Siempre he sido muy ritualista y tuve la
suerte de encontrar a un compañero que le entra a mis locuras, y que además
sabe de la importancia de lo simbólico. Juntos nos inventamos una boda como se
nos dio la gana porque justo brotó de nuestras ganas. No teníamos obligaciones impuestas
ni adquiridas, invitamos a la gente que realmente deseábamos que estuviera ahí,
y nos pudimos brincar el protocolo religioso, que no nos entusiasmaba.
Habíamos escuchado de ceremonias oficiadas
por pastores anglicanos o chamanes, pero con nada de eso nos sentíamos
identificados tampoco. Después de mucho pensarlo, concluimos que si estábamos
haciendo un ritual para marcar un espacio en el tiempo para participarle a los nuestros que estábamos dispuestos a compartir nuestra vida (o
más bien a seguir compartiéndola, porque ya llevábamos tres años viviendo
juntos), no necesitábamos intermediarios.
No nos lo tomamos a la ligera. La
ceremonia tuvo mucha preparación. Leímos sobre ritos de matrimonio de diferentes
culturas y de ahí tomamos lo que más nos resonaba. Al fin y al cabo las
tradiciones tienen una razón de ser, y son parte del tejido que nos conforma.
Por eso nuestra ceremonia fue debajo de un techo, hubo anillos y hubo un lazo.
Pero era un lazo especial. Estaba hecho de semillas que los propios invitados
habían engarzado a su llegada, después de escribir un deseo o una bienaventuranza
para nosotros. Los tenemos guardadas en una caja especial y es muy emocionante
releerlos de vez en cuando. Para nosotros pesa mucho la palabra, y quisimos que
la palabra estuviera presente en la ceremonia pero con un sentido. Así que
hicimos todo un diseño con base en el número 4, empatándolo con el 4 de mayo,
que fue el día en que nos casamos. Estaban presentes los cuatro elementos: el
fuego de cuatro velas (que nunca prendieron bien porque había mucho elemento
aire), y plantamos una bugambilia que cada miembro de la ceremonia pasaba a
regar después de leer el discurso que había preparado. Éstos tenían que ver con
las cuatro etapas de la vida. Nuestros hermanos (dos de Andrés, dos mías)
hablaron de la infancia; dos de nuestros mejores amigos hablaron de la juventud,
nosotros enfocamos nuestros votos a la época actual, y nuestros padres cerraron
con una bendición orientada a la madurez. (En este caso sólo hablaron Tere y
Alfredo, mi cuñado; quiero pensar que tanto el papá de Andrés como los míos
participaron en la ceremonia en una modalidad más etérea, y a veces de
veras lo creo porque era un día de primavera especialmente brillante y frondoso
en El Chico). Ninguno sabíamos qué habían escrito los demás, cada discurso fue
una sorpresa. Mi sobrino Diego musicalizó la ceremonia en el piano, lo cual fue
un honor. (Ian, mi sobrino el mayor, musicalizó la fiesta como D.J. ya entrada
la madrugada, pero eso ya fue parte de un ritual más dionisiaco...)
La ceremonia no fue tan larga porque le
pedimos a todos los participantes que no hablaran más de cuatro minutos. Cuando
terminó, todos fuimos abrasados por una oleada expansiva de amor como el rayo
del sol que tatemó a unos cuantos durante la comida y que duró hasta las ocho
de la mañana del día siguiente. Fue uno de los días más hermosos y emocionantes
que he vivido.
Fue una cosa muy especial porque además
todo el mundo participó. Andrés y yo hicimos toda la logística pero nos
apoyamos en miembros estratégicos de su familia para la ceremonia y la
decoración; fueron amigos quienes se encargaron de la música y las fotos, y el
día anterior a la boda todo el que iba llegando a la casa, ayudaba con algo. Unos
armaban arreglos de flores, otros montaban la mesa de dulces, alguien más se
trepaba en la escalera para ponerle el techo de manta al palio ceremonial o
colocaba las fotos de los invitados que dispusimos en el pasillo. Recibimos
amigos y familia de todas las etapas de nuestra vida, muchos llegaron de
lugares alejados del mundo, y fueron los niños de la familia quienes los
acomodaron en las mesas para el banquete (que ya en plan obsesivo, tenían manteles
de cuatro colores...)
