico y de garganta porque antes de la lluvia y el viento hubo tremendo solazo y de estómago de la pura tensión, pero con el corazón rebosante al saber que
Meade y Anaya reconocían que la tendencia favorecía a AMLO cuando apenas estábamos
contando los votos para diputaciones, y que reprimí en ese momento (con muchos
trabajos) por consideración a los compañeritos de la casilla con otras
preferencias.
Fue todo un proceso respetuoso y eficaz. Los funcionarios y los observadores lo procuramos de principio a fin y lo cierto es que el INE ayudó. Tienen un
procedimiento minucioso, con manuales claros y detallados y capacitación desde
muchas semanas antes. Puedo afirmar que en las casillas no hay manera de hacer
fraude. (Aunque no está chido que el instituto permita todas las chacaladas
previas, la guerra sucia y la compra de votos). Pero por lo visto controlan lo
que está en sus manos y en esa fase, el proceso es bastante eficiente -no sé si
en todo el país y en todas las casillas-. Creo que fue en parte gracias a eso,
a que los procedimientos eran confiables, que no hubo tensiones; cuando se
supieron los resultados, todo el mundo los acató sin chistar. Otra
cosa que yo pensé es que si ganaba el Peje iba a haber madrazos (no más de los
que hubiera habido si no ganaba), pero todo el mundo se comportó a la altura.
Fue una fiesta de la ciudadanía. Me alegro mucho, pero mucho de haber estado
ahí. Aunque me haya perdido de abrazar a mis amigos en el Zócalo.
Y me alegro de haber
podido alegrarme. Porque pude haber salido de esa casilla adolorida, agotada y
además destruida moralmente.
Pero esta vez no pudieron.
NO PUDIERON. Fue una guerra sucia implacable, constante, durante meses,
¡durante años! Un discurso ideológico lleno de calumnias y de injurias,
paralizante, bañado en miedo. Pero esta vez no lograron engañarnos. No lograron
comprarnos ni amedrentarnos. La verdad es que yo temía que fueran a lograrlo. Y sabía que si esos cabrones volvían a ganar, no habría
esperanza para México pero tampoco para el mundo. Porque el que estos tipos
volvieran a salirse con la suya hubiera significado el triunfo del miedo, la
supremacía tajante de su poder, aquí y en cualquier lugar de la Tierra. Pero
fue, como dijo el Fisgón, un pinche nocaut en el primer round. Un triunfo rotundo, aplastante.
Cada vez que lo pensaba la semana pasada se me salían las lágrimas de puro
alivio.
Terminó la pesadilla.
Apenas se puede creer. Los vencimos, los
quitamos. Fue una proeza. Pensaron que nos iban a paralizar a punta de
decepción, de depresión, de hundimiento moral. Y les dimos una patada en la cara que los
mandó hasta Neptuno. A huevo.
A mí me da gusto más allá
de AMLO. Él es una figura transitoria, como lo son todos los personajes en el
poder. Lo que sorprende es que haya ganado con esos resultados, con
esa contundencia y con ese nivel de participación. La que ganó el domingo pasado fue la democracia. Y eso es lo que festejamos.
Urgía renovar el pacto
social. Esto da esperanzas, pilas. Ganas de chingarle, de apoyarse, de hacer.
Infunde la sensación de que pueden pasar cosas buenas. De que nadie destruirá
el desierto de Huirikuta. De que a lo mejor Matilde vuelve a ver a su hijo que
se le fue a Estados Unidos hace 14 años y puede conocer por fin a sus cuatro nietos. Pienso en mi hijo, en que tendrá una infancia en un país vibrando en modo de lucha y de reconstrucción, y no podría expresar la
alegría que siento. Es un bálsamo. No serán años fáciles, pero no serán años mortíferos y
deprimentes, derrotados y famélicos como los que se perfilaban con otro
resultado. Me gusta pensarlo como dijo también el Fisgón: Tenemos dirigente. Para que
valga la pena, ahora necesitamos movimiento.
