“This is precisely the time when artists go to work. There is no time for despair, no place for self-pity, no need for silence, no room for fear. We speak, we write, we do language. That is how civilizations heal.”
-Toni Morrison

viernes, 10 de febrero de 2017

Conchi en tiempo presente


Hoy, 10 de febrero, mi madre hubiera cumplido 82 años. Murió un 10 del décimo mes del año 2010, siendo el diez su número de la suerte. Dos semanas antes, alcanzó a conocer a Andrés, e incluso preparó su última fabada para recibirlo en su casa. Fue la única vez que se vieron. (Todos mis novios anteriores le habían caído mal, pero si algo nunca le falló a mi madre, fue la intuición). Escribí esto unos días antes de su partida, para que nunca se me olvidara cómo era. Ni a mí ni a mi descendencia. Lo tuve guardado hasta hoy, en que tuve ganas de compartirlo y de compartirla. 

***

Conchi es la segunda de siete hermanos. Tres mujeres, cuatro hombres.

Tiene un lunar café claro junto al ojo izquierdo.

Es medio ludópata. Durante mucho tiempo jugó lotería y cada vez que entra a un casino se pone como niña chiquita. No apuesta mucho, lo que le gusta es jugar. Mientras lo hace pone en práctica distintos rituales supersticiosos, como tocar la pantalla y jugar con sus números de la suerte.

No es realmente supersticiosa pero sí es muy de fechas, y de atribuirles características especiales. No se le olvida nunca un santo, ni un aniversario luctuoso. Para sus trámites usa las cifras de nuestros cumpleaños, o el de la fecha de su boda. 

Es pambolera selectiva y ocasional. En ciertos partidos (Alemania-México en 1986, por ejemplo) también ha aplicado lo de la mano en la pantalla, para enviarles vibras a los jugadores.

Su nombre completo es María Concepción Pérez Lamero. En algunos documentos aparece como Pérez y Lamero, y es un relajo. Por lo menos no se adjudicó el Noriega extinto de su padre, como otros de sus hermanos. Siempre le han llamado Conchi o Conchina. Algunas personas le dicen Conchita pero no le gusta. Yo le digo Conchis para molestarla. Su papá le decía Charal.

Le gusta mucho compartir. Esto se extiende a muchos ámbitos de su vida:

No es el tipo de mujer que se la pasa en la cocina, pero tiene un gran sazón. Lo que prepare le sale bien. Una sopa de fideos, una crema de espinacas, un pollo como sea. Son famosas sus conchas de marisco en Navidad. No se le da mucho la repostería.

Durante largo tiempo recibió y dio asilo a hermanos, cuñados, concuñas y sobrinos. Enfermos, viajeros, perdidos y separados encontraron cobijo en su casa. También en su casa se celebraron fiestas de cumpleaños y de compromiso, primeras comuniones, navidades y bodas. Lo único que nunca se le ha dado muy bien es lo de recibir, al principio, a los novios de sus hijas.

Se le complica dar regalos en Navidad y en cumpleaños. La estresa. Lo suyo son los regalos espontáneos. A veces son detallitos que se encuentra sin buscar y que compra al vilo. Las más, son cosas que guarda con esmero durante años, como sus alhajas, que no se ha aguantado las ganas de irnos heredando en vida a las hijas desde hace ya bastantes años; o prendas de ropa de su juventud que está segura nos pondremos algún día. Pese a todos sus esfuerzos, temo que nadie se va a quedar con ese abrigo de aztracán.

(Nombra las prendas de ropa: la chaqueta de Madonna, el abrigo de pirrín, los suéteres de Canadá, la blusa de Cristy).

Si mencionas que te gusta algo suyo, unos aretes, una falda, un perfume, te lo regala en ese instante y pobre de ti si protestas.

Si la necesitas, si intuye que la necesitas, se para de cabeza por ayudarte. Irá a Tepito para conseguir las plumas para tu disfraz; te esperará en el coche de madrugada para recogerte del campamento/la fiesta/la presentación; te pondrá las compresas frías y las inyecciones, te prestará el dinero, hará las llamadas, buscará el conecte, preparará la comida especial, comprará los vinos, revivirá la planta, te conseguirá los papeles. Aunque le cueste tenerte lejos, te apoyará en tu viaje largo y en tu mudanza, y le abrirá las puertas a quien tú decidas recibir. 

Si le toca invitar, invita con todo, sin restricciones.

Está pendiente de tu vida. Pregunta, se interesa. Sabe del primero de tus trabajos al último de tus achaques. Y también los de algunos de tus amigos.  Se preocupa consistentemente por tu salud.

Le fascina viajar. Como hija de inmigrantes, su vida ha estado marcada por el cruce de océanos.

Su primer viaje fue a la casa de su abuelita, donde vivió de los dos a los cuatro años de edad. Sus padres la visitaban los fines de semana mientras se reponía del todo, porque “era muy enfermiza”.

Después su familia se trasladó a Guadalajara. Ahí pasó su infancia y los años más felices que recuerda. Todo lo escribió hace poco en un cuaderno con varios tachones y las páginas huelen a flores de naranjo, a helado de limón y a dulces hechos a mano.

(De joven fantaseó con ser poeta y escritora. Lo cierto es que narra y describe con facilidad).

A los trece años, y en plena postguerra, aterrizó junto con su hermana en un internado de monjas en España. Lo pasó muy mal, pero aprendió muy buenos modales y una caligrafía exquisita pero un poco difícil de leer. En los veranos se desquitaba de la rigidez y el sofoco del internado dando largos paseos a la playa. Ahí vio por primera vez a un chico que idealizó con tal vehemencia que hasta hoy le duran los suspiros. Y desde ahí comenzó a viajar en los vehículos que mejor se le dan: la fantasía y la imaginación.

De vuelta en la ciudad de México se movió en camiones por una buena temporada. En camión se iba a la tienda de electrodomésticos donde trabajaba, y a las vecindades donde daba demostraciones. Era muy buena vendedora. Además lo prefería a cuidar de los cuatro hermanitos que había entonces en la casa.

En cuanto pudo, hizo un viaje largo. Esta vez se subió al avión vestida de traje sastre y guantes, como se estilaba subirse entonces a los aviones. Aterrizó en París, y lo primero que hizo fue tomarse un café en los Campos Elíseos.
(No sé si antes o después, tomó un cursillo de francés y todavía le gusta repetir las tres o cuatro frases que se aprendió. Suele dar las buenas noches diciendo bonsoir petit enfant).

