“This is precisely the time when artists go to work. There is no time for despair, no place for self-pity, no need for silence, no room for fear. We speak, we write, we do language. That is how civilizations heal.”
-Toni Morrison

jueves, 4 de mayo de 2017

La fortuna



Durante un tiempo yo fui de las personas que no querían casarse. Tenía muchas buenas razones para no hacerlo. Cuando llegó el día, también tuve buenas razones para hacerlo. Pero visto en retrospectiva, me di cuenta de que esencialmente lo hice porque quise. Así, sin, argumentos ni racionalizaciones. Como deben hacerse las cosas importantes de la vida: por ganas.

Siempre he sido muy ritualista y tuve la suerte de encontrar a un compañero que le entra a mis locuras, y que además sabe de la importancia de lo simbólico. Juntos nos inventamos una boda como se nos dio la gana porque justo brotó de nuestras ganas. No teníamos obligaciones impuestas ni adquiridas, invitamos a la gente que realmente deseábamos que estuviera ahí, y nos pudimos brincar el protocolo religioso, que no nos entusiasmaba.

Habíamos escuchado de ceremonias oficiadas por pastores anglicanos o chamanes, pero con nada de eso nos sentíamos identificados tampoco. Después de mucho pensarlo, concluimos que si estábamos haciendo un ritual para marcar un espacio en el tiempo para participarle a los nuestros que estábamos dispuestos a compartir nuestra vida (o más bien a seguir compartiéndola, porque ya llevábamos tres años viviendo juntos), no necesitábamos intermediarios.

No nos lo tomamos a la ligera. La ceremonia tuvo mucha preparación. Leímos sobre ritos de matrimonio de diferentes culturas y de ahí tomamos lo que más nos resonaba. Al fin y al cabo las tradiciones tienen una razón de ser, y son parte del tejido que nos conforma. Por eso nuestra ceremonia fue debajo de un techo, hubo anillos y hubo un lazo. Pero era un lazo especial. Estaba hecho de semillas que los propios invitados habían engarzado a su llegada, después de escribir un deseo o una bienaventuranza para nosotros. Los tenemos guardadas en una caja especial y es muy emocionante releerlos de vez en cuando. Para nosotros pesa mucho la palabra, y quisimos que la palabra estuviera presente en la ceremonia pero con un sentido. Así que hicimos todo un diseño con base en el número 4, empatándolo con el 4 de mayo, que fue el día en que nos casamos. Estaban presentes los cuatro elementos: el fuego de cuatro velas (que nunca prendieron bien porque había mucho elemento aire), y plantamos una bugambilia que cada miembro de la ceremonia pasaba a regar después de leer el discurso que había preparado. Éstos tenían que ver con las cuatro etapas de la vida. Nuestros hermanos (dos de Andrés, dos mías) hablaron de la infancia; dos de nuestros mejores amigos hablaron de la juventud, nosotros enfocamos nuestros votos a la época actual, y nuestros padres cerraron con una bendición orientada a la madurez. (En este caso sólo hablaron Tere y Alfredo, mi cuñado; quiero pensar que tanto el papá de Andrés como los míos participaron en la ceremonia en una modalidad más etérea, y a veces de veras lo creo porque era un día de primavera especialmente brillante y frondoso en El Chico). Ninguno sabíamos qué habían escrito los demás, cada discurso fue una sorpresa. Mi sobrino Diego musicalizó la ceremonia en el piano, lo cual fue un honor. (Ian, mi sobrino el mayor, musicalizó la fiesta como D.J. ya entrada la madrugada, pero eso ya fue parte de un ritual más dionisiaco...)

La ceremonia no fue tan larga porque le pedimos a todos los participantes que no hablaran más de cuatro minutos. Cuando terminó, todos fuimos abrasados por una oleada expansiva de amor como el rayo del sol que tatemó a unos cuantos durante la comida y que duró hasta las ocho de la mañana del día siguiente. Fue uno de los días más hermosos y emocionantes que he vivido.