Andrés y yo tuvimos una pelea fuerte
durante la planeación, y fue justamente a propósito de tener o no una
planeadora de bodas. Yo decía que sí (tenía mucho trabajo por esos meses) y él
insistía en que no la necesitábamos. Me alegro tanto de haberle hecho caso.
Igual que le hice caso en conservar el mueble de la tele para hacer un librero,
en la canción que bailamos, en el nombre de nuestro hijo, y en dedicarle un día
entero a festejar nuestra voluntad de estar juntos.
Antes del 4 de mayo del 2013 yo nunca
había asistido a una ceremonia como ésta. A bodas civiles con palabras
espontáneas, sí; a ceremonias religiosas sencillas, también. Pero nunca un
ritual inventado, loco y "pagano" como éste. Después de la nuestra,
hemos ido a unas cuantos casamientos con este mismo perfil, y da un gusto tremendo.
Color y Saori lo hicieron a las faldas del Tepozteco; Miguel y Sofía se
pusieron coronas de hierba en la cabeza y sus elegidos hablaron de fauna, flora
y flechazos; Alan y Dani se dijeron las palabras más primorosas con el sol
poniéndose en los viñedos el Baja California; Ian y Kelly compartieron con los
suyos un vino ceremonial. Y en todos
había un común denominador: el valor de usar la palabra para pronunciarse, para
asumir con todo su peso y con todas sus implicaciones un compromiso de amor.
Algo muy especial sucede cuando uno se
apropia de sus ritos. Si es otro quien tiene la palabra y la investidura sobre
lo tuyo, es más fácil eludir o desdecirse. Pero es distinto cuando es uno el que se planta y habla
desde sí, desde su intención, haciéndose cargo y plenamente responsable. Me parece que esto se extiende a todos los ámbitos de la vida. Además estoy convencida de que es parte de una liberación
progresiva donde poco a poco vayamos recuperando algo que la liturgia religiosa
ha obturado al tratar de uniformar lo inasible: nuestra capacidad de
tocar la naturaleza, de estar ahí, en lo que palpita, vibra y nos une sin palabras; lo que existe y habla desde dentro, desde nuestras voluntades más puras.
Me gusta cómo lo escribió Gibran:
Dios nuestro, que eres nuestro Yo alado,
es tu voluntad en nosotros la que quiere.
Es tu deseo en nosotros el que desea.
Es tu impulso en nosotros quien querría
transformar nuestras noches, que tuyas son, y nuestros días, que también son
tuyos.
Nada te podemos pedir, pues tú conoces
nuestras necesidades aún antes de que hayan nacido en nosotros.
Tú eres nuestra necesidad; y dándonos más
de ti mismo, tú nos das todo.
Hoy se cumplen exactamente cuatro años
desde ese 4 de mayo. Para conmemorarlo decidí hacer esta crónica e incluir
algunos de los escritos que se leyeron aquel mediodía radiante y ventoso del
2013. Quiero decir que en lo que a mí respecta, lo dicho sigue vigente. Más que
nunca. Mucho más.
INFANCIA
Hoy quiero hablarles de tres
asuntos muy breves.
El
primero es un relato. Se trata de los primeros años de vida
de Anaí, y cómo desde que era muy
pequeña comenzamos a ver en ella indicios de la mujer que es ahora.
Cuando Anaí nació
yo tenía diez años, Thaida tenía trece, y nuestros papás ya andaban en los
cuarenta. En una familia en la que
predominaban los agobios de la mediana edad y las crisis de la pubertad, de
repente aterrizaron a mitad de la casa biberones, pañales, y llantos
desaforados. No tardamos en darnos cuenta de que las cosas iban a ser muy
distintas a partir de la llegada de esta niña chiquitita, de ojos enormes y
pestañas infinitas.
Anaí nos cambió la vida. Nos hizo poner atención, vernos
los unos a los otros, y unió de alguna manera alrededor de su cuna a una
familia que andaba bastante dispersa. Allí tuvimos un primer atisbo de su
personalidad; Anaí tiende, desde entonces, a cohesionar y reunir a las personas que ama. También nos
ayudó a fortalecer los brazos, porque había que cargarla todo el tiempo. No
había forma de que se durmiera en su cuna. Era necesario pasearla de arriba a
abajo , ella con los ojos muy abiertos, mirándolo todo sin intención alguna de
dormirse, y sólo los cerraba después de ratos eternos, o cuando mi papá la
llevaba a dar una vuelta en el coche. Esta fue otra muestra de quién es Anaí;
vimos los inicios de su espíritu despierto, viajero y desvelado, con una dosis
de terquedad y ganas incansables de conocer mundo.
