Feminismo en duda y una revolución del placer
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Propiedad de "La Cañita" |
Llevo mucho tiempo preguntándome si soy feminista,
o no. Las pasiones gritan tan fuerte que a veces no puedo escuchar y los
argumentos me confunden. Tan confundida he estado, que llevo lo que va del año
redactando este texto. Han pasado cosas fuertes desde entonces. Más mujeres abusadas
y extintas (hombres también, pero no por ser hombres), el ataque violento a un recinto inclusivo y plural, y un compañero de gremio
muerto por su propia mano, a resultas de una acusación terrible, que nunca
sabremos si fue fundada, o no. ¿Por qué carajos? No tengo la respuesta. Sólo un
montón de preguntas, que quise pensar en voz alta porque sé que muchos las comparten.
Como casi todas, yo también tengo mis #metoo: un exhibicionista que se me
apareció en el portal de un edificio cuando tenía catorce años, caminando hacia
la escuela, y un acosador telefónico que me molestó sin dar la cara durante
años. Nada demasiado aparatoso en comparación con muchos otros casos. El peor
abuso que he sufrido vino de la religión católica, que me hizo culpabilizarme
por el sexo durante muchos años, perdidos entre rezos, confesiones y
arrepentimientos, cuando yo era una niña alegre y llena de vida que no tenía
por qué estar perdiendo tiempo y energía en cosas tan sórdidas y tan tristes.
Es casi un hecho que un hombre adulto será
más robusto que una mujer adulta, y desde luego más que una adolescente o
menor. Esto coloca a los hombres violentos y encabronados en una situación
ventajosa sin mayor discusión.
Pero la violencia física no es la única
manera en que una persona puede hacer daño.
El otro día lo pensaba, y las personas que
más me han lastimado a lo largo de la vida, han sido mujeres. Mi vecinita me
encerró en un clóset sin importarle mis llantos y súplicas y en quinto de
primaria, mi grupo de mejores amigas decidieron dejar de hablarme y de paso
hacer que la generación entera me retirara el saludo. Puede sonar estúpido,
pero sufrí mucho en ese momento, y no sé los estragos que una cosa así hubiera
hecho en una niña con una autoestima más frágil que la mía. Hace unos años, una
mujer con quien tuve diferencias respecto a un trabajo, me dijo que el día que
yo aprendiera a ser agradecida, ese día tal vez sanaría. (Y sabía que yo estaba
luchando en ese momento contra el cáncer). Desde ese día la bloquee por
completo de mi vida.
Ciertas mujeres enojadas son capaces de
unas cosas horribles. El hermano de una de mis mejores amigas lleva casi tres
años sin ver a sus hijos porque su ex mujer no superó que una vez divorciados
tuviera una hija con otra mujer, y se inventó un cuento de agresión contra los niños
que tiene a la familia de mi amiga drenada económicamente y emocionalmente
destrozada. ¿Por qué? Por joder. Porque si yo soy miserable, él tiene que serlo
también. Que se chingue. He escuchado varias historias similares y lo peor es
que en este tipo de guerras de egos heridos, los que más se chingan son los
hijos.
Esa historia me recuerda otra. Un poco bajo
esa misma rúbrica me trastocó la vida mi madre. Y me la trastocó sin querer,
porque ella me quería mucho. Pero su odio contra mi padre por haber elegido a
otra mujer después de veinte años de matrimonio (y con muchas infidelidades
previas) jamás la dejó en paz. Fue un
golpe monumental y para sanearlo, ella se dio a la tarea de contagiarme su resentimiento
a cualquier precio (mis hermanas eran adolescentes cuando mis padres se separaron; yo tenía cinco años). El contagio no surtió efecto. Pero en el intento, me hizo mucho daño.
Hace un tiempo escribí en este mismo
espacio una entrada sobre las exigencias extremas y las contradicciones
colosales en las que nos movemos las mujeres. Se puede ver AQUÍ. A finales del año pasado tuve un intercambio en Facebook que me movió
el piso y me obligó a retomar el tema. Fue a propósito de una cita que
compartí. Decía así:
"The
enemy of feminism is not men, it's patriarchy. And patriarchy is not men. It is
a system. And women can support the system of patriarchy just as men can
support the fight for gender equality".
La cita es de una autora estadounidense
llamada Justine Musk, que estuvo casada con el famoso empresario y millonario
punto com y tuvo cinco hijos con él: gemelos en el primer parto y trillizos en
el segundo, después de perder a un primer hijo a las diez semanas de nacido. Hay
quien la llamaría "guerrera". A mí me choca ese término para
referirse a las mujeres, supongo que porque soy pacifista. Independientemente
de eso, yo nunca me hubiera enterado quién era la tal Justine Musk si una amiga
que ondea la bandera feminista no hubiera brincado ipso facto con un comentario demeritorio de la cita que yo había
compartido, diciendo que opinar desde un lugar de privilegio sobre esos temas
era fácil, y que el asunto no podía reducirse a un simple meme.