En ese viaje, que duró un año, tuvo muchas aventuras. Durmió con su amiga Maru, que era actriz y muy locuaz, en un camarote de cuarta con dos prostitutas rumbo a Jordania. Luego, de pura suerte, trasnochó en un hotel de lujo en el Cairo. Sin planearlo, tuvo que instalarse en un pueblo perdido en Zaragoza para rescatar una herencia. La herencia era de una tía que iba a visitar, y cuyo cortejo fúnebre la sorprendió llegando al pueblo. Entre otras peripecias, casi se muere de neumonía.

Cuando volvió al cabo de un año, se compró un boleto llamado matrimonio. El viaje duró veintiún años. Entre otras cosas, le dio tiempo de aprender a graduar anteojos, asistir cirugías y administrar un consultorio, criar tres hijas y mudarse cuatro veces. También anduvo por diferentes partes de Canadá, México y Estados Unidos.

Desde que mis hermanas eran pequeñas procuró viajar con ellas. Se encargó de que las tres conociéramos Europa y nos enamoráramos del lugar más importante y querido para todos los miembros de esta familia; la meca, el origen: Colombres.

(Aunque idealiza todo lo español, la escandaliza la laxitud y la depravación actual de sus habitantes).

Los últimos años hemos hecho juntas unos cuantos viajes, cercanos y remotos. Pero nunca se me va a olvidar cómo, con 70 años y el doble de achaques, subió sin pausas hasta la punta de Janitzio.

Un recorrido que ha emprendido decenas de veces durante los últimos veinte años ha sido la línea verde del metro, de arriba abajo, para ir al hospital de Nutrición.

Viajar con mi mamá es maravilloso y estresante. Es estresante porque no se le dan los mapas ni la ubicación, y como ya somos dos, a veces de dos no hacemos una. Es maravilloso porque le entra a todo. El paseo que sugieras, la comida que se te antoje, todo se le antoja a ella también. Y es feliz lo mismo sumergida en un agua termal de Ixtapan de la Sal que sorbiendo vino blanco en una terraza praguense.

Es religiosa y creyente. Me enseñó a rezar. Cada noche rezábamos juntas el Padrenuestro, el Avemaría, angelito de mi guarda, dulce madre no te alejes, y algunas jaculatorias. Cuando había algo chungo por qué pedir, rezábamos el rosario. Usábamos el mismo misal de su internado con las monjas ursulinas. Fuimos a misa juntas por muchos años. A veces a la salida comprábamos un pollo rostizado y unas papas fritas, que nos comíamos en el jardín.

Le gustaba mucho ese jardín. Su padre plantó todos los árboles que había en él. Un hule, tres palmeras, un rosal, una higuera, una vasta enredadera que cubría los dos frentes de una esquina, una nochebuena, unos alcatraces, más cosas que no me acuerdo. Cuando se quedó sin jardín, puso plantas en su departamento. Se le han dado estupendamente bien.

Es entrona. Vendió seguros, fabricó arreglos florales y comerció con joyería y cosméticos. Pero nada se le dio tan bien como las lavadoras y los refrigeradores. 

Es increíblemente independiente y autosuficiente. No le importa estar sola, lo lleva bien. Pero prefiere no estarlo.

Es una gran revolvedora de problemas, domésticos o de cualquier otra índole. Tiene una especial habilidad para resolverlos telefónicamente.

Hay pocas cosas que le dan miedo. Se enfrenta con igual aplomo a una peste de cucarachas que a las enfermedades más turbias. Lo único que le da verdadero pánico son los temblores.

Jamás la he escuchado decir “no puedo”.

Las personas que más admira y de las que siempre habla bien: su papá, su abuelita Mercedes y su prima Covadonga. También quería mucho a su suegro.

Su chiste favorito es viejísimo. Es uno en que pasa un maricón por una multitud, y con tono súper ultra maricón pregunta: “¿Qué pasa, qué pasa?” Y alguien le contesta: “Que han matado a un joto”. Entonces el maricón hace la voz toda grave y falsa y vuelve a preguntar: “¿Qué pasa, qué pasa?”. Le encanta ese chiste, no sé por qué.

Tiene un sentido del humor un poco raro. Es de cómo la agarres. Si está simple se ríe de todo, si no, se le va hasta el más obvio. De pronto te sorprende con un sarcasmo agudo. A veces la puedes molestar y se ríe, otras no. En general se toma muy en serio a sí misma. Pero sacarle una carcajada es siempre un momento feliz.

Hubo una foto de Gary Grant en el closet de su cuarto durante años. Él y su papá son, en su opinión, los dos hombres más guapos del mundo. (Su papá era grandote, tenía el pelo oscuro y los ojos verdes; no sé por qué le gustó entonces mi papá, que era flaquísimo, tenía las orejas grandes y los ojos tristes).

Es totalmente franca. Si algo no le gusta o la pone nerviosa, se le nota. No puede fingir. Esto resulta tenso en ciertos contextos sociales, porque cuando se siente incómoda se pone sangrona sin querer, saca a relucir sin que venga al caso a la realeza española y comienza a balbucear en mal inglés. En corto, a veces es tan directa que shockea. Lo bueno es que cuando se trata de pedirle opinión, siempre puedes confiar en su honestidad.  

Es buena en la matatena, en el golfito y en el ping pong.

Solía gustarle cantar y cuando se pone contenta, es lo primero que hace. Tocaba la guitarra cuando mis hermanas eran chicas, pero a mí ya no me tocó.


Se sabe muchas canciones. Sobre todo boleros. Se sabe decenas. Pero las canciones que mejor recuerdo son las que me cantaba (y les cantaba a mis hermanas) para dormir: Cachito mío, Muñequita Linda y una que nos da un poco de roña y que comienza “astro de brillante luz, lleva al puerto mi barquilla, que aquí lejos de la orilla temo perder a Jesús…”

Le gusta la música clásica. Sobre todo Mozart, Vivaldi y Chopin. Cuando yo era niña recuerdo que tenía estos discos en la casa: María Dolores Pradera, Emmanuel, Serrat, Perales, Marisol, María Conchita Alonso y varios de los Beatles. Su ídolo durante toda la década de los ochenta fue Julio Iglesias.

No ve demasiada televisión, pero siempre tiene algún programa favorito. Los de la última época son Saber y ganar y Mira quién baila. También le gusta cuando pesca una buena película o un documental interesante. Si las ve acompañada, comenta en voz alta todo el rato. Si te la platica al día siguiente, te la cuenta entera.