Cuando todavía no cumplía tres años de edad, pasó algo
extraordinario. Anaí aprendió a usar un
lápiz. Decidió con firmeza que eso era lo más fascinante del mundo, y no lo
soltó nunca más. Dibujaba durante horas enteras. Dejaba a un lado la comida sin
importarle que fuera hora de cenar, porque no había manera de que dejara de
hacer garabatos. En ese acto, Anaí planteó sin duda más elementos de su
esencia: uno, que iba a dedicarse al lápiz. Otro, que sería una mujer que
sabría ordenar sus prioridades con toda claridad. Resultó ser cierto. Anaí sabe
lo que quiere, y también sabe querer.
Y este es justo el segundo tema del que quiero hablarles hoy, y que a mi modo de
ver es una de las cualidades más importantes de mi hermana: su forma de querer.
De querer a su familia, a sus amigos, de
querer a Andrés. Anaí no sólo quiere con todo el corazón; quiere con risa, con lealtad inquebrantable y
quiere para siempre. Y ha encontrado a un hombre afortunado que la quiere de la
misma forma.
Hoy estamos reunidos celebrando una dimensión fundamental
de la capacidad amorosa: la que se pone en juego cuando se elige un compañero
para la vida. Anaí y Andrés se han escogido el uno al otro, y hoy tenemos la
fortuna de acompañar a una pareja que se está casando por las razones que
realmente importan: porque se aman, porque son amigos y se ríen más cuando
están juntos, y porque tienen las mismas ganas de compartir la mañana del lunes
que la tarde del domingo.
Esto me
lleva a la última cuestión de la que quiero hablarles hoy, y que tiene que
ver con la trascendencia del amor. Hoy, en el día de su boda, Anaí y Andrés
están siendo acompañados no sólo por quienes estamos aquí, sino también por la
presencia amorosa de aquellos que, aunque ya no están, siguen vivos en nuestros
corazones. Estoy segura de que mi mamá, mi papá y el papá de Andrés están de
alguna manera aquí, abrazando a sus hijos. Los recordamos siempre, y los honramos en este momento. A mi papá le
gustaban mucho los poemas de Antonio Machado: “Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.”
Y ellos, los que se han
ido, siguen haciendo camino al andar en
nuestra memoria y vivir en nuestro recuerdo. Estoy segura de que nada
haría más felices a Conchi, Lalo y Jorge, que ser una presencia alegre en el
caminar de sus hijos, así que vamos a darles gusto al tenerlos presentes hoy
con amor, risa y festejo.
Para terminar, un dato curioso. Hace un par de años,
cuando Anaí y Andrés nos avisaron que vivirían juntos, saqué papel y lápiz para
anotar su dirección. Anaí me dijo: “Vamos a vivir en calle Progreso, entre
Prosperidad y Unión”. Retomando el tema
de los indicios, me pareció que comenzar una vida en común en ese domicilio
era, definitivamente, un augurio estupendo.
Ojalá que Andrés y
Anaí sigan haciéndose la vida ligera y
gozosa; que sigan queriéndose con todo lo que son y todo lo que tienen, y que
la felicidad de uno sea, siempre, la prioridad del otro.
Muchas Felicidades.
JUVENTUD
Fue en la Valisse
yo lo vi todo.
Sólo recuerdo
que Andrés y yo llegamos en su moto
buscando cualquier lugar para tomar un trago;
pasamos por el Broka
nos aburrimos
aún así pedimos un mezcal
o no pedimos nada
y salimos a la banqueta a fumar
y a no bebernos ese mezcal
de la puerta vecina
entraban y salían personas
con cara de arte efímero e independiente
y aferrados a pequeños vasitos de plástico repletos de
mezcal
No vale la pena para nada
que ocupe ni el más nimio instante de este afortunado
momento y espacio
para detallar sobre lo que se exponía en la Valisse ese día,
sólo es preciso narrar, con estricto apego a los hechos que
mi
nublada memoria aún conservan, lo que ahí sucedió:
al entrar a la Valisse
Andrés me miró y yo lo miré a él
como se miran dos amigos
cuando una chica linda entra
al mismo lugar que ellos.