Mi primera reacción fue hacia la
auto parodia, respondí que a veces uno compartía cosas en Facebook frívola e
irresponsablemente, y que la frase no la había dicho yo. Luego me quedé rumiando...
lo cierto es que para mí la frase sí
tenía sentido y valor. Así que agregué otro comentario: a veces siento que las
mujeres nos hacemos más bolas de las necesarias. La diatriba continuó, mi amiga
comenzó a exponer una lista de ultrajes contra las mujeres de urgente
resolución (más o menos las que todos conocemos), y argumenté que la
victimización no ayudaba para nada a la causa. Ella respondió que ese era
precisamente el argumento del machismo para neutralizar la lucha, y la cosa se
puso medio ríspida cuando se sumó un amigo. Un amigo a quien, dicho sea de
paso, nunca he visto en mi vida; es amigo de mi amiga Hebe y uno de esos casos
raros de afortunada coincidencia que suceden en las redes. Este amigo virtual y
la amiga feminista comenzaron a discutir. Básicamente, él trataba de decirle:
"yo soy feminista". Y ella le respondía: "No, tú no eres
feminista. Ningún hombre es feminista." Y él decía: "No, sí, de veras
que soy feminista. Tengo hijas y me preocupan. Estoy de tu lado, créeme por
favor". Ella terminó diciéndole que esta era la única discusión en la que
los hombres no entran y quieren entrar a fuerzas, y que por favor se hiciera a
un lado.
Me quedé dándole muchas vueltas a este
intercambio. Lo primero que concluí es que soy muy ignorante de todo este tema,
así que me propuse enterarme un poco. Justo coincidió con que estoy escribiendo
una serie junto con mi amiga Feru para la que entrevistamos a una mujer que a
su vez escribió un libro y da talleres sobre la eyaculación femenina. Se llama Diana
Torres, es española, lesbiana y una de las personas más pensantes que he
conocido. Sostiene que todas las mujeres tenemos capacidad de eyacular y que la
represión milenaria hacia nosotras ha incidido en muchísimas áreas y
específicamente en la huella de nuestro placer, ya que lo deseable con
las mujeres es que todo sea discreto, limpio y contenido. (Estoy siendo tremendamente
reduccionista, el tema es muy extenso y recomiendo mucho que lean los libros de
Diana: Coño Potens y Pornoterrorismo). Cuando una vez
concluida la entrevista le expuse a Diana, por pura inquietud, la situación facebookera
que por esos días me atribulaba, respondió que es tan simple como esto: un
hombre no puede decirse feminista tanto como un negro no puede decirse racista.
No podría serlo aunque quisiera. Le dije que durante toda la discusión, yo más
bien me había decantado por darle la razón al hombre. Diana me respondió, con
un filo irónico: "Ya, es que eso es lo fácil". Quizá tenía razón. Pero
yo seguía con dudas...
Por esos días me fui a tomar unos mezcales
con mi amiga Susana Vargas, que en asuntos de género está muy doctorada y hasta le escribe prólogos a Judith Butler. Susana se
inclina más hacia la tendencia inclusiva. Cree que es un error intentar erradicar
la discriminación con más discriminación (en este caso, la discriminación hacia
los hombres, como bandera del feminismo radical).
Días después, encontré en internet otra
frase que le dio la razón:
"El feminismo no puede y no debe
construir a los hombres como sus enemigos "naturales". El enemigo es
el orden patriarcal, que a veces está encarnado por mujeres".
Algo parecido a lo que dijo Justine Musk,
sólo que esta cita es de Rita Segato, una de las pensadoras actuales más
importantes sobre temas de violencia y de género en Latinoamérica.
Rascándole más, me enteré de que existen
dos corrientes en el feminismo: el feminismo de la libertad (el que tiene más años) y el
feminismo de género. El feminismo de la libertad se basa en el hecho de que los
hombres y las mujeres deben acceder a los mismos derechos y las mismas
obligaciones, y busca combatir la discriminación sexual y otras injusticias
contra las mujeres. El feminismo de género parte de que seguimos esclavizadas
por un sistema de supremacía omnipresente de dominación del macho. Este es el
feminismo con más presencia e influencia actualmente, y el que por muchos es
llamado feminismo hegemónico. La distinción literal está formulada por una
feminista libertaria estadounidense llamada Cristina Hoff Sommers.
Pero lo haya dicho quien lo haya dicho,
creo que mi intuición también vale. Porque uno de nuestros principales
problemas como especie, por lo cual justamente ha ganado tantísimo terreno el
patriarcado y lo que llamamos "cultura", es creerle a pies juntillas a
quien tiene el supuesto "saber", en lugar de hacerle un poco más de
caso a nuestros corazones y a nuestras panzas.
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Después de todo este recorrido, tal vez
estoy equivocada, pero así es como yo veo la cosa:
Creo que SÍ existe una forma de violencia
patente en contra de las mujeres y que la denuncia contra el machismo es
indispensable, pero es una etapa del proceso, una fase. Es como en psicoanálisis,
o en cualquier terapia que se precie de serlo: Hay un lapso en que dedicas muchas
sesiones a quejarte de todo lo que te hicieron tus padres. Y eso está muy bien.
Es necesario. Es importante reconocer el daño, y encabronarse. Pero ese no es
el fin último del asunto. Tarde o temprano tienes que dar un siguiente paso y
responsabilizarte de tu vida. Disponerte a hacer con las piezas de tu historia lo
que mejor te parezca, bajo tu versión y bajo tus términos. Hay cierta
tendencia humana a regodearse en la queja. Me parece que la queja por la queja
misma le hace tanto daño al feminismo y a la vida como la certeza se lo hace a
la filosofía y la intelectualidad se lo hace al arte.
El análisis también ayuda a ver que todo
es cambiante y tiene muchas aristas, y que en una misma persona pueden confluir
muchas facetas. En mi caso, por muchos años mi madre fue una víctima y mi padre
un cabrón; luego mi madre se convirtió a mis ojos en una rencorosa obsesionada
y mi padre ganó puntos. Después de muchas vueltas, avances y retrocesos al
final pude conciliarlos, darme cuenta que los dos tuvieron sus enormes dosis de
egoísmo pero también de un amor muy grande que me salvó de muchas maneras. Mi
madre nunca me perdonó ese equilibrio. Ella quería que fuera su cómplice perpetua.