Es una lectora ávida, le gustan las historias fuertes, buenas. También le gustan las telenovelas. Solía verlas de noche, nunca por la tarde. Durante años vimos al menos una telenovela juntas. Recuerdo Juan del Diablo, Café con aroma de mujer y la primera que me dejó ver completa: Topacio. Ahora lleva más de un año picada con una de TV Española que se llama “Amar en tiempos revueltos”. Si la pescas tarde o no la has visto nunca, te lo explica todo aunque protestes. (Y por lo general te terminas picando). 

Es una de las personas más golosas que conozco. Se come un pan completo frente a ti sin que te des cuenta. El pan es su pasión. Con queso, mejor. También le gusta el pastel de hojaldre, la paella, la tortilla de patatas, el chorizo, los chocolates, los caramelos de anís, los tamales, el pan dulce, las suavicremas de vainilla y los frijoles. Tiene buen paladar para el picante y a casi todo le pone rajas. Desde que era niña, adora el helado de limón. Sus bebidas favoritas son la Coca Cola y el Ginger Ale. También le gusta la sidra en Navidad, la champaña cuando la hay, y cuando se trataba de tomarse algo fuerte, era whisky.

Le encanta pasear y sentarse a echar chisme. Una tarde de cine y cafecito prolongado es el mejor plan que puedes proponerle. El disfrute con que lo vive es increíble.

Si hay algo que no soporta, es que le restrinjas el tiempo. La pone de pésimo humor que le limites la tarde o que estés viendo el reloj para irte. Tampoco le gusta compartir espacios. Si estás con ella, te quiere toda para ti.

Como todos los miembros de su familia, es rencorosa. A quien la hiere de veras, le cuesta sangre perdonar.

Ha tenido que aprender a lidiar con la nostalgia. Su familia siempre estuvo marcada por los adioses y las distancias. Sus padres volvieron a España cuando ella era ya madre de dos hijas; los hermanos que no se fueron también a España, se instalaron en otras ciudades. Cuatro han muerto. Su hija mayor tiene más de veinticinco años viviendo en el extranjero.

No conozco persona más recta, más organizada y más puntual. Su historial crediticio es impecable.

La verdad es que no le encantan los niños. A sus nietos los quiere pero no les halla mucho el modo. Con el que ha convivido más de cerca y por quien siente un afecto especial es por Pete, el pequeño de Thaida.

Tiene una serie de expresiones médico-corporales como: voy a descargar las piernas, hoy no he evacuado, estoy distendida, estoy desguanzada, me voy a hacer un aseo, tengo llenura postprandial, me desfasé, me dio un shock de calor, me voy a tumbar un rato. Siempre repite que el sueño que se pierde, nunca se recupera.

Su mesa de noche ha sido un arsenal de medicinas desde que tengo memoria. Tiene un remedio para todo y en auto-conocimiento corporal le da veinte vueltas a sus doctores. Pero cuando le da gastritis, siempre me llama para que le recuerde qué no puede comer. Pese a su definida tendencia alópata, cuando de curarse de algo se trata, hace de todo. Se toma el té de boldo y el de cuachalalate; se echa la pastilla de cola de serpiente, se unta la pomada de quién sabe qué, y se lee cuanto libro venga al caso. Durante un tiempo fue muy fan de Deepak Chopra.

Otra frase que le gusta repetir es “mujer enferma, mujer eterna”. Siempre odié esa frase.

No he conocido a nadie que exista en una contradicción tan fuerte, en una danza tan arrebatada entre la constante enfermedad y las enormes ganas de vivir.

Le encantan los refranes. Repite mucho los siguientes:
Bástele a cada día lo suyo, que mañana traerá su propio afán.
No hay mejor pensamiento que el primero.
No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. (Esa siempre se me complica).
No hay mayor placer que la dicha del deber cumplido.
Obras son amores, y no buenas razones.

También usa ciertas expresiones que mis hermanas y yo hemos denominado como “conchicismos”. A saber:
Fue la locura del inglés. (Fue escandaloso).
No es puñalada de pícaro. (No es a fuerzas).
Chécate. (¿Cómo ves lo que te cuento?)
Cállate. (No vas a creer esto).
Fue una odisea burbujas. (Fue un quilombo, un desmadre).
Estaba todo titirimundi. (Estaba todo el mundo).
Fue mejor idea que la de ir a Guanajuato. (Respecto a una iniciativa que tiene muy buenos resultados).
Ni hablar del peluquín. (Ni modo).

Es totalmente férrea en sus ideas. De convicciones firmes, tendientes a lo conservador. Siempre tiene una opinión sobre las cosas, por lo general inamovible. Esto puede derivar en terribles discusiones o en buenos consejos.  

Es experta en modas, modismos y expresiones. “Ahora se lleva la falda arriba de la rodilla con estampado gatuno en amarillos”. “Está súper de moda decir pirulí”. Tal vez estuvo de moda hace veinte años o nunca, pero ella lo afirma con un convencimiento total.

Siempre está bastante al tanto, eso sí, de las noticias. Durante años recibió el periódico Excélsior en casa y se lo devoraba cada mañana, con su bata, su café y unos cuantos cigarros. A últimas fechas se entera por televisión.

Mis hermanas y yo intuimos que le hubiera gustado ser de la realeza. Los personajes de la revista Hola le causan una extraña fascinación. Igual que se la causan las fortunas inesperadas o las que no considera dignas de sus acreedores.

Es experta en llevar regalitos a las secretarias de los médicos para que la pasen antes o le den consultas por teléfono.

Es un poquito torpe.

Siempre ha sido muy enamoradiza.

Es apasionada y febril. Sólo sufrió un verdadero golpe de amor y nunca se recuperó.

Dos de sus partos fueron complicados. Con Thaida tuvo que guardar reposo absoluto durante casi todo el embarazo, y cuando nací yo, tuvo una infección. Tenía cuarenta y un años, no me había visto todavía, y le preocupaba que hubiera salido deforme. Así que en la madrugada bajó arrastrándose por las escaleras hasta el cunero para verme. Con Dunia el parto no fue complejo. Dunia siempre ha hecho lo posible por hacerle las cosas simples a mi mamá.

Es muy vanidosa.

Siempre ha tenido una piel delgada y suave. Limpiarse la cara sigue siendo un ritual. Se toma un buen rato para untarse la crema limpiadora y quitársela con un algodón empapado en agua potable o suero. Por más que me insiste en que la imite, sigo lavándome la cara en cinco segundos y en el lavabo.