Fue una cosa muy especial porque además todo el mundo participó. Andrés y yo hicimos toda la logística pero nos apoyamos en miembros estratégicos de su familia para la ceremonia y la decoración; fueron amigos quienes se encargaron de la música y las fotos, y el día anterior a la boda todo el que iba llegando a la casa, ayudaba con algo. Unos armaban arreglos de flores, otros montaban la mesa de dulces, alguien más se trepaba en la escalera para ponerle el techo de manta al palio ceremonial o colocaba las fotos de los invitados que dispusimos en el pasillo. Recibimos amigos y familia de todas las etapas de nuestra vida, muchos llegaron de lugares alejados del mundo, y fueron los niños de la familia quienes los acomodaron en las mesas para el banquete (que ya en plan obsesivo, tenían manteles de cuatro colores...)











Andrés y yo tuvimos una pelea fuerte durante la planeación, y fue justamente a propósito de tener o no una planeadora de bodas. Yo decía que sí (tenía mucho trabajo por esos meses) y él insistía en que no la necesitábamos. Me alegro tanto de haberle hecho caso. Igual que le hice caso en conservar el mueble de la tele para hacer un librero, en la canción que bailamos, en el nombre de nuestro hijo, y en dedicarle un día entero a festejar nuestra voluntad de estar juntos.

Antes del 4 de mayo del 2013 yo nunca había asistido a una ceremonia como ésta. A bodas civiles con palabras espontáneas, sí; a ceremonias religiosas sencillas, también. Pero nunca un ritual inventado, loco y "pagano" como éste. Después de la nuestra, hemos ido a unas cuantos casamientos con este mismo perfil, y da un gusto tremendo. Color y Saori lo hicieron a las faldas del Tepozteco; Miguel y Sofía se pusieron coronas de hierba en la cabeza y sus elegidos hablaron de fauna, flora y flechazos; Alan y Dani se dijeron las palabras más primorosas con el sol poniéndose en los viñedos el Baja California; Ian y Kelly compartieron con los suyos un vino ceremonial.  Y en todos había un común denominador: el valor de usar la palabra para pronunciarse, para asumir con todo su peso y con todas sus implicaciones un compromiso de amor.

Algo muy especial sucede cuando uno se apropia de sus ritos. Si es otro quien tiene la palabra y la investidura sobre lo tuyo, es más fácil eludir o desdecirse. Pero es distinto cuando es uno el que se planta y habla desde sí, desde su intención, haciéndose cargo y plenamente responsable. Me parece que esto se extiende a todos los ámbitos de la vida. Además estoy convencida de que es parte de una liberación progresiva donde poco a poco vayamos recuperando algo que la liturgia religiosa ha obturado al tratar de uniformar lo inasible: nuestra capacidad de tocar la naturaleza, de estar ahí, en lo que palpita, vibra y nos une sin palabras; lo que existe y habla desde dentro, desde nuestras voluntades más puras.

Me gusta cómo lo escribió Gibran:

Dios nuestro, que eres nuestro Yo alado,
es tu voluntad en nosotros la que quiere.
Es tu deseo en nosotros el que desea.
Es tu impulso en nosotros quien querría transformar nuestras noches, que tuyas son, y nuestros días, que también son tuyos.
Nada te podemos pedir, pues tú conoces nuestras necesidades aún antes de que hayan nacido en nosotros.
Tú eres nuestra necesidad; y dándonos más de ti mismo, tú nos das todo.

Hoy se cumplen exactamente cuatro años desde ese 4 de mayo. Para conmemorarlo decidí hacer esta crónica e incluir algunos de los escritos que se leyeron aquel mediodía radiante y ventoso del 2013. Quiero decir que en lo que a mí respecta, lo dicho sigue vigente. Más que nunca. Mucho más.  


INFANCIA


Dunia.

Hoy quiero hablarles de tres asuntos  muy breves.

El primero es un relato. Se trata de los primeros años de vida de  Anaí, y cómo desde que era muy pequeña comenzamos a ver en ella indicios de la mujer que es ahora.

 Cuando Anaí nació yo tenía diez años, Thaida tenía trece, y nuestros papás ya andaban en los cuarenta.  En una familia en la que predominaban los agobios de la mediana edad y las crisis de la pubertad, de repente aterrizaron a mitad de la casa biberones, pañales, y llantos desaforados. No tardamos en darnos cuenta de que las cosas iban a ser muy distintas a partir de la llegada de esta niña chiquitita, de ojos enormes y pestañas infinitas.

