“This is precisely the time when artists go to work. There is no time for despair, no place for self-pity, no need for silence, no room for fear. We speak, we write, we do language. That is how civilizations heal.”
-Toni Morrison

lunes, 9 de diciembre de 2019

EN EL VIAJE Texto Presentación


EN EL VIAJE

Presentación
11 de septiembre / 4 diciembre 2019


A mí siempre me gustó la fiesta. Desde las tertulias con guitarras flamencas que mis papás organizaban en casa y las navidades donde correteaba con mis primos mientras los grandes se fumaban varias copas en el puro chisme. Esperaba tanto mis fiestas de cumpleaños que lloraba sin consuelo cuando se terminaban. En la adolescencia entré a una estudiantina. Fue una movida maestra porque hacía algo aparentemente ñoñísimo pero en realidad implicaba estar de reventón con mis amigas todos los fines de semana, consumiendo dos de las drogas más duras que existen: Marlboro y Coca Cola.

Colonias de Vacaciones era un voluntariado laico donde llevar niños sin recursos de campamento era más bien el pretexto para echar relajo con otros cuasi adultos. Los retiros católicos en los que participé, también se trataron de eso más que de transmitir la fe.   

Recuerdo mi primera noche de reventón fuerte. A la batuta iban mi hermana y mi cuñado. Empezamos en el Bar León y acabamos en el Copa Cabana a las seis de la mañana. Yo tenía diecisiete años y quedé enganchada al baile de por vida.

Creo que además de la fiesta, a mí siempre me gustó juntarme con los malos, con la gente que se sale un poco de la raya a la hora de colorear sus vidas.  Mi hermana por ese entonces formaba parte de los malos de la casa, cosa rara porque ella siempre ha sido muy responsable, pero creo que era la mala básicamente porque desde muy joven fue dueña de su vida.

A propósito de colorear, yo tenía una tía abuela obsesionada con el color verde. Lo consideraba de pésimo augurio, lo asociaba a una larga lista de tragedias familiares y lo evitaba a toda costa. Era una tía muy religiosa con la que pasaba muchas tardes y que me obligaba a rezarle el rosario a unas estampitas con santos, y creo fue por ello que, inconscientemente, el color verde ha sido el matiz de mis rebeliones. Todo comenzó el día de la boda de otra de mis hermanas, que se casó con un gringo y se fue a Estados Unidos para siempre. Yo tenía seis años y estaba muy enojada. Por la partida de mi hermana y porque coincidió con que mi papá también había dejado la casa, apenas unos días antes. Así que la tarde de la boda resolví ponerme a correr por el jardín, y al diez para salir a la iglesia, caerme de boca y embarrarme todo el vestido de pajecita con el verde esplendoroso del pasto recién cortado.

Con la partida de mi hermana y visitándola en Louisiana cada verano, comenzó mi otra afición: los viajes. Entre fiestas, viajes y malviajes pasaron muchos años, hasta que conocí al hombre más fiestero de Tizapán. Juntos seguimos en nuestra rebelión verde. Hasta un coche verde nos conseguimos. Y luego una carriola verde y una pañalera verde y un huerto clandestino.

Cuando mi chico y yo todavía enfiestábamos, antes de las carriolas y las pañaleras, corría el año del año 2012 y estábamos bailando junto con otras mil personas a la orilla del mar, en Tulúm. Era el amanecer del día en que supuestamente se iba a acabar el mundo, un fiestón donde todos a mi alrededor estaban en un estadazo de tal calibre que decidí que al regreso, tenía que hacerme unas cuantas preguntas al respecto. Cuándo, cuánto, con quiénes, cómo, por qué unos sí, por qué a otros no. Y me sentía compelida a hacerlo porque las sustancias psicoactivas habían marcado mi historia familiar por diversos frentes.

Ahí se me ocurrió esta novela, pero cuando decidí que tenía que escribirla estaba en la cara opuesta del espectro vital. Había tenido a mi bebé unos meses antes y estaba a punto de ser operada de emergencia de la vesícula. Y estaba muerta de miedo. No tanto por ser operada como por haberme convertido en madre. Me costó mucho trabajo reconfigurarme en ese nuevo estado de ser. Sola en ese cuarto de hospital, con ayuno de 48 horas, fue que decidí que tenía que hacer ese nuevo libro y que todo él iba a ser una fiesta desenfrenada como las que seguramente no volvería a tener. Fue la mejor salida que se me ocurrió para mitigar la nostalgia, la angustia y el temor al cambio.

Casi todos tenemos en nuestro haber alguna anécdota relacionada con las llamadas "drogas". Desde una borrachera épica hasta las risas incontrolables del primer porro, o la simple curiosidad por probar algo diferente. Las sustancias existen en el mundo desde siempre, y su uso, en el mejor de los casos, responde a la inquietud humana y su deseo de explorar un poco más allá de sus límites. El abuso es otra cosa. Las adicciones son un mal de nuestro tiempo y tienen que ver más bien con nuestras formas complicadas de relacionarnos con el consumo. Y en este sentido uno puede hacerse dependiente a muchas cosas: a las drogas, al azúcar, a la tele, a los likes... la lista es tan larga como la complejidad humana.

Yo quise explorar todo esto en el contexto de una etapa de la vida, los veintes, en la que uno está experimentando con todo, no sólo con sustancias, sino con las primeras relaciones amorosas y los primeros viajes, buscando cómo ejercer nuestras pasiones, insertándonos en la libertad plena de la adultez, cuando al mismo tiempo esa adultez nos exige estar "formalizando" más que nunca en nuestra existencia. Produciendo y reproduciéndonos. Poniendo los pies en la tierra cuando lo que uno querría es estar volando todo el día.

Yo tuve una adicción muy fuerte a la nicotina. Han pasado ocho años y hasta hoy no sé bien cómo conseguí librarme de esa trampa hedionda y espantosa. Sé que el tabaco suena a pecata minuta cuando existen cosas tan feas y adictivas como la heroína, pero cuando te enteras de que son  70 mil personas las que mueren al año por sobredosis de opioides, y que el tabaco mata a 7 millones -o sea, cien veces más-, y que será la primera causa de muerte en el mundo el año próximo, te das cuenta de que nuestra percepción de ciertas cosas no sólo está fuera de foco, sino que es muy peligrosa. 

Cuando yo era niña y adolescente, crecí viendo a los adultos fumarse dos cajetillas al día y beber sin moderación en las sobremesas, pero los "marihuanos" de la cuadra eran unos indeseables de los que había que cuidarse. Fui creciendo y conociendo diversos marihuanos muy apreciables, y me fui dando cuenta de que el abuso en el consumo es solamente un síntoma. Un síntoma de nuestros huecos, de nuestros tiempos frenéticos donde siempre falta o sobra el dinero y siempre se nos escurre el tiempo y de pronto no sabemos bien cómo relacionarnos los unos con los otros. 

Simón Brailowsky contó en su fabuloso libro "Las sustancias de los sueños", que a principios de los ochenta en San Francisco comenzaron a presentarse varios casos de Parkinson en población muy joven. Curiosamente, todos eran adictos a la morfina. Rascándole, se dieron cuenta de que a todos les habían vendido una morfina apócrifa que les estaba friendo las neuronas de la zona negra del cerebro.
Cuando leí este caso investigando para la novela, el corazón me dio un vuelco. Un primo mío muy querido murió hace unos años por fumar heroína adulterada. Tres conocidos suyos fallecieron el mismo fin de semana. Si bien tenía una adicción y una vida muy complicada desde hacía mucho tiempo, no tendría por qué haber tenido ese desenlace si su "fix" hubiera sido uno de calidad controlada. Pero no podía serlo porque es ilegal.