Nada se escucha
una alarma muy baja
frecuencia de hace muchos años
que se miran y sonríen
porque la tarde
ya valió la pena.
Yo no vi a la chica linda,
pero soy testigo del instante que dura cada momento único e
irrepetible
en el que la chica linda y nerviosa y que arrojaba colillas
entró por los ojos de mi amigo
para permanecer en su mirada
en sus palabras
y en su eterna sonrisa.
Fueron dos minutos y medio en la
Vallise y
nada ahí valía la pena, yo sólo pensaba en vaciar el vasito
diminuto
y largarme de ahí
subirme a un avión
pero estaba con Andrés
nervioso y distraído
no bebía de su vasito de plástico
no miraba las obras de arte,
sólo ella ahí valía la pena
tal vez cruzar una palabra
o saber cómo se llama
pero salimos de la Valisse
nos subimos a su moto con todo y vasitos
y nos pusimos los cascos.
Yo sólo recuerdo
aunque puedo equivocarme,
que sin decir nada y
sin quitarse el casco,
Andrés regresó a la Valisse
temblando en pequeños tropiezos
yo encendí otro cigarro
empiné el vasito
Andrés regresó
se subió a la moto
sonrisa y sospecha en la comisura de sus labios
nos fuimos de la Valisse
y casi sin poder escucharnos
me dijo:
fui a pedirle su teléfono.
Fue en la Valisse
yo lo vi todo.
Fue como observar a una parvada de millones de gaviotas
volar en una misma dirección
y cubrir el cielo con el movimiento de sus alas
como caminar cuesta arriba en la montaña
una tarde tranquila
y llegar a una cascada
con el corazón acelerado
como bañar a una gatita,
buscar una casa
o decidir dejar de usar los anticonceptivos,
es trabajo que no se puede hacer solo
como que cada día anochece
y también amanece
cada noche
no es cosa sencilla y es
menester de todos los días
y de todos los instantes.
La
“juventud” de la novia, que por supuesto todavía no acaba a mí me quedó
bastante vislumbrada en un recorrido por la Ruta Maya hace 17 años. Como todos
los viajes, éste fue muy ilustrativo, empezando por el nombre. Lo organizó una agencia de viajes buena,
bonita y barata llamada Turismo Juvenil.
Por
5,000 pesos incluyendo el camión y algunos de los peores hoteles de la
península de Yucatán, alrededor de 30 pasajeros como de 20 años nos dispusimos
a celebrar el año nuevo en Cancún. Mientras los obsesivos comprábamos Lysol y
los aventureros boletos de snorkel, Anaí buscaba una tienda de lencería. La
tradición indicaba que en Año Nuevo era absolutamente indispensable que todos
usáramos chones rojos. Ese fue uno de los primeros indispensables que le oí a
Anaí.
Entre
otros estaba el café, ver el amanecer en el mar y hablar con la neta. Cuando la
vimos subirse a la tarima de un antro, no a gritar desentonada como spring breaker, sino a cantar liderando
a los mariachis, supimos que en ella no íbamos a encontrar medias tintas.
En
ese viaje, además de cantar, vimos que Anaí escribía historias y cartitas.
Junto con notitas en servilletas, nos regalaba caricaturas de todos los
personajes del tour. Había que plasmar, como hasta hoy, los momentos
importantes. Y esos, sin excepción, incluían en primer plano a los amigos, o en
lengua Anaí, a los cuatucos. Si de algo ha estado repleta la juventud de Anaí
es de cuatucos. O amigos compañeros.
Para
entender a Anaí se requiere un glosario. El drama de la sopa aguada, lo mejor
del mundo mundial, los churidos, las huevadas y la conflictuadez son sólo
algunos ejemplos.
No
hay que olvidar su etapa Hugo Sánchez, cuando regresó hablando castellano de la
Madre Patria: me flipa, cutre, ostia, joder. Ni tampoco los apodos que nos ha
puesto. Habría que empezar por la Conchis, y seguir con seres de quienes
desconozco un verdadero nombre, como el Majo, la Comegatos y el Pestañas.
