“This is precisely the time when artists go to work. There is no time for despair, no place for self-pity, no need for silence, no room for fear. We speak, we write, we do language. That is how civilizations heal.”
-Toni Morrison

martes, 19 de septiembre de 2017

En defensa de la indómita

Todos tenemos historias asociadas a los temblores. Las narramos a la menor oportunidad como medio de elaboración del trauma, no importando su magnitud. Hoy se cumplen 32 años desde aquella mañana de jueves en que la ciudad de México vio su suerte en modo trepidatorio. Yo estaba con mi madre y con mi hermana en casa y mientras nos sosteníamos de los marcos de las puertas (cosa que ahora sé que no se debe hacer), veíamos volar un candil de un lado al otro del pasillo mientras escuchábamos el brincoteo del agua del excusado y el caer y el crujir de todo. Yo tenía diez años y todavía fui a la escuela (aunque me regresaron) y mi hermana Dunia intentó salir para la universidad, sólo que en el camino se encontró con un gigantesco ángel de la cúpula de la iglesia en medio del eje vial. Para las 7 de la tarde del día siguiente, con la réplica y el conocimiento de todos los muertos y los desastres ocurridos, el miedo fue mucho mayor. En ambos terremotos, mientras nos agarrábamos de lo que podíamos, las tres rezábamos. Con fervor, con desesperación y con pánico. 

El temblor de hace casi tres semanas también cayó en jueves. Tal es mi recuerdo de los temblores del 85 que a veces, cuando me acuerdo, me voy a la cama pensando "qué bueno que hoy tampoco tembló". Justo acababa de pensarlo cuando sonó la alarma sísmica y por alguna razón pensé que era un simulacro (yo creo que es eso a lo que tengo asociado ese sonido, o quizá fue simple negación). Para cuando me cayó el veinte de lo que estaba pasando y llegué al cuarto de Esteban, ya se estaba tambaleando todo. Me arrodillé junto a su cama y lo vi tan dormido que no quise despertarlo. De todas formas lo indicado es quedarse quieto mientras el temblor transcurre, y buscar un lugar protegido por si algo se cae. Y yo pensé: Ok. Está temblando. La tierra tiembla desde que el mundo es mundo. Y si se nos cae un adorno, un poste o el techo encima, pues ni modo. Cerré los ojos y me puse a respirar. Esta vez no recé. 

El temblor pasó y los nervios llegaron cuando empecé a marcarle a Andrés, que estaba en su ensayo de los jueves, y no salía la llamada. Luego entró su whatsap, y luego otros cinco y otros diez. ¿Están bien? Llegó Andrés a casa y durante la siguiente media hora y al día siguiente todo fue una cascada de ¿están bien? ¿Todos bien? Al nonagésimo "están bien" y "estamos bien" en Facebook, el asunto empezó a caerme gordo. Esa es la verdad. Y sé que mucha gente no está bien en Chiapas y en Oaxaca, que perdieron sus casas y sus vidas. Pero tiene algo de extraño el estar preguntando si la gente está bien con tanta vehemencia después de que tiembla la tierra. Hay algo raro en irse a la cama cada noche, como yo, agradeciendo que no tiemble. Como si no viniera sucediendo desde hace 4,800 millones de años, mucho más fuerte y muchísimo antes de que los seres humanos llegáramos y pusiéramos el primer tabique, el primer techo que se nos podía caer encima si esto llegaba a moverse de más.

Cuando era chiquita, todas las noches, junto con el Padre Nuestro, el Ave María y otras jaculatorias, mi madre y yo rezábamos: "contra el maligno enemigo y contra las fuerzas de la naturaleza, protégenos señor". Hoy lo recuerdo y me parece escalofriante. Como si las fuerzas de la naturaleza fueran algo que conspirara contra los seres humanos a voluntad.  Y poniéndolas junto al "maligno enemigo" en la misma frase, como para reforzar la idea. Y ahora que lo pienso, además de terrible me parece absurdo: ¿a qué Dios no incluido en la naturaleza podríamos rezarle, en cualquier caso?

Es cierto que la naturaleza puede ser muy destructora. Pero sólo lo es cuando hay algo que destruir. No quiero sonar desalmada, pero así es. Hay historias de terror, sin duda. Recuerdo, recientes, los terremotos de Chile y de Tahití, los tsunamis de Tailandia y el de Japón. Muchos huracanes, entre ellos Katrina, que destruyó Nueva Orleans. Siempre es espantoso saber que tanta gente pierde su casa y sus cosas y su vida, y siempre renueva la esperanza en la especie humana ver las reacciones de solidaridad y ayuda que emergen en estos escenarios desoladores.

Pero no deja de resultarme llamativa la perplejidad con la que reaccionamos ante estos fenómenos. Y mi conclusión es que hemos construido, literalmente construido, ciudades de inconsciencia por encima de lo natural. Lo natural que, paradójicamente, nos da las bases para todo. Desde el agua y la tierra hasta los materiales que explotamos y modificamos para edificar nuestra negación. Creo que nunca como ahora habíamos estado tan radicalmente alejados de la naturaleza.


Es interesante analizar lo que sucede con los temblores y con los huracanes porque son ejemplos dispares dentro del mismo caso. Si bien los terremotos existen desde el principio de los tiempos terrenales, los huracanes, no. Los huracanes que estamos viviendo de unos años a la fecha a finales de cada verano, con esta frecuencia y con esta intensidad, son el resultado de un fenómeno muy peculiar, y es que las aguas están presentando las temperaturas más altas de la historia. Hay un video interesante al respecto en este link.

Así que el pánico a resultas de estos dos fenómenos, parten de dos suertes distintas de negación: el miedo a los terremotos es la negación misma del comportamiento de la naturaleza, y la desolación ante la devastación de los huracanes parte de lo mismo pero con un origen mucho más grave: es la misma negación pero insertada en las raíces del poder, que es incapaz de dejar de hacer lo que sea que esté haciendo contra el ecosistema para seguir edificando sus emporios. Y mientras tanto, para poder edificarlos, le vende a la gente (sus esclavos pagados, sus abejas obreras) la ilusión de que también ellos pueden edificar los suyos. Y les da créditos para que se endeuden comprando sus casas o les construye viviendas que se caen con un solo soplido del Lobo Feroz; y les paga dinero para que consuman como bestias, llenándolo todo de plástico y de gases tóxicos y de basura, porque junto con el dinero, nunca les da información. (Porque no conviene). Contra el maligno enemigo y la codicia humana, protégenos, señor. 