Y el desconocer la proveniencia y la calidad de las sustancias es sólo uno de los grandes peligros asociados a su prohibición. Otro es que te metan a la cárcel a los 18 y te destrocen la vida porque te agarraron con un churro, o ser un tipo desesperado y que te maten mientras estás sembrando o traficando para sobrevivir. Es precisamente la prohibición del consumo lo que mantiene este negocio criminal y sangriento en bonanza. Esa es otra insensatez en la supuesta lógica del mundo, y es el gran absurdo de esta guerra contra la libertad.

No quiero decir que los psicotrópicos sean para todo el mundo ni pretendo promover su consumo. Sólo digo que es uno mismo quien debería determinarlo. Y que la base para hacerlo debería ser la regulación, porque la criminalización a todas luces ha fracasado.

Hay otro factor de muy mal pronóstico a la hora de acercarse a las sustancias: hacerlo no por ganas, sino por miedo.

Yo empecé a fumar tabaco por miedo. Siempre detesté el olor del humo y de niña conminé a mis padres a dejarlo cientos de veces. Pero a mis trece años compré una cajetlla de Viceroy en la papelería de la esquina porque fumar anteponía algo entre mí y el mundo en días en que yo adolecía de muchas cosas, pero sobre todo de aplomo. Con el tiempo comprendí que la historia de adicción de cuarenta años que sufrió mi padre, también se gestó en el terreno del miedo, concretamente en el terreno del deber ser, sin hacer una sola parada por lo recreativo ni lo lúdico.

Dediqué tres novelas previas a ésta para explorar la adolescencia pero sobre todo, la construcción de la autonomía. "En el viaje" sigue siendo un viaje hacia el interior, y por los complicados caminos a través de los cuales vamos configurando nuestra libertad. 

Mi hijo Esteban tiene cinco años y tenía tres cuando empecé a escribir este libro. Fue muy raro estar sumergida en temas de libre albedrío cuando su papá y yo nos pasamos todo el día poniendo altos y reglas y subrayando nuestra autoridad. Pero creo que la clave está en el fraseo. No es lo mismo decir "te puedes caer" a decir "te vas a caer". No es lo mismo una advertencia que una sentencia. La advertencia conlleva una posibilidad de elección. Y la única manera de pintar una raya entre el uso y el abuso de cualquier cosa, es conocer nuestros propios límites.

Este libro se trata de un grupo de buenos amigos, de cómo lidian con su deseo y con sus fronteras, y cómo se las arreglan con lo prohibido. La historia se cuenta a través de las fiestas donde van escribiendo su historia en común. Y es que la fiesta es un espacio en donde, justamente, se puede ser un poco “malo". Pero por sobre todo, es un espacio donde uno se va narrando. Elaborando las experiencias propias y generándolas con tus amigos. Esa familia elegida que se va haciendo tu referente de vida, tu mapa. Mi cuñado lo dijo con una frase bellísima y precisa:

Nuestras vidas son finalmente una geografía emocional labrada con el punzón de nuestros encuentros.

Hay otra frase que me encanta y que le escuché por primera vez a mi mejor amiga: "Crecer es desdecirse".

Lo que los personajes de esta novela están haciendo es justamente desdecirse de todo. No dar nada por hecho. Y en mi experiencia, se trata de un proceso que se repite contínuamente en la vida. Cuando estaba por tener a mi hijo, llevaba varios lustros en psicoanálisis, había pasado por muchos obstáculos y pérdidas y pensaba que ya lo sabía todo de mí. Con la maternidad se presentaron visicitudes completamente inesperadas y lo que me salvó no fue la firmeza en mis estructuras sino lo contrario: la capacidad de ser maleable y permeable. El abandono a la incertidumbre y por única brújula, el deseo ferviente de que ese ser continuara vivo y yo pudiera cuidarlo.

Por esos días, recuerdo haber leído en alguna parte que las cosas que valen la pena, cuestan trabajo. Eso me reconfortó. Esta novela me costó más trabajo que nada de lo que he escrito y a la vez nunca escribí algo con tanta necesidad y con tanta urgencia. Mi compañero estuvo ahí, y mientras me ayudaba a desenredar los hilos de esta historia, estábamos en la otra difícil narrativa de convertirnos en padres. No teníamos idea de cómo se hacía eso. Y descubrimos juntos que se hace sobre la marcha, igual que se escribe e igual que se vive. Haciéndolo mucho, todos los días. Dejando que los misterios se vayan revelando por sí solos y dejándonos asombrar por cada uno.

"Not all those who wander are lost", escribió Tolkien. No todos los que vagan, están perdidos.

Lo malo es que en el camino me he ido haciendo amiga de puros vagos, lo cual es problemático porque la mayoría se han movido y están dispersos por el mundo. Lo bueno es que casi todos nuestros viajes consisten en visitarlos.

Mi rebelión verde llevó a los siete personajes de esta novela a ir en busca de un cacto que crece en el desierto mexicano. Contrario a otros libros que hablan sobre el peyote y que parten de lo místico y lo mágico, yo quise acercarme desde lo mundano. Se trata de una planta psicodélica, es decir, que ayuda a viajar por otras esferas de la conciencia y la percepción. En el caso del peyote, la principal sustancia activa es la mescalina. Cabe aclarar que no todas las sustancias se relacionan con la conciencia y con la percepción. Algunas sirven solamente como estimulantes, por ejemplo; o para dormir mejor. Esta planta hace precisamente lo contrario: despierta.

Escribió Octavio Paz sobre los psicodélicos:

Son un desafío a las nociones que justifican nuestro diario ir y venir. El alcoholismo es una infracción a las reglas sociales; todos la toleran porque es una violación que las confirma. En cambio, el recurso a los alucinógenos implica una negación de los valores sociales y es una tentativa por escapar de este mundo y colocarse al margen de la sociedad. [...] Puede entenderse ahora la verdadera razón de la condenación y su severidad: la autoridad no obra como si reprimiese una práctica reprobable o un delito sino una disidencia. La autoridad manifiesta un celo ideológico: persigue una herejía, no un crimen. 

¿Cuál es la heregía del peyote? No puedo hablar por otros, porque la experiencia del viaje siempre es subjetiva.

A mí me recuerda que nuestras vidas no dependen tanto del trabajo, del dinero, de la estabilidad ni de la productividad. Dependen más del olor a café, del tacto del amado, de la palabra que nos empaña los ojos. De cosas que no se pueden explicar.

Me confirma que lo sagrado no tiene que ver con credos ni con dogmas porque no tiene que ver con nada a lo que se pueda acceder con la razón o con la conciencia. Y que como dijo Wilde, el verdadero misterio está en lo visible, no en lo invisible.

Que el amor es quien nos mueve. El amor que sigue y sigue y se transforma, en silencio y sin adjetivos. El amor por los nuestros. Los de antes y los que vendrán.