Gracias a que no lo fui, pude rescatar la relación con mi padre. Pero para
llegar a ese punto tuve que repelerlos y amarlos a los dos, vivir muchos años
entre mucha culpa, dolor y relaciones de pareja medio cojas, hasta que logré
poner cada cosa más o menos en su lugar. Hacer eso me ha llevado más de veinte
años. Y sé que el proceso aún no ha terminado, con todo y que mis dos papás
murieron ya.
Una vez más, no estoy diciendo que la
denuncia esté mal. Todo lo contrario. Se estima que están matando a nueve
mujeres al día en México, en promedio. Es una locura. Estadísticamente, son
muchos más los asesinatos de varones que de mujeres en este país. Pero hay una
diferencia sustancial: los crímenes contra las mujeres ocurren precisamente
porque son mujeres. Y subrayar
eso es vital. Se trata de poner el foco donde debe estar. Es como el "all
lives matter" como respuesta al "black
lives matter". No, no es lo mismo. Sí, pero no. Todas las vidas importan,
pero se trata de poner el acento en un lugar específico donde hay un atropello evidente
y nuclear, para reaccionar ante ello.
Pero a la hora de poner los acentos, no
hay que olvidar una cosa bien importante. La violencia de género no afecta
solamente a las mujeres. Afecta a sus hijos, afecta a sus parejas, a sus
hermanos y a sus amigos. Si bien los feminicidios son un problema de abuso y
ultraje contra la mujer, también lo son de impunidad, y eso afecta a
cualquiera. Las mujeres merecen conservar su integridad y sus vidas porque son seres
humanos, además, antes y por encima de ser mujeres. Me parece que el tema
profundo que nos compete no es un tema de sexos, es un tema de putrefacción del
tejido social. Y el tejido social seguirá pudriéndose mientras sigamos
alimentando el odio y el resentimiento como fin último del debate. Atacar y
culpabilizar a los hombres, a todos
los hombres, es caer en el mismo juego de poder que el patriarcado impone.
Everything
in life is about sex, except sex itself. Sex is about power.
-dijo Oscar Wilde.
Y Slavoj Zizek dijo:
#metoo
is a big movement but radically distorted ideologically through the prism of
this late capitalist individualist ideology.
Zizek es un hombre blanco y barbado que
supuestamente no debería meterse en esta discusión, pero su punto no deja de
ser interesante.
Nuestro gran enemigo común SÍ es el patriarcado. Bien agarrado en
nuestra era de su brazo más perverso: el capitalismo.
Hay algo en lo que sí soy medio feminista
radical. Siempre me ha impactado la "naturalidad" con la que se ven pechos
y nalgas de mujeres en semáforos, en tienditas, en parabuses, autobuses,
pantallas, revistas y todos los lugares donde la publicidad blande su mazo. También
es "natural" y común entre los hombres (algunos que conozco) tener
sus chats privados de encueradas. Parece inofensivo, pero es parte de este
sistema retorcido en el que estamos sumergidos hasta las cejas, y que se
especializa en convertirlo todo en un bien consumible. Empezando por el cuerpo
femenino, al que cosifica.
Pero somos las mujeres las principales promotoras de
esa cosificación. Y para ello no hace falta enseñar escotes de infarto ni ser
bien zorras. Basta con vivir pendientes de nuestras siluetas y de nuestras caras
como si sólo de eso se tratara la vida. Y no es que valgan más nuestras "mentes"
que nuestros cuerpos, ni el interior más que el exterior ni ninguno de esos
platonismos baratos. Todo vale y vale todo. El tema es colocar nuestros cuerpos
como algo siempre deseable, siempre "consumible". No estoy diciendo
"no hay que ponernos minifalda para que no nos violen". Pongámonos lo
que nos salga de los ovarios. Pero no hagamos la exposición de nuestro físico ni
la opinión sobre nuestra imagen lo más valioso ni lo más deseable de nuestra
existencia. Y al decirlo me muerdo la lengua yo sola porque ciertamente estoy
muy pendiente de mi físico, no lo voy a negar. Y me aterra la vejez y el
deterioro. Pero hago un esfuerzo consistente para dirigir mis devaneos mentales
y mi energía creativa hacia otras cosas. (De hecho fantaseo con el día en que
ya esté lo bastante vieja o sea lo bastante sabia como para no tener que dedicarle ningún esfuerzo a esto).
Una discusión medio bizantina pero
interesante y también reciente al respecto es todo el revuelo que tuvo Miss
España, que era varón cuando nació. Por puro morbo vi el video de su desfile en
traje de baño en Miss Universo, y una vez más me perplejizó que alguien pueda
estar tan absorto y dedicado exclusivamente a su imagen. Ya sea hombre o mujer.
En otras palabras, que si mover cielos y mares para transicionar en mujer
equivale a convertirte en una muñequita esquelética, en un figurín, para mí no
vale mucho la pena la discusión profunda sobre el asunto, la neta. Vamos a ver,
aplaudo la búsqueda de congruencia. Pienso en Freddy Mercury, por ejemplo,
porque de su historia lo que más me conmueve es que también
renunció a lo que "era" de origen para buscarse y para inventarse él
solito. Y se convirtió en un astro. Porque a él no le interesaba
"verse" de ninguna manera. O no sólo eso. Le interesaba hacer. Crear. A los que hacen dolorosas
transiciones para que su cuerpo concuerde con su esencia o con su género, es
muy respetable, pero que luego hagan algo con ello. Pintar un árbol, tener un
libro, escribir un hijo. Porque para ser una gran persona (hombre o mujer), no
basta con parecerlo.