Hace unos días fui al Costco. La señora que estaba formada delante de mí para pagar, llevaba sus paquetes gigantes de papel de baño, con cada rollo envuelto en su empaque individual de plástico; su tambo gigante de Cloralex, sus paquetes de kiwis traídos desde Nueva Zelanda (veinte horas de emisión de CO2 para traer esos kiwis a México), varios paquetes de carne molida de res empacados en unicel. ¿Y qué hacía yo en el Costco? Paradójicamente es el único supermercado cercano donde encuentro pollo, cereal y pan que no traigan hormonas o transgénicos, y un vino bueno, bonito y barato que me gusta mucho comprar. (No cabe duda que la gente que sabe vender, te vende de todo). La cosa es que esta señora del carrito de adelante se veía instruida, llevaba unos anteojos colgando (lo cual no necesariamente significa nada) pero vamos: se veía el tipo de persona que tiene acceso a la información. Y sin embargo, casi todos los productos que estaba llevando eran un atentado contra las nociones de ecología más básica y elemental. Lo peor es que esta sensación la tengo constantemente con gente cercana, en mi núcleo. Cuando veo llegar el súper a sus casas en treinta bolsas de plástico o cuando los veo lanzar colillas a la calle. Y no quiero sonar criticona ni regañona. Pero me preocupa porque siento que estas cosas deberían estar más que interiorizadas a estas alturas, al menos entre gente claramente consciente y a todas luces preocupada por el destino de la especie, y no lo están. ¿Por qué no lo están? A lo mejor yo estoy mal y no deberíamos preocuparnos tanto. Como dice George Carlin: es presuntuoso y soberbio pensar que podemos salvar a la Tierra. No nos toca. La Tierra ha estado aquí y va a seguir aquí y los que nos vamos a ir a la chingada somos nosotros. Pero, ¿no es justo eso lo que debería preocuparnos y ocuparnos?

¿Cuándo pasó? ¿Cuándo nos escindimos de la naturaleza a este grado? Desde luego, vivir en la ciudad no ayuda. Que nuestra relación cotidiana sea con coches y concreto y puertas y pisos y productos de fábrica en lugar de con árboles y montañas y cuerpos de agua, no ayuda a sensibilizarnos. (Aunque los pisos y los coches y las puertas hayan sido fabricados con materiales provenientes de la naturaleza, porque si no, tendrían que haber venido de Saturno, y no es el caso). Pero ustedes saben a lo que me refiero.

¿Ha sido así siempre?

Creo que un momento clave de la escisión fue cuando nos dijeron y nos creímos que Dios estaba en otra parte. En el cielo, en el más allá, en un Reino Inasible. Que lo que ocurriera aquí no importaba porque finalmente lo importante se cocía en otro lado. (Contra el maligno enemigo y las fuerzas de la naturaleza defiéndenos, Señor).

Cuando le dimos rasgos humanas a la tierra (igual que hacemos con Dios y con todo) y la llenamos de adjetivos. Y decidimos que la naturaleza era cruel. O inclemente. O misericordiosa. Cuando en realidad no es ninguna de esas cosas: sencillamente ES. Y desde luego no está pendiente de nuestras súplicas ni atiende nuestros reclamos. Nos regala maíz y frutas y agua, sí; y al mismo tiempo puede abrir una grieta que se traga a los dinosaurios o se lleva a doscientas personas con una ola. Sí, eso hace. Ni modo. 

Nos separamos de ella cuando quisimos tenerlo todo.

Cuando decidimos que la naturaleza podía poseerse y los territorios dividirse. Pero la tierra no es que sea de unos cuantos y no es que sea de todos: es que no es de nadie.

Cuando nos hicieron venerar un pedazo de tela diciéndonos que eso éramos. Que somos un país y que hay que amarlo y morir por él. ¿Pero qué es un país? Que le pregunten a Yugoslavia, por ejemplo, que ha cambiado de límites, fronteras y nomenclaturas decenas de veces, qué es un país.

Cuando aceptamos la guerra como algo normal (porque claro, ¡hay que defender nuestro país!) 

Cuando los homo sapiens se escabecharon a todos los demás homo que había en el planeta y por eso somos los únicos animales que no tienen otras familias de su especie, como explica la escalofriante teoría de Yuval Noah Harari.

A lo mejor somos extraterrestres, y ya. No venimos de aquí, y eso lo explica todo. (A veces en serio lo he pensado).

Y he pensado cosas más extremas.

En la conversación reciente sobre el maltrato a las mujeres y los ultrajes y asesinatos y el uso de las mujeres, a veces siento que así tratamos a la naturaleza, a la Tierra. Como una mujer que mientras sea linda y bonita y generosa, todo bien. Pero en cuanto nos muestra su lado bravo, no nos gusta. Entonces queremos domarla, amordazarla, que haga lo que esperamos pero que no la arme de tos. Que se esté quietecita, que no se mueva.   

Y esto lo hacemos tanto los hombres como las mujeres. Porque en este mundo utilitario, plastificado y enajenado que nos hemos inventado, creo que tampoco nosotras tenemos muy claro de qué se trata eso de ser mujer. 

Ahora, la pregunta que de veras importa: ¿Qué diablos hacemos?

Creo que desde el pináculo de la razón, va a ser poco lo que vamos a conseguir. Porque es justo desde ese lugar de razón y supuesta consciencia que hemos hecho todos estos destrozos. A punta de argumentos no vamos a convencer a nadie de nada, eso me está quedando más claro que nunca.