Entre
las respuestas afirmativas más contundentes que existen, está el porsufackingpuesto. Otro término clásico
es el raulismo, derivado del tono en
el que hablaba Raúl Orvañanos con el Perro Bermúdez. Pero tal vez mi favorito
es el muertismo. Viene de la película
del sexto sentido, donde (y espero no arruinarle el final a nadie) el
protagonista, un psicólogo, estaba muerto. Desde entonces cualquier terapeuta
se convirtió en muertito o muertita, y los elementos terapéuticos pasaron a
formar parte del genérico muertismo, mismo que nos lleva a otra parte
indispensable de la juventud de Anaí.
Tal
vez más recurrentes que sus típicas expresiones, le hemos oído y leído a Anaí
frases provenientes del muertismo o psicoanálisis. Ella misma las presenta como
teorías mafufas o terapeadas de café, disculpándose de antemano por ponerse de
libre-asociadora.
Cualquiera
que haya sido sujeto de una de sus observaciones sabe que lo último que son es
mafufas. Anaí no habla desde una profesión muertística, pero sí con la
autoridad de quien lleva toda la vida, incluyendo la Ruta Maya, excavando sus
motivaciones más profundas.
Así
como se talla una ceja y te pone una atención que ya la quisieran muchos
terapeutas, le pone una determinación férrea a descubrir lo que necesita para
ser más plena.
Algunas
de sus palabras más socorridas, presentes en pláticas y correos, son
replantearse, ajuste, definición, acomodo, forjar, desaferrarse y plenitud.
Hablan de una consistencia admirable al analizarse y lanzarse a probar lo que
cree mejor, aun cuando diga “seguro me va a regañar Dunia”. Ningún aferre,
aterre o desgarre la ha detenido.
Y es
así como, consistentemente, ha buscado y encontrado lo que de veras quiere. Así
lo demostró la primera vez que nos contó, absolutamente emocionada, que había
conocido a “un joven psicoanalista”.
Siempre
lo dejó my claro: Anaí no iba a estar con alguien por miedo, ni con alguien que
implicara vivir un drama de la sopa aguada. Tendría que ser nada más y nada
menos que el mejor amigo compañero del mundo mundial. Y si hoy le preguntan si
lo encontró, les va a contestar con toda seguridad: por su fackin puesto.
VOTOS
Anaí,
Hoy
quiero celebrar con todos los míos y los tuyos, que una serie larga, muy larga,
de coincidencias nos acercó, desde los segundos y los minutos que ya sólo
existen en el recuerdo, o más allá, hasta los instantes previos a ese primer vistazo,
a aquel primer encuentro. Y es que
aunque nuestras historias se tradujeron en ese momento en presencia, en ese
preciso momento, también dejó de actuar la coincidencia, sí es que le podemos
atribuir a algo así cierta voluntad, y empezó a dirigir mi intención algo mucho
más propio, más mío. Si bien todo
nuestro pasado, desconocido para cada uno, con todas las vueltas, las
decisiones y los puntos definitorios que lo poblaron, trazó un camino cuyo
destino te incluía, y me incluía, al final, de ese primer vistazo y el deseo
que lo habitó, me hago absolutamente responsable. Hoy quiero celebrar y compartir contigo, y
con los que pudieron venir, ese acto de maravillosa responsabilidad conmigo
mismo y con mis deseos.
Es
desde esa misma conciencia de lo que quiero y de lo que implica querer que hace
unos meses te dije que quería hacer esta celebración contigo y es desde ese
mismo lugar que quiero trazar nuestro tiempo juntos, el que ya es y el que está
por venir… Digo “maravillosa
responsabilidad” porque una palabra con semejante carga suele estar asociada a
presiones, ideales, y reglas, y lo que quiero decirte hoy y compartir con
nuestros más queridos, es que en mi caso
fue y es muy distinto, tu ayudaste a que
así lo fuera y sigues ayudando a que así
sea: ligero, alegre, suelto. La
maravilla es que se trata de una responsabilidad que no me pesa, se trata,
mejor dicho, de una intención que se
sostiene en que el tiempo contigo es ligero, no me presiona, no tiene la carga
de ideales ajenos, ni la rigidez de reglas absurdas… más bien tiene la fluidez
de dos deseos que se entrecruzan y se confirman el uno al otro, una y otra vez.