El capitalismo es peligroso como brazo del
patriarcado porque así como a veces es evidente y hasta burdo, otras puede ser
muy sutil. Se mete en nuestros platos y en nuestras camas de maneras
insospechadas...
Tengo varios amigos que no han podido
tener hijos. Amigos y amigas, parejas.
Porque un hijo siempre se hace entre dos. Más allá de las causas particulares
de cada pareja, pareciera que nos estamos tardando mucho en decidirnos a ser
padres. Por lo visto, en las mujeres la posibilidad mengua exponencialmente
cada año después de los 35. Animarse a tener un hijo después de esa edad, puede
ponerse complicado. Las historias de frustración y de sufrimiento que genera el
no poder concebir, me parecen una más de los atropellos del capitalismo que
atacan directamente a la mujer. ¿Por qué? Porque ya casi nadie puede hacerse de
un patrimonio y de una estabilidad cursando los veintes y a veces ni los
treintas, y a las parejas les cuesta cada vez más trabajo encontrar el momento
adecuado en lo financiero para lanzarse a la empresa de la paternidad. Y para
quienes están en ella, es maniobrar en un circo de tres pistas. Los padres y
las madres hacen malabares para trabajar y mantener a los niños, y por trabajar
muchas veces no les ven ni el pelo. Los dejan encargados con quien pueden, y
unos niños crecen muy contentos así, y otros quién sabe. Es un volado. Y el que
lo sea, es de una violencia punzante y profunda.
El capitalismo también juega en un
sentido paradójico: no tenemos patrimonio pero nos endeudamos con las tarjetas
gastando mucho dinero en pendejadas, en renovar gadgets, coches, en vestirnos y
en que la cara se nos vea bien puesta en su lugar. Tener una vivienda, propia o
no, se ha convertido en un privilegio prohibitivo. Estamos engullidos en una
espiral de vivir para el consumo y por el culto a la imagen, secuestrados por
nuestras pantallas, que no nos deja OÍR lo que queremos decirnos. No nos deja
escuchar nuestro deseo. Y se nos va el tiempo, se nos hace tarde. Y eso también
es violencia.
Cuando un hombre es violento contra una
mujer, también está actuando desde la violencia capitalista.
Lo explica muy bien, precisamente, Rita
Segato:
"...No estoy hablando de psicópatas.
Porque, a diferencia de lo que dicen los diarios, la mayor parte de las
agresiones sexuales no son perpetradas por psicópatas. Los mayores
perpetradores son sujetos ansiosos por demostrar que son hombres. Si no se
comprende qué papel tiene la violación y la masacre de mujeres en el mundo
actual, no vamos a encontrar soluciones”.
(...)
"La vida se ha vuelto inmensamente
precaria, y el hombre, que por su mandato de masculinidad, tiene la obligación
de ser fuerte, de ser el potente, no puede más y tiene muchas
dificultades para poder serlo. Y esas dificultades no tienen que ver
como dicen por ahí, porque está afectado por el empoderamiento de las
mujeres, que es un argumento que se viene utilizando mucho, que las mujeres se
han empoderado y que los hombres se han debilitado por ello y por lo tanto
reaccionan así… no. Lo que debilita a los hombres, lo que los precariza y los
transforma en sujetos impotentes es la falta de empleo, la inseguridad en el
empleo cuando lo tienen, la precariedad de todos los vínculos, el desarraigo de
varias formas, el desarraigo de un medio comunitario, familiar, local… en fin,
el mundo se mueve de una manera que no pueden controlar y los deja en una situación
de precariedad, pero no como consecuencia del empoderamiento de las mujeres,
sino como una consecuencia de la precarización de la vida, de la economía, de
no poder educarse más, leer más, tener acceso a diversas formas de bienestar”.
La entrevista
completa, AQUÍ.
Y hay algo más. A los hombres no se les
permite hablar de estas cosas. Así
como está mal visto que se queden en casa cuidando a los niños en lugar de
cumplir con su papel milenario de ser proveedores de bisontes y mamuts, también
está mal visto que se muestren en falta. Me ha resultado curioso, como escritora de ficción, la forma en que las mujeres hemos prácticamente monopolizado las temáticas sobre soltería y derivados, como si a los hombres no los mordiera el fantasma de la soledad. Eso me obliga a preguntarme a quién estamos amordazando. El que los hombres hablen, y hablen
entre ellos de cómo se sienten y se auto analicen, como lo hemos venido
haciendo las mujeres durante mucho tiempo, es indispensable para que esto
camine hacia algún lado distinto. Hacia la urgente vía constructiva de todo
este asunto.
De esto se hablaba precisamente hace unos
meses en el baby shower del nuevo bebé de Adriana y Daniel. Ya tenían un niño,
que ahora tiene tres años. Adriana es psicoanalista y también está clavada con
estos temas, y en la fiesta propuso una dinámica donde los invitados nos
sentamos en círculo y nos pusimos a desmenuzar lo que implica ser hombre en
este tiempo, en este país y en este mundo. Ahí se habló desde la aproximación a
los juegos y caricaturas violentas hasta nociones de libertad. Y se planteó que
ciertamente los hombres tienen privilegios, pero también enfrentan el sofoco de
su vulnerabilidad. No se les permite ser vulnerables, y en esta medida, tampoco
aprenden a ver la vulnerabilidad en los demás. Es en parte por eso que protagonizan
tantos escenarios de abuso.