Esa es la heregía. Recordar que dentro de ciento diez años, ninguno vamos a estar aquí. Van a estar otros. Pero ahorita estamos los que estamos, trenzados al mismo tiempo, en ésta, nuestra única fiesta. Ésta es la época dorada del mundo. Ésta y ninguna otra. Estamos vivos y mientras lo estemos, somos invencibles ante la muerte.

Así que por nostalgia, por mis hermanas, por mi padre, por mi primo, por el verde, por mis amigos, con mi compañero y por mi hijo, y por otras cosas que seguro no sé que sé, fue que escribí este libro. Pero sobre todo, lo escribí porque hay días en que estoy segura de que vamos a desaparecer como especie y que además nos lo merecemos; y otros en que confío en que prevaleceremos y un día sabremos qué diablos hacer con esta bendita y maldita conciencia de nosotros mismos. En esa tensión constante vivo y escribo. Pero al menos en la ficción uno puede contarse el mundo que le gustaría.

Pierre Teilhard de Chardin, un hombre espiritual que nunca encajó en los moldes institucionales, lo describió muy bien:

"Llegará el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad, aprovecharemos la energía del amor. Y ese día, por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego."


miércoles, 5 de junio de 2019

QUÉ COÑOS.


Feminismo en duda y una revolución del placer

Propiedad de "La Cañita"

Llevo mucho tiempo preguntándome si soy feminista, o no. Las pasiones gritan tan fuerte que a veces no puedo escuchar y los argumentos me confunden. Tan confundida he estado, que llevo lo que va del año redactando este texto. Han pasado cosas fuertes desde entonces. Más mujeres abusadas y extintas (hombres también, pero no por ser hombres), el ataque violento a un recinto inclusivo y plural, y un compañero de gremio muerto por su propia mano, a resultas de una acusación terrible, que nunca sabremos si fue fundada, o no. ¿Por qué carajos? No tengo la respuesta. Sólo un montón de preguntas, que quise pensar en voz alta porque sé que muchos las comparten.

Como casi todas, yo también tengo mis #metoo: un exhibicionista que se me apareció en el portal de un edificio cuando tenía catorce años, caminando hacia la escuela, y un acosador telefónico que me molestó sin dar la cara durante años. Nada demasiado aparatoso en comparación con muchos otros casos. El peor abuso que he sufrido vino de la religión católica, que me hizo culpabilizarme por el sexo durante muchos años, perdidos entre rezos, confesiones y arrepentimientos, cuando yo era una niña alegre y llena de vida que no tenía por qué estar perdiendo tiempo y energía en cosas tan sórdidas y tan tristes.

Es casi un hecho que un hombre adulto será más robusto que una mujer adulta, y desde luego más que una adolescente o menor. Esto coloca a los hombres violentos y encabronados en una situación ventajosa sin mayor discusión.

Pero la violencia física no es la única manera en que una persona puede hacer daño.

El otro día lo pensaba, y las personas que más me han lastimado a lo largo de la vida, han sido mujeres. Mi vecinita me encerró en un clóset sin importarle mis llantos y súplicas y en quinto de primaria, mi grupo de mejores amigas decidieron dejar de hablarme y de paso hacer que la generación entera me retirara el saludo. Puede sonar estúpido, pero sufrí mucho en ese momento, y no sé los estragos que una cosa así hubiera hecho en una niña con una autoestima más frágil que la mía. Hace unos años, una mujer con quien tuve diferencias respecto a un trabajo, me dijo que el día que yo aprendiera a ser agradecida, ese día tal vez sanaría. (Y sabía que yo estaba luchando en ese momento contra el cáncer). Desde ese día la bloquee por completo de mi vida.

Ciertas mujeres enojadas son capaces de unas cosas horribles. El hermano de una de mis mejores amigas lleva casi tres años sin ver a sus hijos porque su ex mujer no superó que una vez divorciados tuviera una hija con otra mujer, y se inventó un cuento de agresión contra los niños que tiene a la familia de mi amiga drenada económicamente y emocionalmente destrozada. ¿Por qué? Por joder. Porque si yo soy miserable, él tiene que serlo también. Que se chingue. He escuchado varias historias similares y lo peor es que en este tipo de guerras de egos heridos, los que más se chingan son los hijos.

Esa historia me recuerda otra. Un poco bajo esa misma rúbrica me trastocó la vida mi madre. Y me la trastocó sin querer, porque ella me quería mucho. Pero su odio contra mi padre por haber elegido a otra mujer después de veinte años de matrimonio (y con muchas infidelidades previas) jamás la dejó en paz.  Fue un golpe monumental y para sanearlo, ella se dio a la tarea de contagiarme su resentimiento a cualquier precio (mis hermanas eran adolescentes cuando mis padres se separaron; yo tenía cinco años). El contagio no surtió efecto. Pero en el intento, me hizo mucho daño.

Hace un tiempo escribí en este mismo espacio una entrada sobre las exigencias extremas y las contradicciones colosales en las que nos movemos las mujeres. Se puede ver AQUÍ.  A finales del año  pasado tuve un intercambio en Facebook que me movió el piso y me obligó a retomar el tema. Fue a propósito de una cita que compartí. Decía así:

"The enemy of feminism is not men, it's patriarchy. And patriarchy is not men. It is a system. And women can support the system of patriarchy just as men can support the fight for gender equality".

La cita es de una autora estadounidense llamada Justine Musk, que estuvo casada con el famoso empresario y millonario punto com y tuvo cinco hijos con él: gemelos en el primer parto y trillizos en el segundo, después de perder a un primer hijo a las diez semanas de nacido. Hay quien la llamaría "guerrera". A mí me choca ese término para referirse a las mujeres, supongo que porque soy pacifista. Independientemente de eso, yo nunca me hubiera enterado quién era la tal Justine Musk si una amiga que ondea la bandera feminista no hubiera brincado ipso facto con un comentario demeritorio de la cita que yo había compartido, diciendo que opinar desde un lugar de privilegio sobre esos temas era fácil, y que el asunto no podía reducirse a un simple meme.

Mi primera reacción fue hacia la auto parodia, respondí que a veces uno compartía cosas en Facebook frívola e irresponsablemente, y que la frase no la había dicho yo. Luego me quedé rumiando... lo cierto es que para mí la frase tenía sentido y valor. Así que agregué otro comentario: a veces siento que las mujeres nos hacemos más bolas de las necesarias. La diatriba continuó, mi amiga comenzó a exponer una lista de ultrajes contra las mujeres de urgente resolución (más o menos las que todos conocemos), y argumenté que la victimización no ayudaba para nada a la causa. Ella respondió que ese era precisamente el argumento del machismo para neutralizar la lucha, y la cosa se puso medio ríspida cuando se sumó un amigo. Un amigo a quien, dicho sea de paso, nunca he visto en mi vida; es amigo de mi amiga Hebe y uno de esos casos raros de afortunada coincidencia que suceden en las redes. Este amigo virtual y la amiga feminista comenzaron a discutir. Básicamente, él trataba de decirle: "yo soy feminista". Y ella le respondía: "No, tú no eres feminista. Ningún hombre es feminista." Y él decía: "No, sí, de veras que soy feminista. Tengo hijas y me preocupan. Estoy de tu lado, créeme por favor". Ella terminó diciéndole que esta era la única discusión en la que los hombres no entran y quieren entrar a fuerzas, y que por favor se hiciera a un lado.