Anaí nos cambió la vida. Nos hizo poner atención, vernos los unos a los otros, y unió de alguna manera alrededor de su cuna a una familia que andaba bastante dispersa. Allí tuvimos un primer atisbo de su personalidad; Anaí tiende, desde entonces, a cohesionar y  reunir a las personas que ama. También nos ayudó a fortalecer los brazos, porque había que cargarla todo el tiempo. No había forma de que se durmiera en su cuna. Era necesario pasearla de arriba a abajo , ella con los ojos muy abiertos, mirándolo todo sin intención alguna de dormirse, y sólo los cerraba después de ratos eternos, o cuando mi papá la llevaba a dar una vuelta en el coche. Esta fue otra muestra de quién es Anaí; vimos los inicios de su espíritu despierto, viajero y desvelado, con una dosis de terquedad y ganas incansables de conocer mundo.

Cuando todavía no cumplía tres años de edad, pasó algo extraordinario. Anaí aprendió a  usar un lápiz. Decidió con firmeza que eso era lo más fascinante del mundo, y no lo soltó nunca más. Dibujaba durante horas enteras. Dejaba a un lado la comida sin importarle que fuera hora de cenar, porque no había manera de que dejara de hacer garabatos. En ese acto, Anaí planteó sin duda más elementos de su esencia: uno, que iba a dedicarse al lápiz. Otro, que sería una mujer que sabría ordenar sus prioridades con toda claridad. Resultó ser cierto. Anaí sabe lo que quiere, y también sabe querer.

      Y este es justo el segundo tema del que quiero hablarles hoy, y que a mi modo de ver es una de las cualidades más importantes de mi hermana: su forma de querer. De querer a su familia,  a sus amigos, de querer a Andrés. Anaí no sólo quiere con todo el corazón;  quiere con risa, con lealtad inquebrantable y quiere para siempre. Y ha encontrado a un hombre afortunado que la quiere de la misma forma.

Hoy estamos reunidos celebrando una dimensión fundamental de la capacidad amorosa: la que se pone en juego cuando se elige un compañero para la vida. Anaí y Andrés se han escogido el uno al otro, y hoy tenemos la fortuna de acompañar a una pareja que se está casando por las razones que realmente importan: porque se aman, porque son amigos y se ríen más cuando están juntos, y porque tienen las mismas ganas de compartir la mañana del lunes que la tarde del domingo.

Esto me lleva a la última cuestión de la que quiero hablarles hoy, y que tiene que ver con la trascendencia del amor. Hoy, en el día de su boda, Anaí y Andrés están siendo acompañados no sólo por quienes estamos aquí, sino también por la presencia amorosa de aquellos que, aunque ya no están, siguen vivos en nuestros corazones. Estoy segura de que mi mamá, mi papá y el papá de Andrés están de alguna manera aquí, abrazando a sus hijos. Los recordamos siempre,  y los honramos en este momento. A mi papá le gustaban mucho los poemas de Antonio Machado: “Caminante, no hay camino,
 se hace camino al andar.”  Y ellos, los que se han ido,  siguen haciendo camino al andar en nuestra memoria y vivir en nuestro recuerdo. Estoy segura de que nada haría más felices a Conchi, Lalo y Jorge, que ser una presencia alegre en el caminar de sus hijos, así que vamos a darles gusto al tenerlos presentes hoy con amor, risa y festejo. 

Para terminar, un dato curioso. Hace un par de años, cuando Anaí y Andrés nos avisaron que vivirían juntos, saqué papel y lápiz para anotar su dirección. Anaí me dijo: “Vamos a vivir en calle Progreso, entre Prosperidad y Unión”.  Retomando el tema de los indicios, me pareció que comenzar una vida en común en ese domicilio era, definitivamente, un augurio estupendo.

 Ojalá que Andrés y Anaí  sigan haciéndose la vida ligera y gozosa; que sigan queriéndose con todo lo que son y todo lo que tienen, y que la felicidad de uno sea, siempre, la prioridad del otro. 

Muchas Felicidades.


JUVENTUD

Eduardo.

Fue en la Valisse
yo lo vi todo.