Con
esto no quiero decir que no ha habido momentos difíciles y que no los
habrá, quiero decir que aunque los ha
habido y seguramente los habrá, se trata de dificultades y complicaciones que
hice mías y que hago mías sin reparos y que desde allí enfrentaré, desde mí,
contigo, sin apelar a ninguna responsabilidad ajena… Quiero decir que mi motor es y será la
completa implicación propia, responsable y madura de la que decido disponer
para mí y para ti. Quiero decir que
quiero que siga siendo nuestra complicidad compartida, juguetona y divertida,
la que siga definiendo nuestro estilo de vida, nuestro modo de estar… Quiero
decir que me basta con recordar que sólo yo he elegido tu compañía, que sólo yo
te he elegido, y que tú me has concedido el honor de acompañarme y me has
elegido, y que esto es más que suficiente para renovar el profundo amor que
siento por ti.
Hoy
quiero incluirte aún más en mi intención, e incluirme en la tuya, quiero que
este día sirva para conjugarlas y potenciarlas. Hoy quiero, desde un nuevo acto responsable,
enunciar mis ganas de ser contigo.
Quiero que hoy marque un antes y un después en este continuo de los
días, que a veces pasan demasiado rápido, y que este día nos ayude a detenernos
para seguir pensando en nosotros y en qué más queremos ser, juntos. Y quiero que esto sea desde lo que hoy
sentimos, desde la experiencia de estar juntos, desde nuestras miradas
encontradas que se acompañan, quiero renovar mi intención y pensar mi futuro
desde este presente y desde la maravilla de estar contigo cada día. Quiero que sea algo tan tangible como mi
estar y tu estar, y algo tan inabarcable como sentirte, junto a mí, lo que
renueve nuestra intención, sin más referentes que nuestro deseo, sin más
implicados que tu y yo.
Quizá,
los únicos que podrían tener alguna implicación, aunque definitivamente
indirecta, son nuestros otros, los tuyos y los míos, los que están aquí y los
que no, los que ya se fueron, los que estén por venir… y tal vez los que nos
acompañan en otras esferas de la vida, esos que escucho, esos que te leen, esos
que me escuchan, esos que también proyectan futuros posibles con nosotros,
todos esos que son y serán parte de nuestra vida. Este día, aunque no de la misma manera,
también es para ellos, es para decirles, quizá solo al viento, que estamos aquí
y que esta maravilla indecible que habita nuestros días también es por ellos y
para ellos. Ustedes, los más nuestros, los más cercanos, son parte de la miel que endulza mis días, y
creo que los nuestros. Son parte de
nosotros y somos parte de ustedes. En
sus historias nos encontramos y nos reconocemos, y quiero que se encuentren y
se reconozcan en mí, en Anaí, en nosotros.
Quiero decirles que siempre serán bienvenidos en mi vida, tantos a los
míos como a los tuyos, y es por eso que
están aquí, sin más interés que compartir y seguir siendo juntos.
Siguiendo
en la misma línea, la otra gran invitada es la vida, y esta tierra golpeada y
abusada que la sostiene, este mundo que pena entre el sin-sentido y el
exceso. Quisiera que este día también
sea por todo eso que está más allá de nosotros y de ustedes, más allá de
quienes escucho y de quienes te leen, más allá de lo que podemos controlar y
que nos toca porque somos en ella y gracias a ella. Quisiera que este día sirva
para apelar a un impulso mayor que me lleve, que nos lleve, a ser mejores
inquilinos de nuestro hogar, nuestra casa mayor, inmensa, hermosa y
misteriosa. Creo que no hace falta más
evidencia de algo increíble que este gran lugar y es por eso que me encanta la
idea de tener como testigo de nuestra
unión a este bosque y este cielo, a esta tierra y a este aire… no sólo testigos
sino participantes, invitados, todos posibilitando la llama que arde en mí y
que hoy me lleva a gritar amor y deseo, intención y maravilla, contigo.
En
lo más alto y lo más lejano, pero a la
vez lo más cercano y lo pequeño, apelo
al misterio que puebla a la existencia y, sin el ánimo de darle un rostro, le
agradezco todo esto, la coincidencia, el pasado, el deseo, la intención, mi
compañera, mi historia y por los que tanto me han dado. Le agradezco el tiempo y el espacio que tengo
para ser, y renuevo mis ganas de seguir,
de apasionarme más y de ser más. Si bien
la vida tiene sus días y sus noches, agradezco la luz y porqué no, también los
momentos duros, todo me ha traído aquí hoy y no hay ningún otro lugar en el que
me gustaría estar. No hay otro lugar o tiempo para mí, y estoy encantado de que
así sea. ¡Gracias!