Me quedé dándole muchas vueltas a este intercambio. Lo primero que concluí es que soy muy ignorante de todo este tema, así que me propuse enterarme un poco. Justo coincidió con que estoy escribiendo una serie junto con mi amiga Feru para la que entrevistamos a una mujer que a su vez escribió un libro y da talleres sobre la eyaculación femenina. Se llama Diana Torres, es española, lesbiana y una de las personas más pensantes que he conocido. Sostiene que todas las mujeres tenemos capacidad de eyacular y que la represión milenaria hacia nosotras ha incidido en muchísimas áreas y específicamente en la huella de nuestro placer, ya que lo deseable con las mujeres es que todo sea discreto, limpio y contenido. (Estoy siendo tremendamente reduccionista, el tema es muy extenso y recomiendo mucho que lean los libros de Diana: Coño Potens y Pornoterrorismo). Cuando una vez concluida la entrevista le expuse a Diana, por pura inquietud, la situación facebookera que por esos días me atribulaba, respondió que es tan simple como esto: un hombre no puede decirse feminista tanto como un negro no puede decirse racista. No podría serlo aunque quisiera. Le dije que durante toda la discusión, yo más bien me había decantado por darle la razón al hombre. Diana me respondió, con un filo irónico: "Ya, es que eso es lo fácil". Quizá tenía razón. Pero yo seguía con dudas...

Por esos días me fui a tomar unos mezcales con mi amiga Susana Vargas, que en asuntos de género está muy doctorada y hasta le escribe prólogos a Judith Butler. Susana se inclina más hacia la tendencia inclusiva. Cree que es un error intentar erradicar la discriminación con más discriminación (en este caso, la discriminación hacia los hombres, como bandera del feminismo radical).

Días después, encontré en internet otra frase que le dio la razón:

"El feminismo no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos "naturales". El enemigo es el orden patriarcal, que a veces está encarnado por mujeres".

Algo parecido a lo que dijo Justine Musk, sólo que esta cita es de Rita Segato, una de las pensadoras actuales más importantes sobre temas de violencia y de género en Latinoamérica.  

Rascándole más, me enteré de que existen dos corrientes en el feminismo: el feminismo de la libertad (el que tiene más años) y el feminismo de género. El feminismo de la libertad se basa en el hecho de que los hombres y las mujeres deben acceder a los mismos derechos y las mismas obligaciones, y busca combatir la discriminación sexual y otras injusticias contra las mujeres. El feminismo de género parte de que seguimos esclavizadas por un sistema de supremacía omnipresente de dominación del macho. Este es el feminismo con más presencia e influencia actualmente, y el que por muchos es llamado feminismo hegemónico. La distinción literal está formulada por una feminista libertaria estadounidense llamada Cristina Hoff Sommers.

Pero lo haya dicho quien lo haya dicho, creo que mi intuición también vale. Porque uno de nuestros principales problemas como especie, por lo cual justamente ha ganado tantísimo terreno el patriarcado y lo que llamamos "cultura", es creerle a pies juntillas a quien tiene el supuesto "saber", en lugar de hacerle un poco más de caso a nuestros corazones y a nuestras panzas.  


Propiedad de "La Cañita"

Después de todo este recorrido, tal vez estoy equivocada, pero así es como yo veo la cosa:

Creo que SÍ existe una forma de violencia patente en contra de las mujeres y que la denuncia contra el machismo es indispensable, pero es una etapa del proceso, una fase. Es como en psicoanálisis, o en cualquier terapia que se precie de serlo: Hay un lapso en que dedicas muchas sesiones a quejarte de todo lo que te hicieron tus padres. Y eso está muy bien. Es necesario. Es importante reconocer el daño, y encabronarse. Pero ese no es el fin último del asunto. Tarde o temprano tienes que dar un siguiente paso y responsabilizarte de tu vida. Disponerte a hacer con las piezas de tu historia lo que mejor te parezca, bajo tu versión y bajo tus términos. Hay cierta tendencia humana a regodearse en la queja. Me parece que la queja por la queja misma le hace tanto daño al feminismo y a la vida como la certeza se lo hace a la filosofía y la intelectualidad se lo hace al arte.

El análisis también ayuda a ver que todo es cambiante y tiene muchas aristas, y que en una misma persona pueden confluir muchas facetas. En mi caso, por muchos años mi madre fue una víctima y mi padre un cabrón; luego mi madre se convirtió a mis ojos en una rencorosa obsesionada y mi padre ganó puntos. Después de muchas vueltas, avances y retrocesos al final pude conciliarlos, darme cuenta que los dos tuvieron sus enormes dosis de egoísmo pero también de un amor muy grande que me salvó de muchas maneras. Mi madre nunca me perdonó ese equilibrio. Ella quería que fuera su cómplice perpetua. Gracias a que no lo fui, pude rescatar la relación con mi padre. Pero para llegar a ese punto tuve que repelerlos y amarlos a los dos, vivir muchos años entre mucha culpa, dolor y relaciones de pareja medio cojas, hasta que logré poner cada cosa más o menos en su lugar. Hacer eso me ha llevado más de veinte años. Y sé que el proceso aún no ha terminado, con todo y que mis dos papás murieron ya.

Una vez más, no estoy diciendo que la denuncia esté mal. Todo lo contrario. Se estima que están matando a nueve mujeres al día en México, en promedio. Es una locura. Estadísticamente, son muchos más los asesinatos de varones que de mujeres en este país. Pero hay una diferencia sustancial: los crímenes contra las mujeres ocurren precisamente porque son mujeres. Y subrayar eso es vital. Se trata de poner el foco donde debe estar. Es como el "all lives matter" como respuesta  al "black lives matter". No, no es lo mismo. Sí, pero no. Todas las vidas importan, pero se trata de poner el acento en un lugar específico donde hay un atropello evidente y nuclear, para reaccionar ante ello.   

Pero a la hora de poner los acentos, no hay que olvidar una cosa bien importante. La violencia de género no afecta solamente a las mujeres. Afecta a sus hijos, afecta a sus parejas, a sus hermanos y a sus amigos. Si bien los feminicidios son un problema de abuso y ultraje contra la mujer, también lo son de impunidad, y eso afecta a cualquiera. Las mujeres merecen conservar su integridad y sus vidas porque son seres humanos, además, antes y por encima de ser mujeres. Me parece que el tema profundo que nos compete no es un tema de sexos, es un tema de putrefacción del tejido social. Y el tejido social seguirá pudriéndose mientras sigamos alimentando el odio y el resentimiento como fin último del debate. Atacar y culpabilizar a los hombres, a todos los hombres, es caer en el mismo juego de poder que el patriarcado impone.

Everything in life is about sex, except sex itself. Sex is about power.
-dijo Oscar Wilde.

Y Slavoj Zizek dijo:
#metoo is a big movement but radically distorted ideologically through the prism of this late capitalist individualist ideology.

Zizek es un hombre blanco y barbado que supuestamente no debería meterse en esta discusión, pero su punto no deja de ser interesante.

Nuestro gran enemigo común es el patriarcado. Bien agarrado en nuestra era de su brazo más perverso: el capitalismo.