Creo que lo mejor que podemos hacer es bien simple: ir hacia ella. Abrazarla, sumergirnos en ella. Tan cursi como pueda sonar. Me vale tres kilos de madres sonar cursi. Sólo ella nos puede regresar a ella. Hay que ir a caminar descalzos en el pasto. Hay que ir a abrazar unos cuantos árboles. (Los pinches gringos se encargaron de acuñar el término peyorativo "tree hugger" para aludir a la fauna hippie, new agy, como del hombre Nutrioli pelirrojo que ahora sale en Facebook, y que sí está muy chistoso pero no debemos dejar que reprima nuestros ímpetus naturalistas, yoguis y ecologistas). ¿Han abrazado un árbol últimamente? Háganlo. Es de veras reconfortante. Hay que abrazar también a los perros y a los gatos y a los bichos que se dejen, incluida la gente. Hay que ir a acampar y a brincar en las olas antes de que sea tarde. Antes de que el mar sea radioactivo, como dicen los Joao en la canción de "Vamos a la playa", que es una canción distópica aunque parezca otra cosa.

Y no sé qué más. La naturaleza es vasta y cada quien tiene sus muy personales formas de aproximación a ella. Hay que procurarlas. Hay que repetirlas. Creo que es usando los sentidos y respirando hondo que vamos a ir recibiendo las instrucciones. Porque de ahí somos, de ahí venimos. Y sobrevivimos: eso hacemos. Para eso estamos programados: para seguir. Quiero confiar en que a la larga, y a punta de amor, eso es lo que vamos a hacer.  



lunes, 5 de junio de 2017

Receta para nuestra supervivencia en 15 pasos



Esto se está poniendo feo. Estados Unidos se declara una vez más (porque ya lo había hecho antes) a favor de la economía y en contra del medio ambiente. Pero si no nos ha caído el veinte, nos tiene que caer ya: tenemos que dejar de esperar que sean las grandes decisiones de los grandes gobiernos y las grandes corporaciones a las que sirven con sus pequeños miembros, lo que evite la catástrofe ecológica que por lo visto nos preocupa tanto a todos.

Sí, hay asuntos fuera de nuestro alcance. Pero hay muchos, MUCHOS asuntos que podemos atender en nuestras cotidianidades y que van salvándole venas, arterias, células y neuronas a esta Tierra de la cual estamos hechos. Porque la Tierra no es una cosa que está allá afuera. Es lo que nos tragamos diario. Es lo que respiramos. Somos oxígeno, magnesio, sodio y zinc. La Tierra somos nosotros. Y si somos capaces de lavarnos la cabeza y los dientes todos los días, me parece que hay otros hábitos que podemos empezar a implementar. Todos urgentes.
  1. Tenemos que dejar de usar plástico. A la de ya. Llevar nuestras bolsas de tela cuando vamos de compras, evitar los recipientes de plástico y si acaso llega a nuestras manos alguna bolsa infame, reusarla lo más que se pueda.
  2. Lo mismo con las malditas botellas. Cada día en México se llena el equivalente a tres zócalos capitalinos enteros con pura basura de botellas de agua y refresco. Eso sí está para llorar, y Trump no tuvo nada que ver.
  3. Los popotes son para viejitos sin dientes. Las colillas de cigarro botadas son de nacos. Sí, de nacos. Ustedes saben a cuáles me refiero. (Yo fui naca muchos años pero ya se me pasó).
  4. Tenemos que decirle no gracias y de preferencia mentarle la madre a cualquiera que pretenda vendernos algo en un vaso o un recipiente de unicel.
  5. Usar el coche lo mínimo indispensable y en cuanto se pueda, cambiarlo por un transporte híbrido, eléctrico, manual o público. Seguir quemando combustibles fósiles a destajo es una locura.
  6. Tenemos que dejar de comprar ropa bonita, barata y de mala calidad, que se desecha rápido. La ropa de materiales sintéticos tarda siglos en degradarse. Que no veamos la basura no significa que no esté ahí. Y es mucha. Y la que no se deshace solita, nos traga.
  7. Tenemos que comprar local. Cada vez que compramos unas fresitas hechas en Chile o en quién sabe dónde estamos comprando contaminación por aire y por tierra.
  8. Es mejor consumir orgánico. Los pesticidas, plaguicidas y aditivos para el crecimiento dañan la tierra.
  9. Es mejor buscarse un detergente biodegradable, dejar de echarle porquerías al agua.
  10. Y con el agua, seguir aplicando nuestra cultura ya bien aprendida desde los ochenta: ¡¡CIÉRRALE!!
  11. Es indispensable reducir nuestro consumo de carne roja. El metano que producen las vacas es uno de los mayores promotores del efecto invernadero en la atmósfera y además ¿en serio es necesario sacrificar tantos animales para alimentarnos? En mi casa hemos prescindido de la carne roja entre semana y nos funciona. La dejamos para los fines de semana y se aprecia mucho más!
  12. Sí. Hay que separar la basura. Todo lo que pueda reutilizarse y transformarse, nos compra vida en la Tierra.
  13. Tenemos que dejar de comprar. Así. TENEMOS. QUE. DEJAR. DE COMPRAR. Tenemos que dejar de tirar cualquier cosa nada más porque se le cayó un botón. Hay que tratar de arreglar nuestros zapatos, nuestros muebles y nuestros aparatos; salirnos de esta espiral enloquecida de cambiar el coche, el teléfono y la computadora nada más porque ya salió uno más bonito. (O porque ya lo ahogamos...) Tenemos que quitarle la importancia estratosférica que le hemos dado a la palabra "nuevo". Nos tiene que caer este veinte: Todo lo que consumimos, TODO, pasa por un proceso de producción antes de llegar a nuestras manos y se convierte en desecho cuando lo tiramos. En cada uno de esos pasos hay un impacto y se deja una huella. Tenemos que dejar de ser como caballitos acorazados que van corriendo y sólo ven para el frente y no para los lados. Tenemos que carajos despertar. Por nuestros hijos y sus hijos.
  14. En cuanto se pueda, hay que aprender a cultivar algo. Aunque sean unos tomates en el balcón. Dejar de ser unos inútiles dependientes de la industria para atender cada una de nuestras necesidades.
  15. En cuanto se pueda, hay que apostarle en serio a la energía solar.
Y seguro hay mucho más. Estas son las acciones cotidianas que a mí me funcionan y que procuro hacer. ¿Y saben cuándo se va a poner bueno todo esto? Cuando todos empecemos a caminar en esta dirección y empecemos a ayudarnos para favorecer estos cambios. Ahí sí vamos a poder pintarle dedo a cualquier gobierno, corporación o depredador mundial que nos venga a anunciar nuestra muerte inminente.