De joven paraban el tráfico la forma de sus labios y la curva de sus piernas. Todavía conserva unas hermosas manos, con dedos largos y delgados. Siempre las tiene suaves y siempre las tiene frías.

El color de su pelo es castaño oscuro, pero se lo tiñe de rubio hace al menos treinta años. Durante un tiempo fue pelirroja. En la mayoría de mis dibujos de niña, aparece así. Sigue poniéndose tubos de plástico con pasadores en el pelo, y una red para que no se le deshagan.

Siempre que sale, así sea a hacer un trámite bancario, se arregla y se maquilla. No es quisquillosa con el resto de productos cosméticos, pero prefiere el rimel de marca Lancome. Con poco que se esmere, se ve muy guapa. Hace pocos años íbamos caminando por la plaza del Sol, y un borrachito que pasó le dijo: “Tú eres guapa por que lo eres, así tengas noventa y tres”.

No se pone perfume muy seguido porque dice que no le dura. Tarda en ponerse los aretes porque tiene un agujero chueco, mal hecho desde su niñez.

De joven era audaz en su vestir. Su suegra la regañaba en ocasiones por llegar a las reuniones familiares con el pelo suelto y pantalones. Durante un tiempo iba a un saloncito de belleza por la Villa para que le tiñeran un mechón rubio en el frente. También usaba sandalias de tira, alpargatas, pañoletas, gabardinas y lentes de sol.

Todavía usa pañoletas, gabardinas y lentes de sol. Conserva y se pone unos lentes enormes, redondos, setenteros, que hoy en día podrían pasar por retro. (Se sigue poniendo alguna ropa “vintage” de su propio armario: nunca tira algo que realmente le gusta y se le ve bien). (Y si ya no se le ve bien, te insiste durante lustros para que te lo quedes).

Jamás se ha vestido como “señora”. Cuando le regalamos ropa sabemos que le gusta lo colorido, lo moderno y lo “hippioso” (otro conchicismo).

Los zapatos los redujo hace mucho tiempo a tres palabras: Reebock. Walking. Shoes. Los tiene en blanco y en negro y los va cambiando cuando se le gastan mucho. Alfredo mi cuñado se burla un poco de su caminadito flotante con esos tenis. 

Siempre ha sido una mujer de ejercicio. Nunca de alto impacto, pero sí constante. Cuando yo era niña, por las mañanas iba a caminar al parque deportivo de la colonia, o hacía yoga en una colchoneta verde con rayas amarillas en la alfombra del cuarto de televisión. Hasta hace unas semanas, se subía a la caminadora o salía a caminar al parque. Es un hábito que comparte con mi padre y que ni a mí ni a mis hermanas se dignaron heredarnos.

Usa anteojos desde que tengo memoria. Unos para ver de lejos y otros para ver de cerca. Otra cosa que le da mucha lata es su dentadura.

También usa una “carterita negra” para guardar sus tarjetas de crédito y sus identificaciones cuando sale, desde que me acuerdo. 

Fumó durante cuarenta años. Era una fumadora recia, empedernida. Intentó dejarlo mil veces. Usó pipas y artilugios. Fue a cursos donde le hacían rellenar un frasco de agua con colillas. Era asqueroso. Cuando finalmente lo dejó, hace unos ocho años, no le costó ningún trabajo. Dice que el único chiste es “quererlo verdaderamente”. Yo espero no tardarme mucho en quererlo verdaderamente.

Tiene muy mal inglés, pero cuando tiene que usarlo, lo hace sin vergüenza y se da a entender.

No es muy buena enseñando. Recuerdo un tarde en que se desesperó intentando explicarme los quebrados, y otras cuantas enseñándome a manejar en el Poli (donde también me llevaba a patinar y a andar en bicicleta). Pero su peor fracaso didacta conmigo fue en la cocina. Hasta el día de hoy, no sé hacer una sopa de verduras. 

Tampoco es muy ducha en las nuevas tecnologías, y han sido incontables sus pugnas con el control remoto de la tele, el aparato de música, el fax, etcétera. A la computadora nada más no le hace. Pero cuando me fui a vivir a Madrid, estaba en un café Internet al día siguiente. Lo usó tres años. Siempre escribiendo en mayúsculas y repitiendo cartas que a cada rato se le borraban.

Tiene una impresionante y envidiable habilidad para el convencimiento, la negociación y el regateo.

Se le da con mucha facilidad ganarse el respeto y la admiración de la gente.

Para ella es muy importante ser agradecido. Y tiene muy en cuenta cuando alguien no lo es.


Tiene cinco cirugías en su haber. Un par de fracturas. Dos prótesis. De niña le tuvieron que poner cuarenta inyecciones en la barriga porque una rata la mordió. Eso siempre me impactó mucho.

Tiene cuatro amigas del alma. Isaura, Chelo, Luchi y Cristina. Todas son amigas de muchos años, a todas las ve poco y por todas se preocupa. Tiene una idea muy clara de cómo deberían resolver sus problemas y llevar sus vidas. Supongo que eso a veces debe resultarles irritante. Pero todas saben, no me cabe duda, que no encontrarían amiga más fiel.

Ama profunda e incondicionalmente a sus hijas.

Es apoyadora. Siempre demostró entusiasmo por las cosas que he hecho o querido emprender. Miró con paciencia mis dibujos, mis escritos, mis bailes, mis coreografías. Siempre me hizo sentir inteligente y guapa. Cree que canto bien. También cree que soy buena conductora pero cuando se sube a mi coche se la pasa pisando un freno imaginario, detesta que diga groserías y que toque el cláxon, y si nos perdemos me quiere decir por dónde aunque no tenga idea y siempre terminamos peleándonos. 

Tiene una sabiduría práctica de la vida, lanza frases lapidarias creadas al vuelo que te matan de risa y que generalmente llevan razón.

Se le pierden con frecuencia las llaves y nunca le duran los celulares. Todos se le descomponen o los pierde.

Le cuesta trabajo mirar a la cámara y sonreír en las fotos.

Tiene una voz muy dulce. Como buena asturiana, es muy de cariños y diminutivos. A mis hermanas las llama Dunina y Thaidina. A mí me llama Anaína y también Anaíta, Nani, muñeco, bruja y cielo. La cosa más fea que me ha llamado ha sido “niña estúpida”, en medio de alguna de nuestros batallas campales durante mi adolescencia.