Así que en ese sentido, coincido con el
feminismo radical. SÍ somos víctimas del patriarcado. Todos. Y con esos ojetes SÍ
hay que ponernos radicales. Con las corporaciones, con los gobiernos, con Trump
y todo lo que encarna; con los que siguen quemando y robando combustibles fósiles
sin mesura. Con los bancos. Con los intelectuales acaparadores de lo que llaman
"cultura" y saber. No me gusta el término "hijo de puta"
porque deja muy mal a las sexo servidoras. Pero sí, a esos. A los de las batas
blancas, que medican niñitos y mujeres tristes para que dejen de dar lata. A
los que siguen poniéndose sotanas y criminalizando a niñas y mujeres que no
pueden ni deben ser madres, mientras se cogen niños y luego argumentan que los
niños los provocan.
No nos confundamos. No son los amigos, ni
los cuñados ni los primos. Ahí no está el enemigo. Aquí tampoco hay que perder
el foco. Hay que ponerlo donde va porque si no, sí nos va a cargar la chingada.
Sacar a los hombres de la conversación es hacer el club de Rosita Fresita en el
recreo, sólo que con consecuencias funestas para todos.
¿Cómo puedo llamarme feminista si no
incluyo a mi hijo, a mi esposo, a mis amigos? No puedo dejarlos fuera.
Imposible.
Nuestro problema no son los hombres, sino
todas las pendejadas en las que CREEMOS: Híncate. Arrepiéntete. Cállate.
Trabaja, gana dinero, compra. Obedece. Sin sacrificio no hay mitote.
"Palabra de Dios". "Te alabamos, Señor". Perdón, ¿qué
señor?
Es
urgente que dejemos de crucificarnos los unos a los otros. Esa ya no puede ni
debe ser la medida de nuestras revoluciones ni de nuestras transformaciones.
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Otra cosa que encarna el patriarcado y
hace un daño tremendo son los "ismos". Todos ellos. Islamismo, comunismo,
cristianismo, ateísmo. Cualquier postura que diga tener el saber absoluto sobre
algo. Incluido aquí el feminismo, cuando se enviste con el falso poder de la
razón; cuando esa razón asegura que somos santas, prístinas, inmaculadas y que
siempre somos víctimas, ante cualquier circunstancia. Porque no es así. Tampoco
es cierto que tengamos la culpa de todo. Y sí hay hombres ojetes. Y hay unos
tipazos. Y mujeres ojetas y maravillosas también. A veces las dos cosas en un
mismo día. Hay personas. Hay vida
latiendo, y la vida siempre es un desmadre. Eso también hay que asumirlo con
celeridad.
En el discurso feminista hegemónico hay
mucha llamada de atención a las autoridades. Mucha petición de que miren, de
que volteen y resuelvan. Siempre que se protesta, se protesta ante una figura
de dominio y de poder. Pienso que las mujeres tenemos que darnos cuenta solitas
de nuestra valía, no esperar a que nos la den los demás. Si esperamos a que nos
la otorguen los demás (un papá, un novio, un jefe, un gobernante) es seguir
seguir preguntando si el vestido nos queda bien. YA TENEMOS la valía. Hay que
ejercerla.
Una vez mi papá, en una de sus épocas
locochonas, me regaló un libro de Sanborns (le encantaba regalar libros de
Sanborns) que se titulaba "Por qué los hombres aman a las cabronas".
Lo arrumbé durante años. Pero luego al hojearlo me di cuenta de que el mensaje
que quería darme mi padre era que dejara de ser tan linda y tan complaciente y
de pedir tanto permiso para todo.
Porque pedirlo siendo "linda" o
pedirlo encabronada, es lo mismo: es seguir pidiendo permiso.
Es
cierto que hay temas urgentes que atender en el plano legal para que la
impunidad deje de escupir huesos y vidas truncas y huérfanos y padres
enloquecidos de dolor y familias destrozadas. Sí, sí, sí. Sin duda. Pero eso
hay que gritarlo y exigirlo TODOS.
La fuerza no se "demuestra". Y
no brota al oponerse al otro. La fuerza se trae dentro, o no. La gente
verdaderamente fuerte confía en sí misma y no genera competencia. Las mujeres
que más respeto son aquellas que no tienen que explicarse. Que se van a
trabajar o se quedan a cuidar a los hijos porque así lo quieren. Porque quieren
estar. O hacen como yo y maniobran
con las dos cosas como pueden. Pero que toman sus propias decisiones.
Creo que es urgente dejar de buscarnos por
todos los costados y los orificios nuestro valor sólo por ser mujeres. Eso nos lleva siempre a crear cofradías
impenetrables, donde sólo nos cuidamos entre nosotras. Me cagan estas frases de
"women power" y "empowered" y "give me the
power". ¿Qué parte de que es precisamente el PODER, el afán de poder, el
ansia de poder, lo que nos tiene tan agonizantes como sociedad? "The
future is female". ¿Qué mamada es esa? Si el future is female, temo
decirles que nos vamos a extinguir, chatas. A mí no me interesa un mundo donde
sólo las mujeres estén "empoderadas". Me interesa un mundo en
intercambio, en búsqueda, en juego, no un mundo "respondido".