La semana pasada nos fuimos de vacaciones a la playa y gracias a esta botella de aluminio (la que aparece en la foto), me enorgullezco en decir que no compramos una sola botella de plástico. Ni una. Hay que estar a las vivas, eso sí; hay que estar viendo oportunidades para rellenar la botella y echarle un hielito por ahí. Pero ya que te acostumbras es fácil.

Y esa es la cosa. Hay que hacerlo fácil. Hay que hacerlo hábito. Como lavarnos los dientes. Solitos. Todos los días. ¿O alguien de veras, neta, necesita que venga Donald Trump a su casa con el hilo dental?

jueves, 4 de mayo de 2017

La fortuna



Durante un tiempo yo fui de las personas que no querían casarse. Tenía muchas buenas razones para no hacerlo. Cuando llegó el día, también tuve buenas razones para hacerlo. Pero visto en retrospectiva, me di cuenta de que esencialmente lo hice porque quise. Así, sin, argumentos ni racionalizaciones. Como deben hacerse las cosas importantes de la vida: por ganas.

Siempre he sido muy ritualista y tuve la suerte de encontrar a un compañero que le entra a mis locuras, y que además sabe de la importancia de lo simbólico. Juntos nos inventamos una boda como se nos dio la gana porque justo brotó de nuestras ganas. No teníamos obligaciones impuestas ni adquiridas, invitamos a la gente que realmente deseábamos que estuviera ahí, y nos pudimos brincar el protocolo religioso, que no nos entusiasmaba.

Habíamos escuchado de ceremonias oficiadas por pastores anglicanos o chamanes, pero con nada de eso nos sentíamos identificados tampoco. Después de mucho pensarlo, concluimos que si estábamos haciendo un ritual para marcar un espacio en el tiempo para participarle a los nuestros que estábamos dispuestos a compartir nuestra vida (o más bien a seguir compartiéndola, porque ya llevábamos tres años viviendo juntos), no necesitábamos intermediarios.

No nos lo tomamos a la ligera. La ceremonia tuvo mucha preparación. Leímos sobre ritos de matrimonio de diferentes culturas y de ahí tomamos lo que más nos resonaba. Al fin y al cabo las tradiciones tienen una razón de ser, y son parte del tejido que nos conforma. Por eso nuestra ceremonia fue debajo de un techo, hubo anillos y hubo un lazo. Pero era un lazo especial. Estaba hecho de semillas que los propios invitados habían engarzado a su llegada, después de escribir un deseo o una bienaventuranza para nosotros. Los tenemos guardadas en una caja especial y es muy emocionante releerlos de vez en cuando. Para nosotros pesa mucho la palabra, y quisimos que la palabra estuviera presente en la ceremonia pero con un sentido. Así que hicimos todo un diseño con base en el número 4, empatándolo con el 4 de mayo, que fue el día en que nos casamos. Estaban presentes los cuatro elementos: el fuego de cuatro velas (que nunca prendieron bien porque había mucho elemento aire), y plantamos una bugambilia que cada miembro de la ceremonia pasaba a regar después de leer el discurso que había preparado. Éstos tenían que ver con las cuatro etapas de la vida. Nuestros hermanos (dos de Andrés, dos mías) hablaron de la infancia; dos de nuestros mejores amigos hablaron de la juventud, nosotros enfocamos nuestros votos a la época actual, y nuestros padres cerraron con una bendición orientada a la madurez. (En este caso sólo hablaron Tere y Alfredo, mi cuñado; quiero pensar que tanto el papá de Andrés como los míos participaron en la ceremonia en una modalidad más etérea, y a veces de veras lo creo porque era un día de primavera especialmente brillante y frondoso en El Chico). Ninguno sabíamos qué habían escrito los demás, cada discurso fue una sorpresa. Mi sobrino Diego musicalizó la ceremonia en el piano, lo cual fue un honor. (Ian, mi sobrino el mayor, musicalizó la fiesta como D.J. ya entrada la madrugada, pero eso ya fue parte de un ritual más dionisiaco...)

La ceremonia no fue tan larga porque le pedimos a todos los participantes que no hablaran más de cuatro minutos. Cuando terminó, todos fuimos abrasados por una oleada expansiva de amor como el rayo del sol que tatemó a unos cuantos durante la comida y que duró hasta las ocho de la mañana del día siguiente. Fue uno de los días más hermosos y emocionantes que he vivido.















Fue una cosa muy especial porque además todo el mundo participó. Andrés y yo hicimos toda la logística pero nos apoyamos en miembros estratégicos de su familia para la ceremonia y la decoración; fueron amigos quienes se encargaron de la música y las fotos, y el día anterior a la boda todo el que iba llegando a la casa, ayudaba con algo. Unos armaban arreglos de flores, otros montaban la mesa de dulces, alguien más se trepaba en la escalera para ponerle el techo de manta al palio ceremonial o colocaba las fotos de los invitados que dispusimos en el pasillo. Recibimos amigos y familia de todas las etapas de nuestra vida, muchos llegaron de lugares alejados del mundo, y fueron los niños de la familia quienes los acomodaron en las mesas para el banquete (que ya en plan obsesivo, tenían manteles de cuatro colores...)











Andrés y yo tuvimos una pelea fuerte durante la planeación, y fue justamente a propósito de tener o no una planeadora de bodas. Yo decía que sí (tenía mucho trabajo por esos meses) y él insistía en que no la necesitábamos. Me alegro tanto de haberle hecho caso. Igual que le hice caso en conservar el mueble de la tele para hacer un librero, en la canción que bailamos, en el nombre de nuestro hijo, y en dedicarle un día entero a festejar nuestra voluntad de estar juntos.