A veces es como una niña chiquita. Le gusta que la mimen y que la consientan, y en esos momentos parece increíblemente frágil y vulnerable. De pronto tengo la clara impresión de tener enfrente a una niña de cinco años. Otras siento que estoy hablando con una pitonisa de 230, un roble inquebrantable. Y ambas cosas son ciertas.

Todo este recuento es desde mi punto de vista, y estoy segura de que otros que la conocen podrían agregar mucho más. Lo que sí debo decir desde mi lugar es que nadie me conoce tan bien como ella (y a veces tan mal); que con ninguna otra persona de este mundo soy tan enteramente yo, para lo bueno y para lo malo. Con nadie me enojo igual, ni lloro con tanta libertad.

Confío en ella ciega y completamente. Y sé que no soy la única.

Creo en pocas cosas con la misma firmeza con que ella cree. Pero una de las cosas que sí creo es que el tiempo es una entelequia, y está compuesto de eternos presentes, que siempre están ahí. De eso estamos hechos. Conchi está ahora mismo en todos los momentos de su existencia, de alguna inexplicable manera. La vida sigue mientras sigue, y aún cuando no siga. Por eso no hay modo de terminar esta lista. Creo, quiero confiar, en que continuará por siempre. Más allá del tiempo verbal. Mucho más allá.







miércoles, 8 de febrero de 2017

El pulso creativo en la escritura




"La creación de algo nuevo no se logra con el intelecto, sino por el instinto lúdico que actúa desde una necesidad interior. La mente creativa juega con los objetos que ama."
 -C.G. Jung





¿Por qué escribir? Con el tiempo he comprobado que uno no hace nada que no necesite hacer. Si estás picado viendo una película, no te levantas al baño ni te sirves algo de comer. Te levantas porque tienes que ir al baño o porque tienes hambre. Los seres humanos vivimos al límite. Si por nosotros fuera, viviríamos debajo de un árbol, encuerados, comiendo y romanceando todo el día. Nadie se hace carpintero/médico/cantante por puro gusto. Es la necesidad la que nos levanta y nos mueve.  He descubierto que algo igual de básico sucede con la escritura. Si no necesitas escribir, difícilmente vas a hacerlo. No es algo que se decide racionalmente.
            Tengo la teoría de que vivir inmerso en una actividad creativa es como estar enamorado. Y el rasgo clave de estar enamorado, a mi modo de ver, es la necesidad física e imperiosa de estar cerca del ser amado. De nuevo: no es algo racional. No te enredas con alguien porque "sería muy conveniente que yo me acercara a esa chica, es de muy buena familia y siempre trae muy limpios los zapatos, mi madre opina que sería una gran pareja". Si te enredas con alguien por ese tipo de razones, es muy probable que esa relación fracase. No puedo afirmar que escribir sea algo que sale "del corazón" y no de la mente. Yo creo que sale de todo junto. Pero no es algo racional, no puede calcularse ni decidirse  fríamente. 

Todo aquello que requiera una constancia férrea, requiere pasión. Y la pasión no significa que algo te carcoma y te azote y te haga llorar y te rasgues las vestiduras. La pasión es algo mucho más sutil y silencioso y se reduce, simplemente, a que no puedes vivir si no lo haces. Sólo de esa manera puedes dedicar todo el tiempo/vida que requiere hacerte de la auténtica investidura de tu pasión sin tirar la toalla.

Así que debería comenzar por pedirles disculpas. Si pensaban que yo iba a llegar a decirles que todos los que están aquí van a ser escritores y contarles las fórmulas para hacerlo (fórmulas que, por cierto, se venden mucho en las librerías), me temo que no va por ahí la cosa.  

Pero no todo está perdido. ¿Alguien vio Ratatouille? Anyone can cook. Es cierto. Anyone can write? También. Por supuesto que sí. No todo el mundo tiene la necesidad de hacerlo y por lo tanto no todos van a convertirse en escritores, igual que no todos tenemos la necesidad imperiosa de cocinar, que es mi caso. Yo jamás seré una cocinera decente, porque me acerco a una estufa y me pongo a temblar de angustia. Lo que SÍ tenemos todos y cada uno de los seres humanos de esta Tierra, son dos cosas: Uno: la necesidad básica e intrínseca de compartir cosas con los demás, de expresarnos de alguna manera. Todos tenemos un pulso creativo. Si no todos tienen tan claro a través de qué medio expresarlo, es porque vivimos en una sociedad que exige resultados, productividad, trabajo, números. Y no hay cosa que sepulte más un impulso creativo que las exigencias de un mundo que se rige bajo palabras como "éxito", "competitividad", "performance" y términos por el estilo. La segunda cosa que todos los seres humanos tenemos, es que nos regimos por hábitos y logramos casi cualquier cosa a punta de repetición. Con lo cual, si uno sabe reconocer aquello que ama hacer para transmitir y compartirse, tiene muchísimas posibilidades de ejercitar el músculo hasta lograr la habilidad para que eso se convierta en su quehacer.

No es mi intención dar aquí orientación vocacional, pero si desde ahorita les gusta muchísimo algo, háganle caso. Por loco que suene. No soy tan vieja, pero tampoco soy tan joven, y esta es una de las lecciones de vida más grandes que he aprendido. Les voy a contar cómo fue mi caso.

Todo indicaba que yo iba a ser una chica muy conservadora. Nací en una familia católica, fui a una escuela de monjas y tocaba la trompeta en la estudiantina. Por esas mismas épocas también fui animadora de campamentos, me puse a estudiar un diplomado de Filosofía los fines de semana y ya tenía rato ejercitando la más intensa de mis prácticas obsesivas: escribir. Empecé cuando era muy chiquita. Mis padres se separaron y yo pasaba mucho tiempo sola. Los cuadernos se volvieron mi refugio. Los rellenaba a tope con dibujos e historietas donde siempre me proyectaba como adulta. 



Yo tenía mucha prisa por crecer. Tengo dos hermanas que me llevan muchos años, y siempre tuve urgencia por alcanzarlas. Una de las cosas que les copié fue llevar un diario, que comencé a los trece años y no he abandonado hasta hoy. Ahí descubrí un espacio íntimo e intransferible donde podía traducir el torrente interior que a veces sentía que me rebasaba. Gracias a la escritura pude observar mi mente y perderle el miedo.