Tengo la sensación de que
la verdadera campaña de MORENA empieza ahora. Una vez libres del ruido
ensordecedor de los demás candidatos tratando de hundirlos y de venderse
desesperadamente. Llama la atención cómo felicitaron a Andrés tantos
mandatarios foráneos tan de inmediato, algunos hasta emocionados. Se ve que hay
dirigentes en este mundo con ganas de virar el timón lejos del neoliberalismo
asfixiante, y eso también da mucho gusto. Nos deberíamos alegrar sinceramente
por ello. Es increíble cómo de repente las redes comienzan a llenarse de
noticias antes poco difundidas y así nos vamos enterando de que Beatriz Gutiérrez Müller,
además de lista y doctorada, no tiene interés en la vida política y pretende
rechazar el nominativo de primera dama. Nos enteramos que Olga Sánchez Cordero,
la futura secretaria de gobernación y parte de un gabinete por primera vez
conformado por hombres y mujeres en un equitativo 50%, está ponderando ideas innovadoras para
hacerle frente a la situación del narcotráfico, incluida la legalización. Ahora
la gente podrá ver y juzgar, pero no desde la especulación y el miedo sino
desde los hechos. Desde la puesta en práctica y no desde el empaque. MORENA consiguió mayoría también en el Congreso. Eso ayudará a pasar las iniciativas
de López Obrador pero ciertamente puede ser delicado por falta de contrapeso.
Lo que me tranquiliza es que si lo hacen mal, los podemos echar. Igualito que
echamos a los otros. Al fin y al cabo, ya recuperamos ese poder.
¡¡¡RECUPERAMOS NUESTRO
PODER!!! Eso es lo más chingón. Lo que más importa ahorita.
Han sido días muy
bonitos. De poner canciones en el coche como Color Esperanza de Diego Torres.
De estar todo el tiempo de buenas con mi chamaco. De recibir a Mati el lunes
con un abrazo emocionado diciendo las dos al mismo tiempo "Ganamos".
Es raro sentir esperanza.
Mi tendencia es siempre hacia el pesimismo, incluso como ruta optimista. Ante
situaciones difíciles siempre imagino el peor escenario posible, y eso me sirve
para darme cuenta de que nada es tan grave ni tan insorteable. Digamos que soy
una optimista inducida. Y es que creo que, en general, el optimismo lleva una
buena dosis de racionalización. La esperanza es más visceral y está
emparentada con la ilusión, con el anhelo. Y esa es una sensación que no había tenido en
muchísimo tiempo, no recuerdo desde cuándo. Sentir esperanza es extraño y es
mágico y es conmovedor. Es como estar enamorado. Todo se ve con otros ojos. Y
lo mejor es que no es una esperanza que concierna sólo a mi país. Es respecto
al mundo. Porque esto renueva la confianza en que si las personas nos unimos, si nos ponemos en el mismo canal, sí podemos cambiar
las cosas. Echar tiranos. Procurarnos lo que necesitamos.
Todo el mundo dice que
ahora hay que exigirle a los ganadores. Sí, es cierto. También es cierto que López
Obrador tiene muchos compromisos. Pero se va a dejar la
camisa en la raya. No tengo duda. Ese hombre sabe la magnitud de la responsabilidad que está adquiriendo. Ahora sólo espero que se cuide bien. Cinco meses de limbo
son muchos meses, y yo tampoco puedo evitar pensar en el destino del pobre Francisco I.
Madero después de triunfar con su sufragio efectivo. Toco todas las maderas del mundo porque el destino
de esta revolución civil y pacífica sea la transformación de nuestro amado país. No sé
si a pequeña o gran escala. Eso me da igual. Pero que empiece a cambiar la cosa, que se
mueva. Por lo pronto, tenemos esto, que no es poco:
Saber que se puede
querer que se pueda
quitarse los miedos
sacarlos afuera
pintarse la cara color
esperanza
tentar al futuro con el
corazón.
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