Sólo recuerdo
que Andrés y yo llegamos en su moto
buscando cualquier lugar para tomar un trago;
pasamos por el Broka
nos aburrimos
aún así pedimos un mezcal
o no pedimos nada
y salimos a la banqueta a fumar
y a no bebernos ese mezcal

de la puerta vecina
entraban y salían personas
con cara de arte efímero e independiente
y aferrados a pequeños vasitos de plástico repletos de mezcal

No vale la pena para nada
que ocupe ni el más nimio instante de este afortunado momento y espacio
para detallar sobre lo que se exponía en la Valisse ese día,
sólo es preciso narrar, con estricto apego a los hechos que mi
nublada memoria aún conservan, lo que ahí sucedió:

al entrar a la Valisse
Andrés me miró y yo lo miré a él
como se miran dos amigos
cuando una chica linda entra
al mismo lugar que ellos.
Nada se escucha
una alarma muy baja
frecuencia de hace muchos años
que se miran y sonríen
porque la tarde
ya valió la pena.

Yo no vi a la chica linda,
pero soy testigo del instante que dura cada momento único e irrepetible
en el que la chica linda y nerviosa y que arrojaba colillas
entró por los ojos de mi amigo
para permanecer en su mirada
en sus palabras
y en su eterna sonrisa.

Fueron dos minutos y medio en la Vallise y
nada ahí valía la pena, yo sólo pensaba en vaciar el vasito diminuto
y largarme de ahí
subirme a un avión
pero estaba con Andrés
nervioso y distraído
no bebía de su vasito de plástico
no miraba las obras de arte,
sólo ella ahí valía la pena
tal vez cruzar una palabra
o saber cómo se llama
pero salimos de la Valisse
nos subimos a su moto con todo y vasitos
y nos pusimos los cascos.

Yo sólo recuerdo
aunque puedo equivocarme,
que sin  decir nada y sin quitarse el casco,
Andrés regresó a la Valisse
temblando en pequeños tropiezos

yo encendí otro cigarro
empiné el vasito

Andrés regresó
se subió a la moto
sonrisa y sospecha en la comisura de sus labios
nos fuimos de la Valisse
y casi sin poder escucharnos
me dijo:
fui a pedirle su teléfono.

Fue en la Valisse
yo lo vi todo.

Fue como observar a una parvada de millones de gaviotas volar en una misma dirección
y cubrir el cielo con el movimiento de sus alas

como caminar cuesta arriba en la montaña
una tarde tranquila
y llegar a una cascada
con el corazón acelerado

como bañar a una gatita,
buscar una casa
o decidir dejar de usar los anticonceptivos,
es trabajo que no se puede hacer solo
como que cada día anochece
y también amanece
cada noche
no es cosa sencilla y es
menester de todos los días
y de todos los instantes.


Hebe.

La “juventud” de la novia, que por supuesto todavía no acaba a mí me quedó bastante vislumbrada en un recorrido por la Ruta Maya hace 17 años. Como todos los viajes, éste fue muy ilustrativo, empezando por el nombre.  Lo organizó una agencia de viajes buena, bonita y barata llamada Turismo Juvenil.

Por 5,000 pesos incluyendo el camión y algunos de los peores hoteles de la península de Yucatán, alrededor de 30 pasajeros como de 20 años nos dispusimos a celebrar el año nuevo en Cancún. Mientras los obsesivos comprábamos Lysol y los aventureros boletos de snorkel, Anaí buscaba una tienda de lencería. La tradición indicaba que en Año Nuevo era absolutamente indispensable que todos usáramos chones rojos. Ese fue uno de los primeros indispensables que le oí a Anaí.

Entre otros estaba el café, ver el amanecer en el mar y hablar con la neta. Cuando la vimos subirse a la tarima de un antro, no a gritar desentonada como spring breaker, sino a cantar liderando a los mariachis, supimos que en ella no íbamos a encontrar medias tintas.

En ese viaje, además de cantar, vimos que Anaí escribía historias y cartitas. Junto con notitas en servilletas, nos regalaba caricaturas de todos los personajes del tour. Había que plasmar, como hasta hoy, los momentos importantes. Y esos, sin excepción, incluían en primer plano a los amigos, o en lengua Anaí, a los cuatucos. Si de algo ha estado repleta la juventud de Anaí es de cuatucos. O amigos compañeros.

Para entender a Anaí se requiere un glosario. El drama de la sopa aguada, lo mejor del mundo mundial, los churidos, las huevadas y la conflictuadez son sólo algunos ejemplos.

No hay que olvidar su etapa Hugo Sánchez, cuando regresó hablando castellano de la Madre Patria: me flipa, cutre, ostia, joder. Ni tampoco los apodos que nos ha puesto. Habría que empezar por la Conchis, y seguir con seres de quienes desconozco un verdadero nombre, como el Majo, la Comegatos y el Pestañas.