Las voces que nos amordazan y nos someten
son las mismas a las que estamos socorriendo para defendernos. Las voces de
"así no", "tú te callas", "las cosas son como yo
digo". Las voces que dicen que esto es a punta de castigo y de penitencia,
o no es. La puta razón, ahí, dominándolo todo, desde su trono omnipotente y
omnipresente, hecho de aire, hecho de nada.
En mis pesquisas sobre el tema vi un testimonio
donde se exponía una perspectiva interesante. Se decía que el patriarcado se
había construido sobre el cuerpo de las mujeres. Porque para que el mundo se
construyera, hizo falta que las mujeres se quedaran en sus casas, pariendo,
cuidando a los hijos, lavando y planchando los trajes de los señores, y
haciendo la comida y las labores domésticas sin remuneración. Eso es bastante
indiscutible, sobre todo lo de la remuneración. Pero al mismo tiempo hubo quien
puso los tabiques, destapó las cloacas, construyó las vías, cargó los costales,
bajó a las minas, se trepó en los andamios, y juntó toda la basura que se
generó en el proceso. Habría que ver qué tan bien remunerado estuvo todo eso...
Lo platicaba con Andrés. El feminismo
radical dice que el problema es el machismo, el maltrato originado en la fuerza
masculina. Pero no es solamente eso. Es cómo se relaciona esa fuerza con
lo femenino. Nunca es sólo un componente, siempre es una combinación. Las
fuerzas no vienen nunca de un solo lado. Vivimos sumergidos en el engranaje de
los opuestos. Las fuerzas se mezclan y se confunden, se combinan. Decir
"son los machos" es lo mismo que decir "ellos son los locos, yo
no". "Ellos son los nacos/racistas/pendejos/ignorantes". Desmarcarse,
diferenciarse. Esa es la salida simple. Pero todos estamos un poco locos. Y
todos somos un poco clasistas y nacos y pendejos. Es una cuestión de grados y
de cómo se combinan los elementos en un momento determinado.
Los hombres tienen más fuerza física, sí.
Pero sólo para algunas cosas. Hace falta mucha fuerza y aguante físico para
parir y para chambear con cólico menstrual. A los hombres les cuesta hablar de
sus sentimientos y lo dicho: mostrarse vulnerables. De todos los suicidios en
el mundo, el 80% son de hombres. Las mujeres se suicidan por depresión, por
desesperanza; los hombres se suicidan por vergüenza. Por no poder cumplir con los mandatos de potencia. Al mismo tiempo, se largan con facilidad. No pueden con
el paquete y se van. A las mujeres no les pasa eso, o no tan frecuentemente. Asumen
responsabilidad. El hombre es más infantil. Si se siente desmirado o malquerido,
se pone como niño de cinco años y se busca otra. Al mismo tiempo, tiene más
momentos relajados, de poder ser niño entre amigos. Las mujeres tenemos menos
momentos así. Vivimos más exigidas. Entonces regañamos a nuestras parejas por no
ser como nosotras y ellos se encabronan. Y así. Y todo esto es oscilante, y los
papeles viran y se intercambian, y no me gusta generalizar, pero más o menos a
este son giramos en esta sociedad.
Este discurso de "somos mujeres y
somos las más chingonas y podemos solas", que tuvo mucho auge por estas
latitudes a partir de Roma de Cuarón, tiene un filo peligroso. Personalmente,
creo que no está chido decirle a los hombres "yo puedo estar sin ti".
Sobre todo, no está chido si lo que queremos es que ESTÉN. Tengo muchas amigas
que son madres solteras y son unas rifadas. Pero estoy segura que ninguna de
ellas repudiaría a los hombres así nomás, de entrada. Entre otras cosas, porque
muchas de ellas son madres de varones.
Yo creo que en todo caso, el patriarcado se ha construido
no tanto sobre el cuerpo, sino sobre la CABEZA de las mujeres. Voy a decir algo
que de entrada puede sonar a una barbaridad, pero me parece que las mujeres
tenemos demasiado poder. Pero en el
mal sentido. Nos estamos haciendo cargo de demasiadas cosas, tenemos que tomar
demasiadas decisiones. Es de sobra sabido que con nuestra incursión en el terreno
laboral, los papeles no se intercambiaron, porque los hombres no incursionaron en lo
doméstico. El gran cambio es que ahora las mujeres hacen las dos cosas: trabajar para ganar dinero y atender todo lo
relacionado con su casa. Aún las que tienen ayuda doméstica. Por regla casi
general, somos las mujeres las que sabemos si hay papel de baño, si ya se acabó
el aceite, dónde están las medicinas y la factura del coche, qué se come,
cuándo le toca la vacuna al niño. Y al gato. El tema es extenso y comparto una
reflexión muy interesante AQUÍ.
El feminismo dicta que en una sociedad que
se precie de ser equitativa, no debería congratularse con la "ayuda"
del compañero con los asuntos de la casa, ya que de esa manera se asume que es
responsabilidad entera de la mujer, y que el hombre sólo la "apoya",
por buena onda, en estos menesteres. La tendencia, entonces, debe ser hacia
repartir equitativamente las responsabilidades.
En nuestra casa todavía estamos buscándole
a ese tema. Somos bastante distributivos en general, o eso procuramos, pero
como yo soy free lance, si el chamaco se enferma, la que falta a trabajar soy yo.
Y aunque falte al escritorio de mi estudio, igual nos afecta a todos. Ciertamente
no tengo idea de cómo poner una repisa y admito que las carreteras las maneja
mucho mejor Andrés. Pero voy al súper y
planeo las comidas de cada semana porque es lo más práctico y a lo que ya estamos
acostumbrados, aunque sé que podríamos nivelarlo, igual que muchas otras cosas.