            Yo no sabía que eso iba a convertirse en mi oficio. Me costó mucho elegir carrera, y me decidí por comunicación. Creo que hice bien. La carrera me dio, como dicen, una "embarrada" de todo lo que me interesaba, pero sobre todo me dio la claridad de que yo NO servía para dirigir ni producir ni hacer fotos, ni fijas ni en movimiento. Yo para lo que era buena era para escribir. Comencé a trabajar desde el cuarto semestre (estaba becada en la Ibero, si no, nunca hubiera podido costearla); tomaba clases en las mañanas y después agarraba mi coche, que se descomponía a cada rato, para irme a que me explotaran en toda clase de oficios. Gradué anteojos, edité off line en un cuartucho, me piqué los ojos en filmaciones, dibujé story boards y finalmente entré al Canal Once, donde empecé a escribir los programas de la barra niños. Luego me fui a España a estudiar mi maestría en guión de cine y televisión. Tenía familia allá y, sobre todo, una urgencia indecible por largarme. En Madrid, entre vinos baratos y viajes mochileros, forjé lazos indisolubles. Iba por un año y me quedé tres. Al final me mudé a Barcelona y en esa ciudad primorosa, la cosa se puso fea: estaba de ilegal, no tenía dinero y terminé volviéndome publicista. Entretanto me enamoré, pero el amor era frágil y hablaba otro idioma. Volví a México con el corazón pachucho. Pero Coyoacán poco a poco me lo fue restaurando. Renté un estudio muy chiquito pero con una tina muy grande en el corazón del barrio. Y ahí, por fin en una habitación propia como recomendó Virginia Woolf, sin faltar a mis sesiones de psicoanálisis (no para curarme de nada sino para llevarme mejor con mis huecos), al fin me convertí en escritora. Es decir, asumí que aparte de las chambas que me daban de comer, y más allá del soliloquio de mis diarios, tenía que atreverme a compartir algo, lo que fuera, que saliera de mí. 

David Bowie decía: no hagas arte para complacer a otros, y sal de tu zona de confort. Si estás demasiado cómodo haciendo lo que haces, algo anda mal. Es cuando sales de tu zona de confort que empiezan a pasarte cosas realmente emocionantes. El tema es que escribir desde lo hondo y con una voz propia tiene un inconveniente: tienes que hacerte cargo de lo que dices. Como guionista o escritor por encargo te puedes meter bajo las faldas del director, echarle la culpa al productor y los actores (aunque en tele lo más frecuente es que todos le echen la culpa a los guionistas). Pero cuando decides ser un autor, no puedes hacer eso. Nadie te dice que mejor pongas la escena en el elevador porque no hay lana para hacerla en la cafetería, o que reescribas lo de la semana entera porque la actriz hizo un berrinche y decidió no ir a los llamados. Eres tú y el lector. Sin intermediarios. Eso da mucha libertad, y también mucho miedo. Así que después de un rato de estar al borde de una alberca metafórica, aterrada de aventarme al agua fría, finalmente me eché el clavado con un blog. Se llamaba Coyoacán Jane y ahí empecé a escribir sobre cualquier cosa que se me ocurría: sobre el tabaco, el matrimonio, las olimpiadas, la fiebre porcina y el azar, todo salpicado de uno que otro cuento; pero sobre todo empecé, por fin, a escucharme en voz alta. 
          Al año de escribir el blog desempolvé una novela. Se llamaba Quiéreme cinco minutos, la había escrito por encargo pero la edición no se concretó. Al releerla me di cuenta de que la voz de la narradora estaba toda acartonada y entonces la reescribí completa, desde la voz de una verdadera chava de quince años, que era quien narraba. Fueron nueve años entre que concebí el libro y lo publiqué finalmente. Estoy segura que nunca hubiera llegado a ese punto sin haber transitado por todo lo anterior. Dejé de escribir Coyoacán Jane hace unos años, sin proponérmelo. Y recién abrí este nuevo blog para seguir teniendo un espacio acotado y exclusivo para compartir mis ideas más personales y que no se diluyan en el torrente de contenidos de las redes. 

Hace un momento hablé de las chambas que me daban de comer. No quiero subestimarlas. Gracias a ellas me forjé un oficio y además me dieron algo que agradezco cada día: una familia extendida. Como guionista se trabaja mucho en equipo. A lo largo de horas y horas de estar sentado en una mesa inventando locuras con otra gente, te curtes en el arte de escuchar y cuando estás en un atolladero (ya sea a la hora de tramar o a la hora de pelearte con la producción) no sufres solo. He coordinado equipos en varios proyectos y una cosa he aprendido: si no te diviertes, si no lloras de risa de vez en cuando, no ganas nada más que dinero. Con esa filosofía mis amigos escritores y yo hemos surcado toda clase de tormentas en barcos de muchas presentaciones.  


Una diagramación de la serie "Infames"
Hay quien les dirá: "Esto de dedicarse a la creatividad es trabajo duro. No pain no gain. Lo que vale cuesta y si no estás dispuesto a partirte la madre y hacer sacrificios, ni le entres". Todo lo que les he venido contando, yo no lo sentí difícil ni terrible mientras lo viví. Simplemente fue un proceso. Y sí, implicó mucho trabajo. Pero trabajo no es lo mismo que sufrimiento. De nuevo: esto es como el amor. Y de lo que les hablo es de ENTREGA. Cuando estás entregado a lo que amas, vas sorteando las peripecias que se presentan sin que pese y sin dudar. En ese sentido tiene que ser fácil. Si lo tienes que forzar, es que no es tu lugar. (No me atrevería a afirmar esto con tanta vehemencia si no lo hubiera constatado en la propia cancha del amor). (Por cierto, junto con el tema de la escritura, también reforcé mi vena liberal. Desoyendo a las maestras de moral de mi prepa, después de tener muchos novios por fin conocí uno con el que me fui a vivir sin casarme, y luego me casé sin religiones de por medio. No lo pude evitar: ese amor, a diferencia de los anteriores, fue inescapable). 

Un día mi hermana Dunia lo puso en estas llanas palabras: la vocación no es algo que está afuera para elegir, como si fuera un menú de restaurante. Tiene que ser algo que brota desde DENTRO de uno. Yo no podría estar más de acuerdo.