Hay algo en lo que sí soy medio feminista radical. Siempre me ha impactado la "naturalidad" con la que se ven pechos y nalgas de mujeres en semáforos, en tienditas, en parabuses, autobuses, pantallas, revistas y todos los lugares donde la publicidad blande su mazo. También es "natural" y común entre los hombres (algunos que conozco) tener sus chats privados de encueradas. Parece inofensivo, pero es parte de este sistema retorcido en el que estamos sumergidos hasta las cejas, y que se especializa en convertirlo todo en un bien consumible. Empezando por el cuerpo femenino, al que cosifica. 

Pero somos las mujeres las principales promotoras de esa cosificación. Y para ello no hace falta enseñar escotes de infarto ni ser bien zorras. Basta con vivir pendientes de nuestras siluetas y de nuestras caras como si sólo de eso se tratara la vida. Y no es que valgan más nuestras "mentes" que nuestros cuerpos, ni el interior más que el exterior ni ninguno de esos platonismos baratos. Todo vale y vale todo. El tema es colocar nuestros cuerpos como algo siempre deseable, siempre "consumible". No estoy diciendo "no hay que ponernos minifalda para que no nos violen". Pongámonos lo que nos salga de los ovarios. Pero no hagamos la exposición de nuestro físico ni la opinión sobre nuestra imagen lo más valioso ni lo más deseable de nuestra existencia. Y al decirlo me muerdo la lengua yo sola porque ciertamente estoy muy pendiente de mi físico, no lo voy a negar. Y me aterra la vejez y el deterioro. Pero hago un esfuerzo consistente para dirigir mis devaneos mentales y mi energía creativa hacia otras cosas. (De hecho fantaseo con el día en que ya esté lo bastante vieja o sea lo bastante sabia como para no tener que dedicarle ningún esfuerzo a esto).

Una discusión medio bizantina pero interesante y también reciente al respecto es todo el revuelo que tuvo Miss España, que era varón cuando nació. Por puro morbo vi el video de su desfile en traje de baño en Miss Universo, y una vez más me perplejizó que alguien pueda estar tan absorto y dedicado exclusivamente a su imagen. Ya sea hombre o mujer. En otras palabras, que si mover cielos y mares para transicionar en mujer equivale a convertirte en una muñequita esquelética, en un figurín, para mí no vale mucho la pena la discusión profunda sobre el asunto, la neta. Vamos a ver, aplaudo la búsqueda de congruencia. Pienso en Freddy Mercury, por ejemplo, porque de su historia lo que más me conmueve es que también renunció a lo que "era" de origen para buscarse y para inventarse él solito. Y se convirtió en un astro. Porque a él no le interesaba "verse" de ninguna manera. O no sólo eso. Le interesaba hacer. Crear. A los que hacen dolorosas transiciones para que su cuerpo concuerde con su esencia o con su género, es muy respetable, pero que luego hagan algo con ello. Pintar un árbol, tener un libro, escribir un hijo. Porque para ser una gran persona (hombre o mujer), no basta con parecerlo.

El capitalismo es peligroso como brazo del patriarcado porque así como a veces es evidente y hasta burdo, otras puede ser muy sutil. Se mete en nuestros platos y en nuestras camas de maneras insospechadas...

Tengo varios amigos que no han podido tener hijos.  Amigos y amigas, parejas. Porque un hijo siempre se hace entre dos. Más allá de las causas particulares de cada pareja, pareciera que nos estamos tardando mucho en decidirnos a ser padres. Por lo visto, en las mujeres la posibilidad mengua exponencialmente cada año después de los 35. Animarse a tener un hijo después de esa edad, puede ponerse complicado. Las historias de frustración y de sufrimiento que genera el no poder concebir, me parecen una más de los atropellos del capitalismo que atacan directamente a la mujer. ¿Por qué? Porque ya casi nadie puede hacerse de un patrimonio y de una estabilidad cursando los veintes y a veces ni los treintas, y a las parejas les cuesta cada vez más trabajo encontrar el momento adecuado en lo financiero para lanzarse a la empresa de la paternidad. Y para quienes están en ella, es maniobrar en un circo de tres pistas. Los padres y las madres hacen malabares para trabajar y mantener a los niños, y por trabajar muchas veces no les ven ni el pelo. Los dejan encargados con quien pueden, y unos niños crecen muy contentos así, y otros quién sabe. Es un volado. Y el que lo sea, es de una violencia punzante y profunda.

El capitalismo también juega en un sentido paradójico: no tenemos patrimonio pero nos endeudamos con las tarjetas gastando mucho dinero en pendejadas, en renovar gadgets, coches, en vestirnos y en que la cara se nos vea bien puesta en su lugar. Tener una vivienda, propia o no, se ha convertido en un privilegio prohibitivo. Estamos engullidos en una espiral de vivir para el consumo y por el culto a la imagen, secuestrados por nuestras pantallas, que no nos deja OÍR lo que queremos decirnos. No nos deja escuchar nuestro deseo. Y se nos va el tiempo, se nos hace tarde. Y eso también es violencia.

Cuando un hombre es violento contra una mujer, también está actuando desde la violencia capitalista.

Lo explica muy bien, precisamente, Rita Segato:

"...No estoy hablando de psicópatas. Porque, a diferencia de lo que dicen los diarios, la mayor parte de las agresiones sexuales no son perpetradas por psicópatas. Los mayores perpetradores son sujetos ansiosos por demostrar que son hombres. Si no se comprende qué papel tiene la violación y la masacre de mujeres en el mundo actual, no vamos a encontrar soluciones”.
(...)
"La vida se ha vuelto inmensamente precaria, y el hombre, que por su mandato de masculinidad, tiene la obligación de ser fuerte, de ser el potente, no puede más y tiene muchas dificultades para poder serlo. Y esas dificultades no tienen que ver como dicen por ahí, porque está afectado por el empoderamiento de las mujeres, que es un argumento que se viene utilizando mucho, que las mujeres se han empoderado y que los hombres se han debilitado por ello y por lo tanto reaccionan así… no. Lo que debilita a los hombres, lo que los precariza y los transforma en sujetos impotentes es la falta de empleo, la inseguridad en el empleo cuando lo tienen, la precariedad de todos los vínculos, el desarraigo de varias formas, el desarraigo de un medio comunitario, familiar, local… en fin, el mundo se mueve de una manera que no pueden controlar y los deja en una situación de precariedad, pero no como consecuencia del empoderamiento de las mujeres, sino como una consecuencia de la precarización de la vida, de la economía, de no poder educarse más, leer más, tener acceso a diversas formas de bienestar”.

La entrevista completa, AQUÍ.

Y hay algo más. A los hombres no se les permite hablar de estas cosas. Así como está mal visto que se queden en casa cuidando a los niños en lugar de cumplir con su papel milenario de ser proveedores de bisontes y mamuts, también está mal visto que se muestren en falta. Me ha resultado curioso, como escritora de ficción, la forma en que las mujeres hemos prácticamente monopolizado las temáticas sobre soltería y derivados, como si a los hombres no los mordiera el fantasma de la soledad. Eso me obliga a preguntarme a quién estamos amordazando. El que los hombres hablen, y hablen entre ellos de cómo se sienten y se auto analicen, como lo hemos venido haciendo las mujeres durante mucho tiempo, es indispensable para que esto camine hacia algún lado distinto. Hacia la urgente vía constructiva de todo este asunto.