En mi caso, además de mi salud mental, me importa mucho que Esteban no aprenda
que es la mujer quien a fuerza tiene que orquestar todo el tinglado de la casa.
Pero no es cosa sencilla. Hemos vivido bajo esos paradigmas por siglos. En mi casa
era una cosa más "natural" porque mi padre trabajaba en su
consultorio y mi madre era ama de casa; pero mi suegra llevaba el timón de la
suya y además daba preparación para
partos y los atendía. Asumo que tenía bastante ayuda pero igual tenía que
organizar las vidas de tres escuincles, mientras mi suegro vivía fundido con
las matemáticas y el mundo de la abstracción cuántica. A lo mejor hay mujeres a
las que les encanta vivir así, y hacerse cargo de muchísimas cosas. A mí,
francamente, a veces me abruma. Pero una vez más, creo que todo es cuestión de elegir
lo que queremos, y actuar en consecuencia. Pero si maniobramos en automático, y
vivimos bajo paradigmas que ni siquiera nos hemos cuestionado, y ENCIMA seguimos
pretendiendo hacer todo y resolver todo y abarcar todo para subrayar lo
chingonas que somos y lo machos pazguatos que son ellos...
...Esto. Nunca. Va. A. Cambiar.
Y aquí también cabe alzar la voz: En
México, las mujeres tienen derecho a una baja laboral por maternidad de 84 días
con goce de sueldo. El hombre, de cinco. ¡Cinco días! Se necesita revisar esto
con urgencia. Y se necesitan más guarderías y estancias infantiles gratuitas o por
lo menos accesibles. Y más apoyos oficiales, de todo orden, para que los hombres participen más en la crianza de
sus hijos. Me parece que son estas leyes, y no tanto las que dictaminan qué es
acoso y qué no lo es, las que van abriéndole terreno a la equidad y a una mejor
vida para las mujeres.
¿Y qué es una mejor vida para las mujeres?
Puedo responder solamente por mí. Para mí, una buena vida es una donde tengo aire.
Tiempo. Tiempo para mí. Para hacer mis cosas, para escribir, tomarme mis cafés,
leer, mover el cuerpo, crear, y estar con la gente que me cae bien. Y eso a
veces incluye a mi hijo y a mi pareja, y a veces no.
El feminismo de origen, el libertario, el
igualitario, promueve que haya mujeres y hombres haciendo por un mundo mejor
para todos. Porque de eso se trata. De que todos estemos bien. De hacer
comunidad. Y de defender la vida. Sí, la vida. Ese instante milagroso en que
dos células se juntan y de ahí salen columnas vertebrales, córneas y uñas. La
maravilla de la vida en sí misma. Y ahí, una vez más, la vida
viene de la combinación de cosas. La naturaleza no es madre: es madre y padre.
Es vida. Y no estoy defendiendo la vida desde un discurso religioso de cuarta. Me
parece que a estas alturas ha quedado bastante claro que no confío en ninguna
religión. A mí me da igual si un niño tiene dos padres o tres madres o si nació
de un esperma donante o de un vientre prestado, si crece con amor. Pero de que
hace falta lo masculino y lo femenino para engendrar vida, de esa no nos
libramos. Así que la pregunta es... ¿cómo le vamos a hacer?
Repudiar a los hombres es un auto gol en
un sentido todavía más profundo. En mi caso, sin ir más lejos, es meterme el
pie solita porque yo misma soy hombre y mujer. Soy mi padre y mi madre. Tengo
un código genético combinado a partes iguales donde el sexo es el último
eslabón que se pegó, muy azarosamente. Lo que no es azaroso es el resto de mi
herencia, y esa va por partes iguales. Tengo la mente desbocada de mi padre y
el hedonismo de mi madre, la tendencia melancólica de ella y la parte lúdica de
él. Tengo la mecha corta de mis genes árabes y la propensión adictiva de ambos
lados. Soy eso y muchísimo más, muchos detrás, de los y las que no tengo ni la
más peregrina idea. Lo que me parece un hecho es que soy mucho más que "mujer".
Diana Torres dice que defender la
masculinidad es "lo fácil". Pero... ¿por qué tiene que ser difícil?
La naturaleza ES fácil. Es rotunda.
La naturaleza está llena de adjetivos pero en realidad es completamente carente
de ellos. Late, brota, crece, muta. Nada más. Todas sus definiciones y sus
adjetivos surgen de nuestra necesidad humana de entender, de clasificar y
compartimentar, y todo lo que nos exige nuestro harto complejo y necio cerebro.
Vivimos haciendo clicks, buscando asociaciones. Tan automatizados en nuestros
enarbolamientos conocidos que los damos como verdades universales. Por eso nos
cuesta tanto trabajo lo queer: porque
es inclasificable. Porque desconcierta y confunde. Pero el cerebro es una parte
minúscula de la naturaleza. Insignificante. Se muere igual que se muere un
mosco aplastado contra la pared en la madrugada. El problema es que alguien
decidió que era el emperador, el Juan Camaney del universo.
Todo
se hace en silencio
como
se hace la luz dentro del ojo
-escribió Jaime Sabines.
Así. Fácil.
Nuestro valor es intrínseco pero no es por
ser mujeres. Ni siquiera es por ser personas. Yo empezaría a quitarle unos
cuantos laureles a nuestra especie. En realidad valemos madres, somos tan
efímeros como todo lo demás, por mucho que regodeemos en la conciencia
de nuestra propia existencia. En realidad, lo único que debería preocuparnos, lo único
que deberíamos estar intentando a toda costa, es pasarlo bien mientras tengamos
esta pequeñísima ventana de oportunidad llamada vida.