Antes del 4 de mayo del 2013 yo nunca había asistido a una ceremonia como ésta. A bodas civiles con palabras espontáneas, sí; a ceremonias religiosas sencillas, también. Pero nunca un ritual inventado, loco y "pagano" como éste. Después de la nuestra, hemos ido a unas cuantos casamientos con este mismo perfil, y da un gusto tremendo. Color y Saori lo hicieron a las faldas del Tepozteco; Miguel y Sofía se pusieron coronas de hierba en la cabeza y sus elegidos hablaron de fauna, flora y flechazos; Alan y Dani se dijeron las palabras más primorosas con el sol poniéndose en los viñedos el Baja California; Ian y Kelly compartieron con los suyos un vino ceremonial.  Y en todos había un común denominador: el valor de usar la palabra para pronunciarse, para asumir con todo su peso y con todas sus implicaciones un compromiso de amor.

Algo muy especial sucede cuando uno se apropia de sus ritos. Si es otro quien tiene la palabra y la investidura sobre lo tuyo, es más fácil eludir o desdecirse. Pero es distinto cuando es uno el que se planta y habla desde sí, desde su intención, haciéndose cargo y plenamente responsable. Me parece que esto se extiende a todos los ámbitos de la vida. Además estoy convencida de que es parte de una liberación progresiva donde poco a poco vayamos recuperando algo que la liturgia religiosa ha obturado al tratar de uniformar lo inasible: nuestra capacidad de tocar la naturaleza, de estar ahí, en lo que palpita, vibra y nos une sin palabras; lo que existe y habla desde dentro, desde nuestras voluntades más puras.

Me gusta cómo lo escribió Gibran:

Dios nuestro, que eres nuestro Yo alado,
es tu voluntad en nosotros la que quiere.
Es tu deseo en nosotros el que desea.
Es tu impulso en nosotros quien querría transformar nuestras noches, que tuyas son, y nuestros días, que también son tuyos.
Nada te podemos pedir, pues tú conoces nuestras necesidades aún antes de que hayan nacido en nosotros.
Tú eres nuestra necesidad; y dándonos más de ti mismo, tú nos das todo.

Hoy se cumplen exactamente cuatro años desde ese 4 de mayo. Para conmemorarlo decidí hacer esta crónica e incluir algunos de los escritos que se leyeron aquel mediodía radiante y ventoso del 2013. Quiero decir que en lo que a mí respecta, lo dicho sigue vigente. Más que nunca. Mucho más.  


INFANCIA


Dunia.

Hoy quiero hablarles de tres asuntos  muy breves.

El primero es un relato. Se trata de los primeros años de vida de  Anaí, y cómo desde que era muy pequeña comenzamos a ver en ella indicios de la mujer que es ahora.

 Cuando Anaí nació yo tenía diez años, Thaida tenía trece, y nuestros papás ya andaban en los cuarenta.  En una familia en la que predominaban los agobios de la mediana edad y las crisis de la pubertad, de repente aterrizaron a mitad de la casa biberones, pañales, y llantos desaforados. No tardamos en darnos cuenta de que las cosas iban a ser muy distintas a partir de la llegada de esta niña chiquitita, de ojos enormes y pestañas infinitas.

Anaí nos cambió la vida. Nos hizo poner atención, vernos los unos a los otros, y unió de alguna manera alrededor de su cuna a una familia que andaba bastante dispersa. Allí tuvimos un primer atisbo de su personalidad; Anaí tiende, desde entonces, a cohesionar y  reunir a las personas que ama. También nos ayudó a fortalecer los brazos, porque había que cargarla todo el tiempo. No había forma de que se durmiera en su cuna. Era necesario pasearla de arriba a abajo , ella con los ojos muy abiertos, mirándolo todo sin intención alguna de dormirse, y sólo los cerraba después de ratos eternos, o cuando mi papá la llevaba a dar una vuelta en el coche. Esta fue otra muestra de quién es Anaí; vimos los inicios de su espíritu despierto, viajero y desvelado, con una dosis de terquedad y ganas incansables de conocer mundo.

Cuando todavía no cumplía tres años de edad, pasó algo extraordinario. Anaí aprendió a  usar un lápiz. Decidió con firmeza que eso era lo más fascinante del mundo, y no lo soltó nunca más. Dibujaba durante horas enteras. Dejaba a un lado la comida sin importarle que fuera hora de cenar, porque no había manera de que dejara de hacer garabatos. En ese acto, Anaí planteó sin duda más elementos de su esencia: uno, que iba a dedicarse al lápiz. Otro, que sería una mujer que sabría ordenar sus prioridades con toda claridad. Resultó ser cierto. Anaí sabe lo que quiere, y también sabe querer.

      Y este es justo el segundo tema del que quiero hablarles hoy, y que a mi modo de ver es una de las cualidades más importantes de mi hermana: su forma de querer. De querer a su familia,  a sus amigos, de querer a Andrés. Anaí no sólo quiere con todo el corazón;  quiere con risa, con lealtad inquebrantable y quiere para siempre. Y ha encontrado a un hombre afortunado que la quiere de la misma forma.

Hoy estamos reunidos celebrando una dimensión fundamental de la capacidad amorosa: la que se pone en juego cuando se elige un compañero para la vida. Anaí y Andrés se han escogido el uno al otro, y hoy tenemos la fortuna de acompañar a una pareja que se está casando por las razones que realmente importan: porque se aman, porque son amigos y se ríen más cuando están juntos, y porque tienen las mismas ganas de compartir la mañana del lunes que la tarde del domingo.

Esto me lleva a la última cuestión de la que quiero hablarles hoy, y que tiene que ver con la trascendencia del amor. Hoy, en el día de su boda, Anaí y Andrés están siendo acompañados no sólo por quienes estamos aquí, sino también por la presencia amorosa de aquellos que, aunque ya no están, siguen vivos en nuestros corazones. Estoy segura de que mi mamá, mi papá y el papá de Andrés están de alguna manera aquí, abrazando a sus hijos. Los recordamos siempre,  y los honramos en este momento. A mi papá le gustaban mucho los poemas de Antonio Machado: “Caminante, no hay camino,
 se hace camino al andar.”  Y ellos, los que se han ido,  siguen haciendo camino al andar en nuestra memoria y vivir en nuestro recuerdo. Estoy segura de que nada haría más felices a Conchi, Lalo y Jorge, que ser una presencia alegre en el caminar de sus hijos, así que vamos a darles gusto al tenerlos presentes hoy con amor, risa y festejo. 