De esto se hablaba precisamente hace unos meses en el baby shower del nuevo bebé de Adriana y Daniel. Ya tenían un niño, que ahora tiene tres años. Adriana es psicoanalista y también está clavada con estos temas, y en la fiesta propuso una dinámica donde los invitados nos sentamos en círculo y nos pusimos a desmenuzar lo que implica ser hombre en este tiempo, en este país y en este mundo. Ahí se habló desde la aproximación a los juegos y caricaturas violentas hasta nociones de libertad. Y se planteó que ciertamente los hombres tienen privilegios, pero también enfrentan el sofoco de su vulnerabilidad. No se les permite ser vulnerables, y en esta medida, tampoco aprenden a ver la vulnerabilidad en los demás. Es en parte por eso que protagonizan tantos escenarios de abuso.

Así que en ese sentido, coincido con el feminismo radical. SÍ somos víctimas del patriarcado. Todos. Y con esos ojetes SÍ hay que ponernos radicales. Con las corporaciones, con los gobiernos, con Trump y todo lo que encarna; con los que siguen quemando y robando combustibles fósiles sin mesura. Con los bancos. Con los intelectuales acaparadores de lo que llaman "cultura" y saber. No me gusta el término "hijo de puta" porque deja muy mal a las sexo servidoras. Pero sí, a esos. A los de las batas blancas, que medican niñitos y mujeres tristes para que dejen de dar lata. A los que siguen poniéndose sotanas y criminalizando a niñas y mujeres que no pueden ni deben ser madres, mientras se cogen niños y luego argumentan que los niños los provocan.

No nos confundamos. No son los amigos, ni los cuñados ni los primos. Ahí no está el enemigo. Aquí tampoco hay que perder el foco. Hay que ponerlo donde va porque si no, sí nos va a cargar la chingada. Sacar a los hombres de la conversación es hacer el club de Rosita Fresita en el recreo, sólo que con consecuencias funestas para todos.

¿Cómo puedo llamarme feminista si no incluyo a mi hijo, a mi esposo, a mis amigos? No puedo dejarlos fuera. Imposible.

Nuestro problema no son los hombres, sino todas las pendejadas en las que CREEMOS: Híncate. Arrepiéntete. Cállate. Trabaja, gana dinero, compra. Obedece. Sin sacrificio no hay mitote. "Palabra de Dios". "Te alabamos, Señor". Perdón, ¿qué señor?

Es urgente que dejemos de crucificarnos los unos a los otros. Esa ya no puede ni debe ser la medida de nuestras revoluciones ni de nuestras transformaciones.



Propiedad de "La Cañita"

Otra cosa que encarna el patriarcado y hace un daño tremendo son los "ismos". Todos ellos. Islamismo, comunismo, cristianismo, ateísmo. Cualquier postura que diga tener el saber absoluto sobre algo. Incluido aquí el feminismo, cuando se enviste con el falso poder de la razón; cuando esa razón asegura que somos santas, prístinas, inmaculadas y que siempre somos víctimas, ante cualquier circunstancia. Porque no es así. Tampoco es cierto que tengamos la culpa de todo. Y sí hay hombres ojetes. Y hay unos tipazos. Y mujeres ojetas y maravillosas también. A veces las dos cosas en un mismo día. Hay personas. Hay vida latiendo, y la vida siempre es un desmadre. Eso también hay que asumirlo con celeridad.

En el discurso feminista hegemónico hay mucha llamada de atención a las autoridades. Mucha petición de que miren, de que volteen y resuelvan. Siempre que se protesta, se protesta ante una figura de dominio y de poder. Pienso que las mujeres tenemos que darnos cuenta solitas de nuestra valía, no esperar a que nos la den los demás. Si esperamos a que nos la otorguen los demás (un papá, un novio, un jefe, un gobernante) es seguir seguir preguntando si el vestido nos queda bien. YA TENEMOS la valía. Hay que ejercerla.

Una vez mi papá, en una de sus épocas locochonas, me regaló un libro de Sanborns (le encantaba regalar libros de Sanborns) que se titulaba "Por qué los hombres aman a las cabronas". Lo arrumbé durante años. Pero luego al hojearlo me di cuenta de que el mensaje que quería darme mi padre era que dejara de ser tan linda y tan complaciente y de pedir tanto permiso para todo.

Porque pedirlo siendo "linda" o pedirlo encabronada, es lo mismo: es seguir pidiendo permiso.

Es cierto que hay temas urgentes que atender en el plano legal para que la impunidad deje de escupir huesos y vidas truncas y huérfanos y padres enloquecidos de dolor y familias destrozadas. Sí, sí, sí. Sin duda. Pero eso hay que gritarlo y exigirlo TODOS.   

La fuerza no se "demuestra". Y no brota al oponerse al otro. La fuerza se trae dentro, o no. La gente verdaderamente fuerte confía en sí misma y no genera competencia. Las mujeres que más respeto son aquellas que no tienen que explicarse. Que se van a trabajar o se quedan a cuidar a los hijos porque así lo quieren. Porque quieren estar. O hacen como yo y maniobran con las dos cosas como pueden. Pero que toman sus propias decisiones.

Creo que es urgente dejar de buscarnos por todos los costados y los orificios nuestro valor sólo por ser mujeres. Eso nos lleva siempre a crear cofradías impenetrables, donde sólo nos cuidamos entre nosotras. Me cagan estas frases de "women power" y "empowered" y "give me the power". ¿Qué parte de que es precisamente el PODER, el afán de poder, el ansia de poder, lo que nos tiene tan agonizantes como sociedad? "The future is female". ¿Qué mamada es esa? Si el future is female, temo decirles que nos vamos a extinguir, chatas. A mí no me interesa un mundo donde sólo las mujeres estén "empoderadas". Me interesa un mundo en intercambio, en búsqueda, en juego, no un mundo "respondido".

Las voces que nos amordazan y nos someten son las mismas a las que estamos socorriendo para defendernos. Las voces de "así no", "tú te callas", "las cosas son como yo digo". Las voces que dicen que esto es a punta de castigo y de penitencia, o no es. La puta razón, ahí, dominándolo todo, desde su trono omnipotente y omnipresente, hecho de aire, hecho de nada.

En mis pesquisas sobre el tema vi un testimonio donde se exponía una perspectiva interesante. Se decía que el patriarcado se había construido sobre el cuerpo de las mujeres. Porque para que el mundo se construyera, hizo falta que las mujeres se quedaran en sus casas, pariendo, cuidando a los hijos, lavando y planchando los trajes de los señores, y haciendo la comida y las labores domésticas sin remuneración. Eso es bastante indiscutible, sobre todo lo de la remuneración. Pero al mismo tiempo hubo quien puso los tabiques, destapó las cloacas, construyó las vías, cargó los costales, bajó a las minas, se trepó en los andamios, y juntó toda la basura que se generó en el proceso. Habría que ver qué tan bien remunerado estuvo todo eso...

Lo platicaba con Andrés. El feminismo radical dice que el problema es el machismo, el maltrato originado en la fuerza masculina. Pero no es solamente eso. Es cómo se relaciona esa fuerza con lo femenino. Nunca es sólo un componente, siempre es una combinación. Las fuerzas no vienen nunca de un solo lado. Vivimos sumergidos en el engranaje de los opuestos. Las fuerzas se mezclan y se confunden, se combinan. Decir "son los machos" es lo mismo que decir "ellos son los locos, yo no". "Ellos son los nacos/racistas/pendejos/ignorantes". Desmarcarse, diferenciarse. Esa es la salida simple. Pero todos estamos un poco locos. Y todos somos un poco clasistas y nacos y pendejos. Es una cuestión de grados y de cómo se combinan los elementos en un momento determinado.