Por
último, a ti, preciosa compañera de los
mil nombres, mi chaparrita, mi noche y mi día,
quiero hacerte saber que me hace muy feliz haberte encontrado, conocerte
y seguirte conociendo, que me siento
muy afortunado y alegre por haber decidido ser a tu lado. Quiero agradecerte tu aceptación, tu
paciencia y tu entrega, tu belleza, tu mente, tus ideas y tus caricias. Lo que hoy nos toca es muy importante porque
me importa y lo hago porque me toca, y porque me tocas… Lo hiciste desde la
primera vez que te vi y no has dejado de hacerlo, ni un día. Por eso, hoy no es cualquier día, es el que
resulta de lo que pasa todos los días. Gracias, mi amor, gracias por mostrarme
que cada día es nuevo y que aunque pasen, es para que vengan nuevos días,
nuevos ratos contigo y con todo lo
demás, esa es la coincidencia que más me gusta y que sostiene mi intención,
gracias por tu complicidad. Te amo.
Nos hemos reunido hoy
para celebrar que el amor existe, y hablar de él bajo nuestros propios
términos. Sin intermediarios. Estamos aquí Andrés y yo, acompañados de quienes
nos enseñaron a jugar y nos curaron las heridas, con quienes hemos reído hasta
las lágrimas y llorado hasta la risa. Con todos hay historias, querencia,
familia, trabajo, vida. Y estamos ante ustedes para decir que es nuestra
intención unirnos. Que lo ha sido de un tiempo a la fecha y que lo sigue
siendo. Que es con gusto cada día. Que estamos seguros, contentos. Sabiendo que
para vivir no hay de otra: hay que echar lazos. Hay que entregarse, hay que
cuidarse, hay que compartir, hay que estar.
Mi amor. No sé cómo
decirlo. Me habitas. Me duermo, te sueño y despertamos. Como contigo, o pienso
qué comer contigo. Hablamos. Camino a tu lado, son tus manos y tus pasos. Son
tus pies en el sillón, tu voz en la casa, tus ojos todo el día. Me gustas como
nadie. Te soñé toda mi vida. Y tanto te soñé que a veces me sorprende verte en
la cocina.
A lo que más se parece
esto es a la fortuna. Rara vez nos caemos mal, y cuando sí, lo hablamos. O no,
pero no importa. Porque nos hacemos felices, y hacemos alegría siempre que nos
encontramos. Cada risa que me arrancas me espanta un viejo miedo y me hace un
poco más fuerte. A veces siento que no se puede desear más. Pero lo bueno es
que sí se puede. Y lo que estoy deseando ahora es que esto siga, con sus
avatares y sus sorpresas. Porque lo cierto es que el viaje es largo, casi nunca
es lineal y puede ponerse espinoso; está hecho de mucho gozo y también de
grandes pérdidas. Juntos hemos visto ciudades y oleajes desde lo alto, y juntos
tuvimos que despedirnos para siempre de tu padre, de mis padres. Pero así
comprendimos que en la vida uno se carga a sí mismo y carga también a los
suyos. Y eso está bien. Así debe ser. Tú eres de los míos.
Deseo que abraces tu vida
conmigo y también a pesar de mí, porque tu vida es tuya, y yo nada más te
acompaño. Pero mientras nos acompañemos, esto es lo que te prometo:
Te prometo cuidarte y
cuidarme. Que no falte calor, que no falte escucha y el esfuerzo por ponerme en
tus zapatos. Te prometo no lastimarte con intención, ni causarte un dolor
gratuito. Te prometo hacerme cargo de mí misma, y nunca hacerte responsable de
mi pesar. Prometo hacer todo lo posible por seguir abrazando la congruencia y
repudiando la injusticia. No te prometo estar de buenas todo el tiempo, ni
risueña, ni ligera. Pero sí luchar por seguir siendo yo, honesta, sin engaños,
la que esté de cualquiera de las maneras. Manifiesto mi intención de ser
maleable. Manifiesto mis ganas de amarte cada día que este amor dure. Que es
siempre. Porque el siempre no es más que hoy, todo el tiempo.
Gracias por acercarte un
día, diciendo que querías conocerme. A mí me está encantando conocerte. Andrés.
Mi cómplice, mi aliado, mi compañero. Celebro la dicha de ser juntos, la
fortuna de ir de a dos.
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