Para terminar, un dato curioso. Hace un par de años, cuando Anaí y Andrés nos avisaron que vivirían juntos, saqué papel y lápiz para anotar su dirección. Anaí me dijo: “Vamos a vivir en calle Progreso, entre Prosperidad y Unión”.  Retomando el tema de los indicios, me pareció que comenzar una vida en común en ese domicilio era, definitivamente, un augurio estupendo.

 Ojalá que Andrés y Anaí  sigan haciéndose la vida ligera y gozosa; que sigan queriéndose con todo lo que son y todo lo que tienen, y que la felicidad de uno sea, siempre, la prioridad del otro. 

Muchas Felicidades.


JUVENTUD

Eduardo.

Fue en la Valisse
yo lo vi todo.

Sólo recuerdo
que Andrés y yo llegamos en su moto
buscando cualquier lugar para tomar un trago;
pasamos por el Broka
nos aburrimos
aún así pedimos un mezcal
o no pedimos nada
y salimos a la banqueta a fumar
y a no bebernos ese mezcal

de la puerta vecina
entraban y salían personas
con cara de arte efímero e independiente
y aferrados a pequeños vasitos de plástico repletos de mezcal

No vale la pena para nada
que ocupe ni el más nimio instante de este afortunado momento y espacio
para detallar sobre lo que se exponía en la Valisse ese día,
sólo es preciso narrar, con estricto apego a los hechos que mi
nublada memoria aún conservan, lo que ahí sucedió:

al entrar a la Valisse
Andrés me miró y yo lo miré a él
como se miran dos amigos
cuando una chica linda entra
al mismo lugar que ellos.
Nada se escucha
una alarma muy baja
frecuencia de hace muchos años
que se miran y sonríen
porque la tarde
ya valió la pena.

Yo no vi a la chica linda,
pero soy testigo del instante que dura cada momento único e irrepetible
en el que la chica linda y nerviosa y que arrojaba colillas
entró por los ojos de mi amigo
para permanecer en su mirada
en sus palabras
y en su eterna sonrisa.

Fueron dos minutos y medio en la Vallise y
nada ahí valía la pena, yo sólo pensaba en vaciar el vasito diminuto
y largarme de ahí
subirme a un avión
pero estaba con Andrés
nervioso y distraído
no bebía de su vasito de plástico
no miraba las obras de arte,
sólo ella ahí valía la pena
tal vez cruzar una palabra
o saber cómo se llama
pero salimos de la Valisse
nos subimos a su moto con todo y vasitos
y nos pusimos los cascos.

Yo sólo recuerdo
aunque puedo equivocarme,
que sin  decir nada y sin quitarse el casco,
Andrés regresó a la Valisse
temblando en pequeños tropiezos

yo encendí otro cigarro
empiné el vasito

Andrés regresó
se subió a la moto
sonrisa y sospecha en la comisura de sus labios
nos fuimos de la Valisse
y casi sin poder escucharnos
me dijo:
fui a pedirle su teléfono.

Fue en la Valisse
yo lo vi todo.

Fue como observar a una parvada de millones de gaviotas volar en una misma dirección
y cubrir el cielo con el movimiento de sus alas

como caminar cuesta arriba en la montaña
una tarde tranquila
y llegar a una cascada
con el corazón acelerado

como bañar a una gatita,
buscar una casa
o decidir dejar de usar los anticonceptivos,
es trabajo que no se puede hacer solo
como que cada día anochece
y también amanece
cada noche
no es cosa sencilla y es
menester de todos los días
y de todos los instantes.


Hebe.

La “juventud” de la novia, que por supuesto todavía no acaba a mí me quedó bastante vislumbrada en un recorrido por la Ruta Maya hace 17 años. Como todos los viajes, éste fue muy ilustrativo, empezando por el nombre.  Lo organizó una agencia de viajes buena, bonita y barata llamada Turismo Juvenil.

Por 5,000 pesos incluyendo el camión y algunos de los peores hoteles de la península de Yucatán, alrededor de 30 pasajeros como de 20 años nos dispusimos a celebrar el año nuevo en Cancún. Mientras los obsesivos comprábamos Lysol y los aventureros boletos de snorkel, Anaí buscaba una tienda de lencería. La tradición indicaba que en Año Nuevo era absolutamente indispensable que todos usáramos chones rojos. Ese fue uno de los primeros indispensables que le oí a Anaí.

Entre otros estaba el café, ver el amanecer en el mar y hablar con la neta. Cuando la vimos subirse a la tarima de un antro, no a gritar desentonada como spring breaker, sino a cantar liderando a los mariachis, supimos que en ella no íbamos a encontrar medias tintas.

En ese viaje, además de cantar, vimos que Anaí escribía historias y cartitas. Junto con notitas en servilletas, nos regalaba caricaturas de todos los personajes del tour. Había que plasmar, como hasta hoy, los momentos importantes. Y esos, sin excepción, incluían en primer plano a los amigos, o en lengua Anaí, a los cuatucos. Si de algo ha estado repleta la juventud de Anaí es de cuatucos. O amigos compañeros.

Para entender a Anaí se requiere un glosario. El drama de la sopa aguada, lo mejor del mundo mundial, los churidos, las huevadas y la conflictuadez son sólo algunos ejemplos.

No hay que olvidar su etapa Hugo Sánchez, cuando regresó hablando castellano de la Madre Patria: me flipa, cutre, ostia, joder. Ni tampoco los apodos que nos ha puesto. Habría que empezar por la Conchis, y seguir con seres de quienes desconozco un verdadero nombre, como el Majo, la Comegatos y el Pestañas.

Entre las respuestas afirmativas más contundentes que existen, está el porsufackingpuesto. Otro término clásico es el raulismo, derivado del tono en el que hablaba Raúl Orvañanos con el Perro Bermúdez. Pero tal vez mi favorito es el muertismo. Viene de la película del sexto sentido, donde (y espero no arruinarle el final a nadie) el protagonista, un psicólogo, estaba muerto. Desde entonces cualquier terapeuta se convirtió en muertito o muertita, y los elementos terapéuticos pasaron a formar parte del genérico muertismo, mismo que nos lleva a otra parte indispensable de la juventud de Anaí.