Entre las respuestas afirmativas más contundentes que existen, está el porsufackingpuesto. Otro término clásico es el raulismo, derivado del tono en el que hablaba Raúl Orvañanos con el Perro Bermúdez. Pero tal vez mi favorito es el muertismo. Viene de la película del sexto sentido, donde (y espero no arruinarle el final a nadie) el protagonista, un psicólogo, estaba muerto. Desde entonces cualquier terapeuta se convirtió en muertito o muertita, y los elementos terapéuticos pasaron a formar parte del genérico muertismo, mismo que nos lleva a otra parte indispensable de la juventud de Anaí.

Tal vez más recurrentes que sus típicas expresiones, le hemos oído y leído a Anaí frases provenientes del muertismo o psicoanálisis. Ella misma las presenta como teorías mafufas o terapeadas de café, disculpándose de antemano por ponerse de libre-asociadora.

Cualquiera que haya sido sujeto de una de sus observaciones sabe que lo último que son es mafufas. Anaí no habla desde una profesión muertística, pero sí con la autoridad de quien lleva toda la vida, incluyendo la Ruta Maya, excavando sus motivaciones más profundas.

Así como se talla una ceja y te pone una atención que ya la quisieran muchos terapeutas, le pone una determinación férrea a descubrir lo que necesita para ser más plena.

Algunas de sus palabras más socorridas, presentes en pláticas y correos, son replantearse, ajuste, definición, acomodo, forjar, desaferrarse y plenitud. Hablan de una consistencia admirable al analizarse y lanzarse a probar lo que cree mejor, aun cuando diga “seguro me va a regañar Dunia”. Ningún aferre, aterre o desgarre la ha detenido.

Y es así como, consistentemente, ha buscado y encontrado lo que de veras quiere. Así lo demostró la primera vez que nos contó, absolutamente emocionada, que había conocido a “un joven psicoanalista”.

Siempre lo dejó my claro: Anaí no iba a estar con alguien por miedo, ni con alguien que implicara vivir un drama de la sopa aguada. Tendría que ser nada más y nada menos que el mejor amigo compañero del mundo mundial. Y si hoy le preguntan si lo encontró, les va a contestar con toda seguridad: por su fackin puesto.

VOTOS

Andrés.