Y las que tenemos hijos, mantenerlos
vivos, estar presentes y echarles la mano para que en ellos brote lo mejor y no
lo peor de su herencia. Y para lograrlo, nos conviene confiar en nuestros
hombres. Sólo en la medida que volvamos a confiar en ellos lograremos la
equidad que tanto ansiamos. Sólo cuando creamos que son capaces de cuidar a los
cachorros igual de bien que una, y no sólo mantenerlos (si es el caso), habrá
más hombres que se animen a quedarse en casa mientras nosotras nos vamos a
trabajar. Y si no se quedan (porque tampoco nosotras tenemos que hacerlo), al
menos convertir todo esto en algo más parejo y más gozoso.
Es necesario ser radicales. Sí,
definitivamente. Porque el patriarcado sí es perro. Ninguna gran revolución en
la historia se ha hecho sin ese ingrediente. Pero si me lo preguntan, la única
revolución en la que yo creo es la revolución del arte. En el poder de tocar a
otros, de tocarnos entre nosotros, de movernos, conmovernos y removernos. De
juntarnos y frotarnos las almas.
Durante nuestra conversación, le pregunté
a Diana por la rabia. Cómo la veía en este contexto. Dijo que la rabia era una
cosa muy deseable si con ella se creaba algo. Yo no podría estar más de
acuerdo. En su libro Coño Potens,
habla de la venganza. Pero la venganza bien entendida en su acepción original,
que tiene que ver con el equilibrio de las cosas. Un equilibrio que hay que
procurar nosotros mismos, y no dejarlo en las manos del destino o de un dios.
La venganza de las mujeres, para ella, no está en las buenas razones ni en
convencer a nadie de nada, tanto como en la recuperación de nuestros cuerpos.
Sugiere atacar la violencia con placer. Esa es una idea chingona y
revolucionaria donde las haya.
Y yo digo que no sólo se trata del placer
sexual, aunque es básico. Sino el acceso a todos los gozos. No los goces, los gozos.
Es muy distinto. No a lo que se busca con compulsión y que jamás nos llena, sino
a lo que nos da placer. Sólo placer. Sin argucias, sin objetivos, sin
"productividad". Placer. Una caminata a la orilla del río o a la
orilla de la avenida. Comer, beber y dormir con ganas. Amar a destajo. Sin
pudor. Sin imposiciones. Como yo amo a mis hombres, le pese a quien le pese.
Incluyendo a la hembra herida que es mi madre y que aún habita dentro de mí. Placer. Una ficción o una canción. Respirar
profundo un sorbo de aire limpio. Reírse a borbotones. Besos en todas sus
modalidades. Y ser capaces de estar presentes en cada uno de esos momentos.
Para eso necesitamos la razón. Para estar en nuestros cuerpos mientras
están viviendo. Ese es nuestro privilegio.
Placer. No digo alegría ni felicidad
porque la felicidad siempre conlleva una carga de exigencia, y está asociado a
conceptos dudosos como el éxito y el tener. Yo hablo de algo más efímero, pero a
la vez más presente, constante y asequible en cualquier momento del día. Para
cualquiera.
No necesitamos mucho más. Nos vendieron el
cuento de que sí. De que todo es tremendo y grandilocuente. De que el
sacrificio y el pecado y el arrepentimiento y el nacionalismo y la guerra y el
honor y el pundonor y la virtud y la teoría y la crítica el legado y la
devoción y las buenas costumbres y la táctica y la estrategia.
Cabeza, cabeza, cabeza. Hueva.
Nosotros, hombres y mujeres, estamos
hechos para fundirnos, para bebernos el agua y bañarnos en ella. Para gustarnos
y olisquearnos y lamernos. Todos contra todos. Por eso el poder del amor es tan
grande. Porque es voluptuoso y delicioso y sensual. Uno tampoco ama a un bebé
con la cabeza. Ni a un animal. El amor se huele, se toca y se besa. La ternura
se acaricia y se conoce. Eso lo sabemos en nuestras profundidades más
insondables, a donde no llegan las palabras ni las buenas razones, y es el
único motivo por la que seguimos habitando este lugar privilegiado, después de
hacer y pensar tantas estupideces.
Lo creo sin ninguna duda: si algo puede
salvarnos, no es ninguna guerra, ninguna revolución y ningún "ismo".
Si algo puede salvarnos es una ética del placer.
Y vivir bajo la ética del placer no
significa ser tibio, frívolo ni vacuo. Ni amoral. Todo lo contrario. Es comprometernos
con uñas y dientes. Pero con la vida. Con esta oportunidad. Con nuestras
familias, con nuestros afectos y nuestros talentos. Hay que amar a rabiar. Y
negarse rotundamente a la queja. Sí al dolor, a decirlo y a crear algo con
ello. Pero no a la queja.
Este es mi manifiesto feminista. En donde
no manifiesto nada más que mis propias incertidumbres. Si suenan como certezas,
es porque me voy respondiendo las preguntas como las voy entendiendo.
Termino con una idea Hayao Miyasaki, un
hombre sensible, comprometido y chingón, que nunca ha tenido miedo de decir ni
compartir lo que se le ha dado la gana:
I've become skeptical of the
unwritten rule that just because a boy and girl appear in the same feature, a
romance must ensue. Rather, I want to portray a slightly different
relationship, one where the two mutually inspire each other to live- if I'm
able to, then perhaps I'll be closer to portraying a true expression of
love.