Tal vez más recurrentes que sus típicas expresiones, le hemos oído y leído a Anaí frases provenientes del muertismo o psicoanálisis. Ella misma las presenta como teorías mafufas o terapeadas de café, disculpándose de antemano por ponerse de libre-asociadora.

Cualquiera que haya sido sujeto de una de sus observaciones sabe que lo último que son es mafufas. Anaí no habla desde una profesión muertística, pero sí con la autoridad de quien lleva toda la vida, incluyendo la Ruta Maya, excavando sus motivaciones más profundas.

Así como se talla una ceja y te pone una atención que ya la quisieran muchos terapeutas, le pone una determinación férrea a descubrir lo que necesita para ser más plena.

Algunas de sus palabras más socorridas, presentes en pláticas y correos, son replantearse, ajuste, definición, acomodo, forjar, desaferrarse y plenitud. Hablan de una consistencia admirable al analizarse y lanzarse a probar lo que cree mejor, aun cuando diga “seguro me va a regañar Dunia”. Ningún aferre, aterre o desgarre la ha detenido.

Y es así como, consistentemente, ha buscado y encontrado lo que de veras quiere. Así lo demostró la primera vez que nos contó, absolutamente emocionada, que había conocido a “un joven psicoanalista”.

Siempre lo dejó my claro: Anaí no iba a estar con alguien por miedo, ni con alguien que implicara vivir un drama de la sopa aguada. Tendría que ser nada más y nada menos que el mejor amigo compañero del mundo mundial. Y si hoy le preguntan si lo encontró, les va a contestar con toda seguridad: por su fackin puesto.

VOTOS

Andrés.

Anaí,
Hoy quiero celebrar con todos los míos y los tuyos, que una serie larga, muy larga, de coincidencias nos acercó, desde los segundos y los minutos que ya sólo existen en el recuerdo, o más allá, hasta los instantes previos a ese primer vistazo, a aquel primer encuentro.  Y es que aunque nuestras historias se tradujeron en ese momento en presencia, en ese preciso momento, también dejó de actuar la coincidencia, sí es que le podemos atribuir a algo así cierta voluntad, y empezó a dirigir mi intención algo mucho más propio, más mío.   Si bien todo nuestro pasado, desconocido para cada uno, con todas las vueltas, las decisiones y los puntos definitorios que lo poblaron, trazó un camino cuyo destino te incluía, y me incluía, al final, de ese primer vistazo y el deseo que lo habitó, me hago absolutamente responsable.  Hoy quiero celebrar y compartir contigo, y con los que pudieron venir, ese acto de maravillosa responsabilidad conmigo mismo y con mis deseos.  
Es desde esa misma conciencia de lo que quiero y de lo que implica querer que hace unos meses te dije que quería hacer esta celebración contigo y es desde ese mismo lugar que quiero trazar nuestro tiempo juntos, el que ya es y el que está por venir…   Digo “maravillosa responsabilidad” porque una palabra con semejante carga suele estar asociada a presiones, ideales, y reglas, y lo que quiero decirte hoy y compartir con nuestros más queridos, es que  en mi caso fue y es muy distinto,  tu ayudaste a que así lo fuera  y sigues ayudando a que así sea: ligero, alegre, suelto.  La maravilla es que se trata de una responsabilidad que no me pesa, se trata, mejor dicho,  de una intención que se sostiene en que el tiempo contigo es ligero, no me presiona, no tiene la carga de ideales ajenos, ni la rigidez de reglas absurdas… más bien tiene la fluidez de dos deseos que se entrecruzan y se confirman el uno al otro, una y otra vez.
Con esto no quiero decir que no ha habido momentos difíciles y que no los habrá,  quiero decir que aunque los ha habido y seguramente los habrá, se trata de dificultades y complicaciones que hice mías y que hago mías sin reparos y que desde allí enfrentaré, desde mí, contigo, sin apelar a ninguna responsabilidad ajena…   Quiero decir que mi motor es y será la completa implicación propia, responsable y madura de la que decido disponer para mí y para ti.  Quiero decir que quiero que siga siendo nuestra complicidad compartida, juguetona y divertida, la que siga definiendo nuestro estilo de vida, nuestro modo de estar… Quiero decir que me basta con recordar que sólo yo he elegido tu compañía, que sólo yo te he elegido, y que tú me has concedido el honor de acompañarme y me has elegido, y que esto es más que suficiente para renovar el profundo amor que siento por ti.
Hoy quiero incluirte aún más en mi intención, e incluirme en la tuya, quiero que este día sirva para conjugarlas y potenciarlas.   Hoy quiero, desde un nuevo acto responsable, enunciar mis ganas de ser contigo.   Quiero que hoy marque un antes y un después en este continuo de los días, que a veces pasan demasiado rápido, y que este día nos ayude a detenernos para seguir pensando en nosotros y en qué más queremos ser, juntos.  Y quiero que esto sea desde lo que hoy sentimos, desde la experiencia de estar juntos, desde nuestras miradas encontradas que se acompañan, quiero renovar mi intención y pensar mi futuro desde este presente y desde la maravilla de estar contigo cada día.  Quiero que sea algo tan tangible como mi estar y tu estar, y algo tan inabarcable como sentirte, junto a mí, lo que renueve nuestra intención, sin más referentes que nuestro deseo, sin más implicados que tu y yo. 
Quizá, los únicos que podrían tener alguna implicación, aunque definitivamente indirecta, son nuestros otros, los tuyos y los míos, los que están aquí y los que no, los que ya se fueron, los que estén por venir… y tal vez los que nos acompañan en otras esferas de la vida, esos que escucho, esos que te leen, esos que me escuchan, esos que también proyectan futuros posibles con nosotros, todos esos que son y serán parte de nuestra vida.  Este día, aunque no de la misma manera, también es para ellos, es para decirles, quizá solo al viento, que estamos aquí y que esta maravilla indecible que habita nuestros días también es por ellos y para ellos. Ustedes, los más nuestros, los más cercanos,  son parte de la miel que endulza mis días, y creo que los nuestros.  Son parte de nosotros y somos parte de ustedes.  En sus historias nos encontramos y nos reconocemos, y quiero que se encuentren y se reconozcan en mí, en Anaí, en nosotros.   Quiero decirles que siempre serán bienvenidos en mi vida, tantos a los míos como a los tuyos,  y es por eso que están aquí, sin más interés que compartir y seguir siendo juntos.
Siguiendo en la misma línea, la otra gran invitada es la vida, y esta tierra golpeada y abusada que la sostiene, este mundo que pena entre el sin-sentido y el exceso.  Quisiera que este día también sea por todo eso que está más allá de nosotros y de ustedes, más allá de quienes escucho y de quienes te leen, más allá de lo que podemos controlar y que nos toca porque somos en ella y gracias a ella. Quisiera que este día sirva para apelar a un impulso mayor que me lleve, que nos lleve, a ser mejores inquilinos de nuestro hogar, nuestra casa mayor, inmensa, hermosa y misteriosa.  Creo que no hace falta más evidencia de algo increíble que este gran lugar y es por eso que me encanta la idea de  tener como testigo de nuestra unión a este bosque y este cielo, a esta tierra y a este aire… no sólo testigos sino participantes, invitados, todos posibilitando la llama que arde en mí y que hoy me lleva a gritar amor y deseo, intención  y maravilla, contigo.
En lo más alto y lo más lejano,  pero a la vez lo más cercano y lo pequeño,  apelo al misterio que puebla a la existencia y, sin el ánimo de darle un rostro, le agradezco todo esto, la coincidencia, el pasado, el deseo, la intención, mi compañera, mi historia y por los que tanto me han dado.  Le agradezco el tiempo y el espacio que tengo para ser,  y renuevo mis ganas de seguir, de apasionarme más y de ser más.  Si bien la vida tiene sus días y sus noches, agradezco la luz y porqué no, también los momentos duros, todo me ha traído aquí hoy y no hay ningún otro lugar en el que me gustaría estar. No hay otro lugar o tiempo para mí, y estoy encantado de que así sea. ¡Gracias!
Por último, a ti,  preciosa compañera de los mil nombres, mi chaparrita, mi noche y mi día,   quiero hacerte saber que me hace muy feliz haberte encontrado, conocerte y seguirte conociendo,   que me siento muy afortunado y alegre por haber decidido ser a tu lado.    Quiero agradecerte tu aceptación, tu paciencia y tu entrega,  tu belleza,  tu mente, tus ideas y tus caricias.   Lo que hoy nos toca es muy importante porque me importa y lo hago porque me toca, y porque me tocas… Lo hiciste desde la primera vez que te vi y no has dejado de hacerlo, ni un día.  Por eso, hoy no es cualquier día, es el que resulta de lo que pasa todos los días. Gracias, mi amor, gracias por mostrarme que cada día es nuevo y que aunque pasen, es para que vengan nuevos días, nuevos ratos contigo  y con todo lo demás, esa es la coincidencia que más me gusta y que sostiene mi intención, gracias por tu complicidad. Te amo. 