Anaí,
Hoy quiero celebrar con todos los míos y los tuyos, que una serie larga, muy larga, de coincidencias nos acercó, desde los segundos y los minutos que ya sólo existen en el recuerdo, o más allá, hasta los instantes previos a ese primer vistazo, a aquel primer encuentro.  Y es que aunque nuestras historias se tradujeron en ese momento en presencia, en ese preciso momento, también dejó de actuar la coincidencia, sí es que le podemos atribuir a algo así cierta voluntad, y empezó a dirigir mi intención algo mucho más propio, más mío.   Si bien todo nuestro pasado, desconocido para cada uno, con todas las vueltas, las decisiones y los puntos definitorios que lo poblaron, trazó un camino cuyo destino te incluía, y me incluía, al final, de ese primer vistazo y el deseo que lo habitó, me hago absolutamente responsable.  Hoy quiero celebrar y compartir contigo, y con los que pudieron venir, ese acto de maravillosa responsabilidad conmigo mismo y con mis deseos.  
Es desde esa misma conciencia de lo que quiero y de lo que implica querer que hace unos meses te dije que quería hacer esta celebración contigo y es desde ese mismo lugar que quiero trazar nuestro tiempo juntos, el que ya es y el que está por venir…   Digo “maravillosa responsabilidad” porque una palabra con semejante carga suele estar asociada a presiones, ideales, y reglas, y lo que quiero decirte hoy y compartir con nuestros más queridos, es que  en mi caso fue y es muy distinto,  tu ayudaste a que así lo fuera  y sigues ayudando a que así sea: ligero, alegre, suelto.  La maravilla es que se trata de una responsabilidad que no me pesa, se trata, mejor dicho,  de una intención que se sostiene en que el tiempo contigo es ligero, no me presiona, no tiene la carga de ideales ajenos, ni la rigidez de reglas absurdas… más bien tiene la fluidez de dos deseos que se entrecruzan y se confirman el uno al otro, una y otra vez.
Con esto no quiero decir que no ha habido momentos difíciles y que no los habrá,  quiero decir que aunque los ha habido y seguramente los habrá, se trata de dificultades y complicaciones que hice mías y que hago mías sin reparos y que desde allí enfrentaré, desde mí, contigo, sin apelar a ninguna responsabilidad ajena…   Quiero decir que mi motor es y será la completa implicación propia, responsable y madura de la que decido disponer para mí y para ti.  Quiero decir que quiero que siga siendo nuestra complicidad compartida, juguetona y divertida, la que siga definiendo nuestro estilo de vida, nuestro modo de estar… Quiero decir que me basta con recordar que sólo yo he elegido tu compañía, que sólo yo te he elegido, y que tú me has concedido el honor de acompañarme y me has elegido, y que esto es más que suficiente para renovar el profundo amor que siento por ti.
Hoy quiero incluirte aún más en mi intención, e incluirme en la tuya, quiero que este día sirva para conjugarlas y potenciarlas.   Hoy quiero, desde un nuevo acto responsable, enunciar mis ganas de ser contigo.   Quiero que hoy marque un antes y un después en este continuo de los días, que a veces pasan demasiado rápido, y que este día nos ayude a detenernos para seguir pensando en nosotros y en qué más queremos ser, juntos.  Y quiero que esto sea desde lo que hoy sentimos, desde la experiencia de estar juntos, desde nuestras miradas encontradas que se acompañan, quiero renovar mi intención y pensar mi futuro desde este presente y desde la maravilla de estar contigo cada día.  Quiero que sea algo tan tangible como mi estar y tu estar, y algo tan inabarcable como sentirte, junto a mí, lo que renueve nuestra intención, sin más referentes que nuestro deseo, sin más implicados que tu y yo. 
Quizá, los únicos que podrían tener alguna implicación, aunque definitivamente indirecta, son nuestros otros, los tuyos y los míos, los que están aquí y los que no, los que ya se fueron, los que estén por venir… y tal vez los que nos acompañan en otras esferas de la vida, esos que escucho, esos que te leen, esos que me escuchan, esos que también proyectan futuros posibles con nosotros, todos esos que son y serán parte de nuestra vida.  Este día, aunque no de la misma manera, también es para ellos, es para decirles, quizá solo al viento, que estamos aquí y que esta maravilla indecible que habita nuestros días también es por ellos y para ellos. Ustedes, los más nuestros, los más cercanos,  son parte de la miel que endulza mis días, y creo que los nuestros.  Son parte de nosotros y somos parte de ustedes.  En sus historias nos encontramos y nos reconocemos, y quiero que se encuentren y se reconozcan en mí, en Anaí, en nosotros.   Quiero decirles que siempre serán bienvenidos en mi vida, tantos a los míos como a los tuyos,  y es por eso que están aquí, sin más interés que compartir y seguir siendo juntos.
Siguiendo en la misma línea, la otra gran invitada es la vida, y esta tierra golpeada y abusada que la sostiene, este mundo que pena entre el sin-sentido y el exceso.  Quisiera que este día también sea por todo eso que está más allá de nosotros y de ustedes, más allá de quienes escucho y de quienes te leen, más allá de lo que podemos controlar y que nos toca porque somos en ella y gracias a ella. Quisiera que este día sirva para apelar a un impulso mayor que me lleve, que nos lleve, a ser mejores inquilinos de nuestro hogar, nuestra casa mayor, inmensa, hermosa y misteriosa.  Creo que no hace falta más evidencia de algo increíble que este gran lugar y es por eso que me encanta la idea de  tener como testigo de nuestra unión a este bosque y este cielo, a esta tierra y a este aire… no sólo testigos sino participantes, invitados, todos posibilitando la llama que arde en mí y que hoy me lleva a gritar amor y deseo, intención  y maravilla, contigo.
En lo más alto y lo más lejano,  pero a la vez lo más cercano y lo pequeño,  apelo al misterio que puebla a la existencia y, sin el ánimo de darle un rostro, le agradezco todo esto, la coincidencia, el pasado, el deseo, la intención, mi compañera, mi historia y por los que tanto me han dado.  Le agradezco el tiempo y el espacio que tengo para ser,  y renuevo mis ganas de seguir, de apasionarme más y de ser más.  Si bien la vida tiene sus días y sus noches, agradezco la luz y porqué no, también los momentos duros, todo me ha traído aquí hoy y no hay ningún otro lugar en el que me gustaría estar. No hay otro lugar o tiempo para mí, y estoy encantado de que así sea. ¡Gracias!
Por último, a ti,  preciosa compañera de los mil nombres, mi chaparrita, mi noche y mi día,   quiero hacerte saber que me hace muy feliz haberte encontrado, conocerte y seguirte conociendo,   que me siento muy afortunado y alegre por haber decidido ser a tu lado.    Quiero agradecerte tu aceptación, tu paciencia y tu entrega,  tu belleza,  tu mente, tus ideas y tus caricias.   Lo que hoy nos toca es muy importante porque me importa y lo hago porque me toca, y porque me tocas… Lo hiciste desde la primera vez que te vi y no has dejado de hacerlo, ni un día.  Por eso, hoy no es cualquier día, es el que resulta de lo que pasa todos los días. Gracias, mi amor, gracias por mostrarme que cada día es nuevo y que aunque pasen, es para que vengan nuevos días, nuevos ratos contigo  y con todo lo demás, esa es la coincidencia que más me gusta y que sostiene mi intención, gracias por tu complicidad. Te amo. 