Con el tiempo he concluido que cuando amas/necesitas hacer algo, llegas a ello de una manera u otra. El tema es escucharte, tener abierto el canal, estar permeable, y jamás, JAMÁS apostarle a algo que no te entusiasma sólo por ganar dinero o complacer a los demás. Hay una plática TED de un chavito japonés que es un artista del yoyo. Por muchos años el chavo no encajaba. Le echó ganas y logró ganar un concurso de yoyo en Nueva York. Le hicieron entrevistas y patrocinios y luego todo se diluyó. Regresó a Japón a trabajar en una empresa y a ser profundamente miserable. Luego buscó por otro camino, y se puso a estudiar performing arts. Música, danza, escenografía, etc. Ahora va por el mundo haciendo unos shows espectaculares con su yoyo. Si a alguien le queda el saco, póngaselo por favor. Otro ejemplo que me gusta es el de J.K. Rowling. Pareciera que esa mujer empezó a escribir por una necesidad mucho más básica, que era la desesperación por tener un techo y un pan que llevarse a la boca. Pero esa mujer ya sabía escribir. Sólo que nunca se había atrevido a pensar que era eso lo que podría sacarla de la precariedad en que vivía. Y yo me atrevo a pensar que incluso tuvo que ponerse en esa situación extrema para no tener más pretextos y ponerse a hacer lo que pugnaba por salir de cada uno de sus poros.

Otra cosa maravillosa de todo esto es que para crear nunca es tarde. Mi papá siempre fue un tipo muy creativo. Era médico pero también pintaba, tocaba la guitarra, jugaba ajedrez y fue cinta negra de Tae Kwon Do. Siempre fue un narrador extraordinario y fue justo eso lo que nunca exploró como un ejercicio "formal", aunque fuera en la modalidad de hobby. Hasta que tuvo la necesidad de hacerlo. A los 70 años, y después de una redención sin precedentes en el tema de las adicciones, tuvo que escribir su vida. Fue ineludible. Se sentó durante dos años y escribió cinco tomos con sus vivencias.  Cada uno mejor que el anterior. Con ello nos dejó una herencia y él se compró unos cuantos sorbos de dicha. 

Yo lo siento así: tener un quehacer creativo es como tener una especie de súper poder. Y lo es más allá de lo que hagas con él. Es TUYO, se te amolda como la capa invisible de Harry Potter, y no importa lo que suceda en tu vida, las chambas que tengas, e independientemente de lo que "produzcas" o ganes con ello, nunca dejará de ser parte de ti. Es como un tesoro, como un regalo. Porque el verdadero poder de lo creativo no son sus resultados, el mejor momento para alguien que crea es el momento de la creación misma. Ningún tipo de reconocimiento se compara con el instante indescriptible en que las palabras fluyen y los personajes hablan y uno ríe y llora como un demente enfrente de su texto. Es un súper poder bastante solitario, eso sí. Pero lo bonito es que sólo es "poder" si lo compartes con los demás.

Me pidieron que hablara sobre la creatividad y su proceso. Yo escribir es lo único que sé hacer bien. Me gustaba cantar, bailar y dibujar y al final me quedé con esto, quién sabe por qué. Pero pienso que el acto creativo puede permear muchas actividades humanas, no sólo las catalogadas como artísticas. Creo que hay mucha creatividad en la ciencia, en la maternidad, en la cocina, en la jardinería y en una larga lista.  Para mí el quehacer creativo tiene cuatro características esenciales. (Las voy a ejemplificar con mi oficio porque es lo que mejor entiendo, pero cada quien adáptelas a su propio interés)...

1. Abrir puertas. Cuando iba en secundaria escuché que la creatividad es la capacidad de resolver problemas. En ese momento me sonó medio árido, pero la práctica del oficio me lo ha confirmado una y otra vez. ¿Cómo le hago para que este personaje pueda entrar a una casa a robarse el contenido de una caja fuerte? ¿Cómo le hago para que entre a robárselo cuando hay una fiesta en esa casa? ¿O un funeral? ¿Y de paso seducir a la chica? Cuando tramas una historia, todo el tiempo estás resolviendo problemas, encrucijadas. Y además hay que hacerlo emocionante, verosímil y coherente. La creatividad estriba en encontrar soluciones, en abrir puertas. Todo el tiempo.

2. Jugar. Cuando ejercitas el músculo creativo sigues siendo siempre un poco niño y un poco loco, porque sigues viviendo en un mundo de imaginación vívida que cuando eres adulto sueles reprimir o censurar. Rosa Montero se refería a la imaginación como "la loca de la casa", y creo que es muy atinado. Yo pienso que escribir es como jugar. Los personajes viven en el gran arenero de tu imaginación, y tú los pones a hacer lo que tú quieras. E igual que cuando eras niño (y cuando eres loco) tienes que creértela. Y nunca tomarte nada demasiado en serio. Ni tus textos ni a ti mismo. Pienso que si te tomas demasiado en serio, si no sabes reírte y hasta burlarte de ti mismo, vas a sufrir mucho como escritor. 

3. Es echarse un clavado al interior. Esta frase de Natalie Goldberg me gusta mucho: "Escribir proporciona la posibilidad de tocar con la mano la propia existencia. Dedicarse a la escritura es, al final, dedicarse a la existencia en su totalidad." Escribir nos ayuda a confiar en nuestra mente y entenderla. Se escribe contra el tiempo, contra la muerte, contra la locura y contra el dolor. Se escribe a favor del hallazgo de la propia voz. Y esto sucede con cualquier acto creativo: siempre nos revela de qué arcilla estamos hechos.

4. Expresar. Y conste que estoy usando esa palabra y no "crear". Una de las obsesiones de nuestra sociedad tiene que ver con el término "nuevo". Nos encanta. Es un gran recurso publicitario ponerle la palabra "nuevo" a cualquier producto. Pero muchas veces, o casi siempre, nos encontramos con que nada es nuevo y ya todo está dicho. Para mi gusto, en términos de dramas y tramas, Shakesepare ya lo dijo todo, la verdad. El chiste es desde dónde se dice algo. Quién lo cuenta esta vez, y cómo. Es todo el bagaje del "creador" en cuestión, toda su vivencia, lo que le da color a lo que decida contar. Y es por eso que se crea: para expresar algo, para transmitirlo y no dejar que se nos pudra en las entrañas. A ese bagaje, a ese corolario personal e intransferible, y no a cómo acomodas las palabras y dónde pones las comas, es a lo que se le llama VOZ.