Los hombres tienen más fuerza física, sí. Pero sólo para algunas cosas. Hace falta mucha fuerza y aguante físico para parir y para chambear con cólico menstrual. A los hombres les cuesta hablar de sus sentimientos y lo dicho: mostrarse vulnerables. De todos los suicidios en el mundo, el 80% son de hombres. Las mujeres se suicidan por depresión, por desesperanza; los hombres se suicidan por vergüenza. Por no poder cumplir con los mandatos de potencia. Al mismo tiempo, se largan con facilidad. No pueden con el paquete y se van. A las mujeres no les pasa eso, o no tan frecuentemente. Asumen responsabilidad. El hombre es más infantil. Si se siente desmirado o malquerido, se pone como niño de cinco años y se busca otra. Al mismo tiempo, tiene más momentos relajados, de poder ser niño entre amigos. Las mujeres tenemos menos momentos así. Vivimos más exigidas. Entonces regañamos a nuestras parejas por no ser como nosotras y ellos se encabronan. Y así. Y todo esto es oscilante, y los papeles viran y se intercambian, y no me gusta generalizar, pero más o menos a este son giramos en esta sociedad.  

Este discurso de "somos mujeres y somos las más chingonas y podemos solas", que tuvo mucho auge por estas latitudes a partir de Roma de Cuarón, tiene un filo peligroso. Personalmente, creo que no está chido decirle a los hombres "yo puedo estar sin ti". Sobre todo, no está chido si lo que queremos es que ESTÉN. Tengo muchas amigas que son madres solteras y son unas rifadas. Pero estoy segura que ninguna de ellas repudiaría a los hombres así nomás, de entrada. Entre otras cosas, porque muchas de ellas son madres de varones.

Yo creo que  en todo caso, el patriarcado se ha construido no tanto sobre el cuerpo, sino sobre la CABEZA de las mujeres. Voy a decir algo que de entrada puede sonar a una barbaridad, pero me parece que las mujeres tenemos demasiado poder. Pero en el mal sentido. Nos estamos haciendo cargo de demasiadas cosas, tenemos que tomar demasiadas decisiones. Es de sobra sabido que con nuestra incursión en el terreno laboral, los papeles no se intercambiaron, porque los hombres no incursionaron en lo doméstico. El gran cambio es que ahora las mujeres hacen las dos cosas: trabajar para ganar dinero y atender todo lo relacionado con su casa. Aún las que tienen ayuda doméstica. Por regla casi general, somos las mujeres las que sabemos si hay papel de baño, si ya se acabó el aceite, dónde están las medicinas y la factura del coche, qué se come, cuándo le toca la vacuna al niño. Y al gato. El tema es extenso y comparto una reflexión muy interesante AQUÍ

El feminismo dicta que en una sociedad que se precie de ser equitativa, no debería congratularse con la "ayuda" del compañero con los asuntos de la casa, ya que de esa manera se asume que es responsabilidad entera de la mujer, y que el hombre sólo la "apoya", por buena onda, en estos menesteres. La tendencia, entonces, debe ser hacia repartir equitativamente las responsabilidades.   

En nuestra casa todavía estamos buscándole a ese tema. Somos bastante distributivos en general, o eso procuramos, pero como yo soy free lance, si el chamaco se enferma, la que falta a trabajar soy yo. Y aunque falte al escritorio de mi estudio, igual nos afecta a todos. Ciertamente no tengo idea de cómo poner una repisa y admito que las carreteras las maneja mucho mejor Andrés.  Pero voy al súper y planeo las comidas de cada semana porque es lo más práctico y a lo que ya estamos acostumbrados, aunque sé que podríamos nivelarlo, igual que muchas otras cosas. En mi caso, además de mi salud mental, me importa mucho que Esteban no aprenda que es la mujer quien a fuerza tiene que orquestar todo el tinglado de la casa. Pero no es cosa sencilla. Hemos vivido bajo esos paradigmas por siglos. En mi casa era una cosa más "natural" porque mi padre trabajaba en su consultorio y mi madre era ama de casa; pero mi suegra llevaba el timón de la suya y además daba preparación para partos y los atendía. Asumo que tenía bastante ayuda pero igual tenía que organizar las vidas de tres escuincles, mientras mi suegro vivía fundido con las matemáticas y el mundo de la abstracción cuántica. A lo mejor hay mujeres a las que les encanta vivir así, y hacerse cargo de muchísimas cosas. A mí, francamente, a veces me abruma. Pero una vez más, creo que todo es cuestión de elegir lo que queremos, y actuar en consecuencia. Pero si maniobramos en automático, y vivimos bajo paradigmas que ni siquiera nos hemos cuestionado, y ENCIMA seguimos pretendiendo hacer todo y resolver todo y abarcar todo para subrayar lo chingonas que somos y lo machos pazguatos que son ellos...

...Esto. Nunca. Va. A. Cambiar.

Y aquí también cabe alzar la voz: En México, las mujeres tienen derecho a una baja laboral por maternidad de 84 días con goce de sueldo. El hombre, de cinco. ¡Cinco días! Se necesita revisar esto con urgencia. Y se necesitan más guarderías y estancias infantiles gratuitas o por lo menos accesibles. Y más apoyos oficiales, de todo orden, para que  los hombres participen más en la crianza de sus hijos. Me parece que son estas leyes, y no tanto las que dictaminan qué es acoso y qué no lo es, las que van abriéndole terreno a la equidad y a una mejor vida para las mujeres.

¿Y qué es una mejor vida para las mujeres? Puedo responder solamente por mí. Para mí, una buena vida es una donde tengo aire. Tiempo. Tiempo para mí. Para hacer mis cosas, para escribir, tomarme mis cafés, leer, mover el cuerpo, crear, y estar con la gente que me cae bien. Y eso a veces incluye a mi hijo y a mi pareja, y a veces no.

El feminismo de origen, el libertario, el igualitario, promueve que haya mujeres y hombres haciendo por un mundo mejor para todos. Porque de eso se trata. De que todos estemos bien. De hacer comunidad. Y de defender la vida. Sí, la vida. Ese instante milagroso en que dos células se juntan y de ahí salen columnas vertebrales, córneas y uñas. La maravilla de la vida en sí misma. Y ahí, una vez más, la vida viene de la combinación de cosas. La naturaleza no es madre: es madre y padre. Es vida. Y no estoy defendiendo la vida desde un discurso religioso de cuarta. Me parece que a estas alturas ha quedado bastante claro que no confío en ninguna religión. A mí me da igual si un niño tiene dos padres o tres madres o si nació de un esperma donante o de un vientre prestado, si crece con amor. Pero de que hace falta lo masculino y lo femenino para engendrar vida, de esa no nos libramos. Así que la pregunta es... ¿cómo le vamos a hacer?