Anaí.


Nos hemos reunido hoy para celebrar que el amor existe, y hablar de él bajo nuestros propios términos. Sin intermediarios. Estamos aquí Andrés y yo, acompañados de quienes nos enseñaron a jugar y nos curaron las heridas, con quienes hemos reído hasta las lágrimas y llorado hasta la risa. Con todos hay historias, querencia, familia, trabajo, vida. Y estamos ante ustedes para decir que es nuestra intención unirnos. Que lo ha sido de un tiempo a la fecha y que lo sigue siendo. Que es con gusto cada día. Que estamos seguros, contentos. Sabiendo que para vivir no hay de otra: hay que echar lazos. Hay que entregarse, hay que cuidarse, hay que compartir, hay que estar.

Mi amor. No sé cómo decirlo. Me habitas. Me duermo, te sueño y despertamos. Como contigo, o pienso qué comer contigo. Hablamos. Camino a tu lado, son tus manos y tus pasos. Son tus pies en el sillón, tu voz en la casa, tus ojos todo el día. Me gustas como nadie. Te soñé toda mi vida. Y tanto te soñé que a veces me sorprende verte en la cocina.

A lo que más se parece esto es a la fortuna. Rara vez nos caemos mal, y cuando sí, lo hablamos. O no, pero no importa. Porque nos hacemos felices, y hacemos alegría siempre que nos encontramos. Cada risa que me arrancas me espanta un viejo miedo y me hace un poco más fuerte. A veces siento que no se puede desear más. Pero lo bueno es que sí se puede. Y lo que estoy deseando ahora es que esto siga, con sus avatares y sus sorpresas. Porque lo cierto es que el viaje es largo, casi nunca es lineal y puede ponerse espinoso; está hecho de mucho gozo y también de grandes pérdidas. Juntos hemos visto ciudades y oleajes desde lo alto, y juntos tuvimos que despedirnos para siempre de tu padre, de mis padres. Pero así comprendimos que en la vida uno se carga a sí mismo y carga también a los suyos. Y eso está bien. Así debe ser. Tú eres de los míos. 

Deseo que abraces tu vida conmigo y también a pesar de mí, porque tu vida es tuya, y yo nada más te acompaño. Pero mientras nos acompañemos, esto es lo que te prometo:

Te prometo cuidarte y cuidarme. Que no falte calor, que no falte escucha y el esfuerzo por ponerme en tus zapatos. Te prometo no lastimarte con intención, ni causarte un dolor gratuito. Te prometo hacerme cargo de mí misma, y nunca hacerte responsable de mi pesar. Prometo hacer todo lo posible por seguir abrazando la congruencia y repudiando la injusticia. No te prometo estar de buenas todo el tiempo, ni risueña, ni ligera. Pero sí luchar por seguir siendo yo, honesta, sin engaños, la que esté de cualquiera de las maneras. Manifiesto mi intención de ser maleable. Manifiesto mis ganas de amarte cada día que este amor dure. Que es siempre. Porque el siempre no es más que hoy, todo el tiempo.

Gracias por acercarte un día, diciendo que querías conocerme. A mí me está encantando conocerte. Andrés. Mi cómplice, mi aliado, mi compañero. Celebro la dicha de ser juntos, la fortuna de ir de a dos.