¿Por qué cuando agarramos un papel y nos disponemos a escribir nunca logramos plasmar lo que sentimos y pensamos? La escritura es un músculo que hay que ejercitar, ciertamente. Pero no es sólo por falta de práctica que nos sentimos unos estúpidos cuando empezamos a escribir. Es más bien porque lo primero que hacemos es querer sonar profundos e interesantes, con lo cual nos ponemos toda clase de filtros, sensores y censuras, y lo que nos sale, sabe a cartón. El veinte que eventualmente cae cuando uno escribe es que no lo haces tanto para decir lo que piensas, sino para DESCUBRIR lo que piensas. La escritura te revela quién eres y lo que llevas dentro, no al revés, y es como avanzar a ciegas en la oscuridad, trazando el mapa sobre la marcha. Como dijo Machado, el poeta favorito de mi padre, se hace camino al andar.  

Por último, aquí van unos consejos prácticos, que llevo muchos años compartiendo en las clases y talleres de escritura que he dado. El 3 y el 4 son tomados de un libro que me encanta. Se llama El camino del artista de Julia Cameron y fue una herramienta clave en mi proceso de "salir del clóset" literario.  

1. Escribir en un cuaderno. Como decía antes, las palabras vienen de la mente. Escribir es notar lo que hace nuestra cabeza a través de nuestra mano. Si ves cómo se mueve tu mente, la entiendes mejor y le pierdes el miedo. Que sea un cuaderno al que le puedas perder el respeto para que puedas escribir con letra fea y enunciar bazofias y manchar de café y grasa de garnacha, y que puedas llevar a todas partes. Nunca sabes en qué momento puede venir la inspiración, las ganas, o la necesidad de perder el tiempo. (Yo me entretenía mucho escribiendo en períodos de espera cuando todavía no existían los teléfonos inteligentes y toda su variedad de facetas para procrastinar).

2. Escribir en cafés. No sé por qué, pero ayuda. Para ponerse en la frecuencia mental de escribir viene bien hacerse de un espacio aparte, privado, especial. A mí siempre me han gustado los cafés (porque también me gusta el café) pero para alguien más podría ser la banca de un parque o de un museo. El espacio da igual siempre que sea fuera de casa y de la chamba; de los lugares rutinarios, pues.




3. Escribir tres páginas al día. Con lo que fluya. Sin pensar. Da igual como esté tu estado de ánimo. Sólo hay una regla: NO PARES. No pares aunque lo que estés escribiendo sea tonto, estúpido, fragmentario, negativo, sobre frivolidades o achaques, no importa. Todo eso es lo que está entre tú y tu creatividad, así que hay que drenarlo. Sirve para todos los artistas, aunque no sean escritores. Las páginas nos liberan de la desesperación por no estar creando. En lugar de lidiar con el miedo y el sinsentido, lo vuelcas en papel. Cada día. Trata de que sea lo primero que hagas, cuando la cabeza está más fresca. Y haz que se vuelva un hábito. (Yo se los aseguro: los resultados se sienten pronto y son bastante sorprendentes...)

4. Poner atención. Uno de los grandes malentendidos de la vida artística es que requiere de grandes pulsos de desvarío. Que consiste en ponerse en situaciones de emergencia o cargadas de dramatismo para tener “material” para crear. Nada más falso que eso. La verdad es que una vida creativa implica grandes dosis de atención. La atención es un modo de conectarse y sobrevivir. Y para sobrevivir, hay que mantenernos sumergidos hasta las rodillas en la corriente de la vida, prestándole mucha atención a todos sus detalles. Henry Miller dijo: “Desarrolla un interés en la vida tal y como la ves: en las personas, las cosas, la literatura, la música: el mundo es pleno, rebosante de ricos tesoros, almas maravillosas y gente interesante. Olvídate de ti mismo”. La calidad de una vida poco tiene que ver con su éxito o su fracaso. La calidad de la vida siempre tiene que ver con su capacidad de deleite. Y la capacidad de deleitarse es el don de la atención. Y al final del camino, el gran premio de poner atención es la curación. No sólo la curación de un dolor en particular, como una pérdida o un abandono. Lo que finalmente se cura es el dolor que subyace por debajo de todos los dolores: el dolor de que todos estamos, como dice Rilke, “inexpresablemente solos”.

5. Leer. No tiene que ser muchísimo. No es un asunto de cantidad. Es de darse la oportunidad de enamorarse de un libro. Tener esa experiencia. ¿Y qué es enamorarse de un libro? Igual que con enamorarse de una persona, nadie te puede decir lo que se siente hasta que no lo vives. Lo que sí es que cuando lo vives, te dan ganas de hacerlo otra vez...

6. Tallerear y reescribir. 
Cuando todavía estudiaba, logré entrar de enchufada al taller de Vicente Leñero. Ahí me dijeron muchas cosas horribles, entre ellas que yo no tenía ningún respeto por las letras. Ese golpe dolió pero me curtió como pocas cosas. Si quieres ser escritor, conviene que sometas tus escritos a otros ojos. Y saber escuchar la crítica. Y callarte la boca. Y luego hacer dos cosas: Que te la pele todo lo que te acaban de decir a) porque no es personal y b) porque a fin de cuentas para gustos se han hecho colores y todo el mundo va a opinar algo diferente de lo que escribes. Y después, tomar de eso lo que te sirva, lo que te cheque, y con ello enriquecer tu texto.  Escribir es reesribir. Un texto es como un lienzo o como un pedazo de mármol para esculpir. Hay que pulirlo sin cesar hasta que la escultura emerge. Es cierto que Kerouak se sentó y escribió su gran obra On the road de madrazo, en un gigantesco rollo de papel, sin detenerse. Bien por él. Pero el común de los mortales necesitamos trabajar y pulir nuestras creaciones. Porque además, en ello está el disfrute de todo esto. Si escribir es como jugar, ¿quién quiere dejar de jugar cuando se la está pasando bomba? 


Para terminar, un credo y una certeza. 

El credo:

"There is a vitality, a life force, an energy, a quickening that is translated to you into action, and because there is only one of you in all of time, this expression is unique. And if you block it, it will never exist through any other medium and it will be lost. The world will not have it. It is not your business to determine how good it is nor how valuable, nor how it compares with other expressions. It is your business to keep it yours clearly and directly, to keep the channel open. You do not even have to believe in yourself or your work. You have to keep yourself open and aware to the urges that motivate you. Keep the channel open... No artist is ever pleased. There is not satisfaction whatever at any time. There is only a queer divine dissatisfaction, a blessed unrest that keeps us marching and makes us more alive than others."


-Martha Graham

La certeza:

“El propósito del arte no es una quintaesencia intelectual, rarificada. Sino la vida, la brillante e intensa vida”.
-Alain Arias Misson






-Basado en una conferencia impartida en el colegio Ciudad de México en enero de 2017.