Repudiar a los hombres es un auto gol en un sentido todavía más profundo. En mi caso, sin ir más lejos, es meterme el pie solita porque yo misma soy hombre y mujer. Soy mi padre y mi madre. Tengo un código genético combinado a partes iguales donde el sexo es el último eslabón que se pegó, muy azarosamente. Lo que no es azaroso es el resto de mi herencia, y esa va por partes iguales. Tengo la mente desbocada de mi padre y el hedonismo de mi madre, la tendencia melancólica de ella y la parte lúdica de él. Tengo la mecha corta de mis genes árabes y la propensión adictiva de ambos lados. Soy eso y muchísimo más, muchos detrás, de los y las que no tengo ni la más peregrina idea. Lo que me parece un hecho es que soy mucho más que "mujer".

Diana Torres dice que defender la masculinidad es "lo fácil". Pero... ¿por qué tiene que ser difícil? La naturaleza ES fácil. Es rotunda. La naturaleza está llena de adjetivos pero en realidad es completamente carente de ellos. Late, brota, crece, muta. Nada más. Todas sus definiciones y sus adjetivos surgen de nuestra necesidad humana de entender, de clasificar y compartimentar, y todo lo que nos exige nuestro harto complejo y necio cerebro. Vivimos haciendo clicks, buscando asociaciones. Tan automatizados en nuestros enarbolamientos conocidos que los damos como verdades universales. Por eso nos cuesta tanto trabajo lo queer: porque es inclasificable. Porque desconcierta y confunde. Pero el cerebro es una parte minúscula de la naturaleza. Insignificante. Se muere igual que se muere un mosco aplastado contra la pared en la madrugada. El problema es que alguien decidió que era el emperador, el Juan Camaney del universo. 

Todo se hace en silencio
como se hace la luz dentro del ojo

-escribió Jaime Sabines.

Así. Fácil.

Nuestro valor es intrínseco pero no es por ser mujeres. Ni siquiera es por ser personas. Yo empezaría a quitarle unos cuantos laureles a nuestra especie. En realidad valemos madres, somos tan efímeros como todo lo demás, por mucho que regodeemos en la conciencia de nuestra propia existencia. En realidad, lo único que debería preocuparnos, lo único que deberíamos estar intentando a toda costa, es pasarlo bien mientras tengamos esta pequeñísima ventana de oportunidad llamada vida.

Y las que tenemos hijos, mantenerlos vivos, estar presentes y echarles la mano para que en ellos brote lo mejor y no lo peor de su herencia. Y para lograrlo, nos conviene confiar en nuestros hombres. Sólo en la medida que volvamos a confiar en ellos lograremos la equidad que tanto ansiamos. Sólo cuando creamos que son capaces de cuidar a los cachorros igual de bien que una, y no sólo mantenerlos (si es el caso), habrá más hombres que se animen a quedarse en casa mientras nosotras nos vamos a trabajar. Y si no se quedan (porque tampoco nosotras tenemos que hacerlo), al menos convertir todo esto en algo más parejo y más gozoso.

Es necesario ser radicales. Sí, definitivamente. Porque el patriarcado sí es perro. Ninguna gran revolución en la historia se ha hecho sin ese ingrediente. Pero si me lo preguntan, la única revolución en la que yo creo es la revolución del arte. En el poder de tocar a otros, de tocarnos entre nosotros, de movernos, conmovernos y removernos. De juntarnos y frotarnos las almas.

Durante nuestra conversación, le pregunté a Diana por la rabia. Cómo la veía en este contexto. Dijo que la rabia era una cosa muy deseable si con ella se creaba algo. Yo no podría estar más de acuerdo. En su libro Coño Potens, habla de la venganza. Pero la venganza bien entendida en su acepción original, que tiene que ver con el equilibrio de las cosas. Un equilibrio que hay que procurar nosotros mismos, y no dejarlo en las manos del destino o de un dios. La venganza de las mujeres, para ella, no está en las buenas razones ni en convencer a nadie de nada, tanto como en la recuperación de nuestros cuerpos. Sugiere atacar la violencia con placer. Esa es una idea chingona y revolucionaria donde las haya. 

Y yo digo que no sólo se trata del placer sexual, aunque es básico. Sino el acceso a todos los gozos. No los goces, los gozos. Es muy distinto. No a lo que se busca con compulsión y que jamás nos llena, sino a lo que nos da placer. Sólo placer. Sin argucias, sin objetivos, sin "productividad". Placer. Una caminata a la orilla del río o a la orilla de la avenida. Comer, beber y dormir con ganas. Amar a destajo. Sin pudor. Sin imposiciones. Como yo amo a mis hombres, le pese a quien le pese. Incluyendo a la hembra herida que es mi madre y que aún habita dentro de mí. Placer. Una ficción o una canción. Respirar profundo un sorbo de aire limpio. Reírse a borbotones. Besos en todas sus modalidades. Y ser capaces de estar presentes en cada uno de esos momentos. Para eso necesitamos la razón. Para estar en nuestros cuerpos mientras están viviendo. Ese es nuestro privilegio.

Placer. No digo alegría ni felicidad porque la felicidad siempre conlleva una carga de exigencia, y está asociado a conceptos dudosos como el éxito y el tener. Yo hablo de algo más efímero, pero a la vez más presente, constante y asequible en cualquier momento del día. Para cualquiera.

No necesitamos mucho más. Nos vendieron el cuento de que sí. De que todo es tremendo y grandilocuente. De que el sacrificio y el pecado y el arrepentimiento y el nacionalismo y la guerra y el honor y el pundonor y la virtud y la teoría y la crítica el legado y la devoción y las buenas costumbres y la táctica y la estrategia.

Cabeza, cabeza, cabeza. Hueva.

Nosotros, hombres y mujeres, estamos hechos para fundirnos, para bebernos el agua y bañarnos en ella. Para gustarnos y olisquearnos y lamernos. Todos contra todos. Por eso el poder del amor es tan grande. Porque es voluptuoso y delicioso y sensual. Uno tampoco ama a un bebé con la cabeza. Ni a un animal. El amor se huele, se toca y se besa. La ternura se acaricia y se conoce. Eso lo sabemos en nuestras profundidades más insondables, a donde no llegan las palabras ni las buenas razones, y es el único motivo por la que seguimos habitando este lugar privilegiado, después de hacer y pensar tantas estupideces.

Lo creo sin ninguna duda: si algo puede salvarnos, no es ninguna guerra, ninguna revolución y ningún "ismo". Si algo puede salvarnos es una ética del placer.

Y vivir bajo la ética del placer no significa ser tibio, frívolo ni vacuo. Ni amoral. Todo lo contrario. Es comprometernos con uñas y dientes. Pero con la vida. Con esta oportunidad. Con nuestras familias, con nuestros afectos y nuestros talentos. Hay que amar a rabiar. Y negarse rotundamente a la queja. Sí al dolor, a decirlo y a crear algo con ello. Pero no a la queja.

Este es mi manifiesto feminista. En donde no manifiesto nada más que mis propias incertidumbres. Si suenan como certezas, es porque me voy respondiendo las preguntas como las voy entendiendo.

Termino con una idea Hayao Miyasaki, un hombre sensible, comprometido y chingón, que nunca ha tenido miedo de decir ni compartir lo que se le ha dado la gana:

I've become skeptical of the unwritten rule that just because a boy and girl appear in the same feature, a romance must ensue. Rather, I want to portray a slightly different relationship, one where the two mutually inspire each other to live- if I'm able to, then perhaps I'll be closer to portraying a true expression of love.