Anaí.


Nos hemos reunido hoy para celebrar que el amor existe, y hablar de él bajo nuestros propios términos. Sin intermediarios. Estamos aquí Andrés y yo, acompañados de quienes nos enseñaron a jugar y nos curaron las heridas, con quienes hemos reído hasta las lágrimas y llorado hasta la risa. Con todos hay historias, querencia, familia, trabajo, vida. Y estamos ante ustedes para decir que es nuestra intención unirnos. Que lo ha sido de un tiempo a la fecha y que lo sigue siendo. Que es con gusto cada día. Que estamos seguros, contentos. Sabiendo que para vivir no hay de otra: hay que echar lazos. Hay que entregarse, hay que cuidarse, hay que compartir, hay que estar.

Mi amor. No sé cómo decirlo. Me habitas. Me duermo, te sueño y despertamos. Como contigo, o pienso qué comer contigo. Hablamos. Camino a tu lado, son tus manos y tus pasos. Son tus pies en el sillón, tu voz en la casa, tus ojos todo el día. Me gustas como nadie. Te soñé toda mi vida. Y tanto te soñé que a veces me sorprende verte en la cocina.

A lo que más se parece esto es a la fortuna. Rara vez nos caemos mal, y cuando sí, lo hablamos. O no, pero no importa. Porque nos hacemos felices, y hacemos alegría siempre que nos encontramos. Cada risa que me arrancas me espanta un viejo miedo y me hace un poco más fuerte. A veces siento que no se puede desear más. Pero lo bueno es que sí se puede. Y lo que estoy deseando ahora es que esto siga, con sus avatares y sus sorpresas. Porque lo cierto es que el viaje es largo, casi nunca es lineal y puede ponerse espinoso; está hecho de mucho gozo y también de grandes pérdidas. Juntos hemos visto ciudades y oleajes desde lo alto, y juntos tuvimos que despedirnos para siempre de tu padre, de mis padres. Pero así comprendimos que en la vida uno se carga a sí mismo y carga también a los suyos. Y eso está bien. Así debe ser. Tú eres de los míos. 

Deseo que abraces tu vida conmigo y también a pesar de mí, porque tu vida es tuya, y yo nada más te acompaño. Pero mientras nos acompañemos, esto es lo que te prometo:

Te prometo cuidarte y cuidarme. Que no falte calor, que no falte escucha y el esfuerzo por ponerme en tus zapatos. Te prometo no lastimarte con intención, ni causarte un dolor gratuito. Te prometo hacerme cargo de mí misma, y nunca hacerte responsable de mi pesar. Prometo hacer todo lo posible por seguir abrazando la congruencia y repudiando la injusticia. No te prometo estar de buenas todo el tiempo, ni risueña, ni ligera. Pero sí luchar por seguir siendo yo, honesta, sin engaños, la que esté de cualquiera de las maneras. Manifiesto mi intención de ser maleable. Manifiesto mis ganas de amarte cada día que este amor dure. Que es siempre. Porque el siempre no es más que hoy, todo el tiempo.

Gracias por acercarte un día, diciendo que querías conocerme. A mí me está encantando conocerte. Andrés. Mi cómplice, mi aliado, mi compañero. Celebro la dicha de ser juntos, la fortuna de ir de a dos.