Sí. Tengo una idea para derrotar a Trump:
No verlo. No oírlo. No vivir pendiente de las aberraciones que está haciendo o diciendo, para entonces enojarme y lamentarme y seguir viendo la computadora hasta las dos de la madrugada e irme a dormir con un nudo, y pasar el día siguiente con algo gris y viscoso flotándome encima, frustrada porque no puedo hacer nada contra ese engranaje inmenso y perverso, pensando que el mundo se va a acabar, que mi hijo va a sufrir por el agua, trabajando y estando con la gente con esa sensación, y buscando las maneras tontas y baratas de ver cómo la evito, cómo me distraigo, desde la chela y los toques hasta las horas frente a cualquier clase de pantalla. Viendo cualquier cosa. Viendo a Trump.
Esto es lo que yo creo: Trump es un fantoche. Un maldito personaje. Está más escrito que los diálogos de una telenovela. Si lo sabré yo, que a eso me dedico. "Las mujeres sangran por los ojos y por otras partes". ¿Neta? "Yo no pago impuestos y por eso soy un genio". "Grab them by the pussy". "Es que hay unos bad hombres que cuidado..." ¡¿Es en serio?! Hay quienes dicen que pues sí, el tipo es así. Yo no dudo que lo sea (¿qué significa ser "auténtico" en un contexto como éste, de todas formas?) ...Pero también es un gran explotador de su propio personaje, que está manipulando y torciendo a la gente estudiada y deliberadamente. No sólo a sus votantes, sino a todo el mundo. Y que sabe que el masoquismo morboso es algo que al consumidor promedio, se le da.
¿Y saben qué es lo único que no aguanta ese tipo de gente? NO SER VISTA.
Trump is a trap. No caigamos.
No dejemos que nos jalen hacia allá. A la tele. A la computadora. Al horror, a lo oscuro. Mejor vámonos al cine, al parque. A plantar cosas ricas y divertidas en nuestro balcón, a tomar cafés, a hablar con la gente con la que queremos estar, de frente. Sobre las cosas importantes. Vayámonos a tener a nuestros hijos y a ver a nuestros papás si aún los tenemos. Alejémonos de tanta muerte y vámonos a la vida. Pongámonos a hacer todo lo que dicen en esa lista tan bonita que salió al día siguiente de las elecciones: a sentarse junto a la de la burka, a defender al niño negro del camión, a hacernos el paro los unos a los otros. Pero sin que sea por Trump o para contestarle a Trump. No hagamos a ese tipo el centro de nuestro discurso. No lo tengamos tan presente entre nuestras palabras.
Voy a lanzar una hipótesis osada. Nunca había escuchado tanto las palabras "misoginia, racismo, homofobia, odio," juntas, todo el tiempo. Es como cuando hace trece años nos la pasábamos repitiendo la palabra "terrorismo", y hace cuarenta, "comunistas". Hay que tener cuidado. Estos tipos son muy listos. Son los mismos de siempre y son expertos en inventarse enemigos comunes para que nos agarremos a madrazos entre nosotros y mientras apañarse ellos todos los dulces de la piñata. Como lo hacen con las guerras "justificadas", y como lo quieren hacer ahora haciéndonos creer que media nación norteamericana odia a la otra mitad. Y sí, hay actitudes que lo evidencian. Y a mí también se me erizaron todos los pelos del lomo cuando vi salir a la calle a los del kukuks klan para festejar el triunfo del pelos de elote ese. Pero estos tipos lo hiperbolizan, lo exageran. Saben exactamente qué cosa "soltarnos" a los changuitos para que nos pongamos a olerlo y a mordisquearlo. (Sin ánimo de ofender a los changos). Desde la Rosa de Guadalupe y las pechugas de Salma Hayek hasta la jeta de Trump. De todas estas palabras repetidas y espantosas que escuchamos tanto por estos días, creo que la única cierta y universalmente aplicable, es ignorancia. Bueno, hay otra: miedo.
Y cuando hay ignorancia y miedo, y hay hambre, todo cuela.
Ahora nos están haciendo creer que el enemigo está en casa. Y no es así, se los aseguro. Todos los red necks del universo están preocupados exactamente por lo mismo que el resto. Se levantan en las madrugadas a bajarle la fiebre y a dar el biberón a sus cachorros, aunque queramos pensar que sólo se dedican a torturar gatitos. Y aunque cuiden a sus cachorros al tiempo que maldicen a los mexicanos, porque les han hecho creer que son ellos los que le quitan el pan de la boca a sus hijos.
Pero no son los mexicanos. Eso cualquier persona sensata lo sabe. Y hay otra cosa cierta, aunque nos cueste verla: cuando le quitan el pan de la boca a tus hijos, da igual si lo hacen escupiendo sapos por la boca, o escupiendo rosas.
Vencemos a Trump si lo ignoramos. Si le damos la espalda.
Y no se me entienda mal. No estoy sugiriendo que nos metamos en una burbuja e ignoremos lo que está pasando. Que dejemos de pronunciar el nombre "Voldemort" y de llamar a las cosas feas por su nombre, cuando hay que llamarlas por su nombre. Al contrario. Se trata de estar más alertas que nunca. Pero no obsesionados, no consumidos por la información al grado de que nos confunda y nos genere impotencia.
Son los mismos tipos. Con otra estrategia. Si no nos la cambiaran, no serían tan listos. Por eso nos agarraron en curva la semana pasada y no entendíamos qué estaba pasando. Pero el objetivo es el mismo, y es burdo y es simple: tenernos consumiendo como unos estúpidos. Hamburguesas, medicamentos, gasolina, coches, drogas, películas, palomitas, televisión, Coca Cola, revistas de modas, pendejadas. ¿Por qué? Porque quieren MÁS. Porque siempre quieren más y no quieren compartirlo con nadie. Son como el niño que no quiere dar de sus dulces (sin ofender a ningún niño, pero tengo uno de dos años y medio y he visto lo locos que se ponen cuando no quieren compartir).
Son los mismos que nos jalan a la diabetes. Al enfisema. A los accidentes alcohólicos. Los que nos están llevando a la ruina, al eterno endeudamiento crediticio, al insomnio, a la cárcel por nada, a la vida metidos en un coche. Nos están llevando entre las patas. Pero nos lo venden en empaques bonitos. Nos llevan a la anorexia y a la bulimia y a la obesidad mórbida. A las adicciones. A la guerra. Nos la venden con discursos carismáticos, sabor chocolate. Pero nos están haciendo de a poco ciegos. Ante la desgracia, ante las estadísticas de muertos y pobres. Nos hacen tragarnos el alquitrán, el transgénico, el azúcar. Y sí. También es nuestra responsabilidad lo que consumimos y lo que hacemos. Tenemos poder de decisión. Pero... ¿en serio la tenemos? Con esos empaques, con esos discursos... nos lo preparan todo como foto de hamburguesa de restaurante de cadena, lo hacen lucir todo tan positivo, tan inofensivo en sus comerciales... Hay que estar medio ciego para no caer en sus garras. (Y justo por eso es que a veces es mejor cerrar los ojos).
Mi amigo Juan Luis escribe en su libro Pensar la nada: "El malestar en la cultura toma distintas formas para cada cultura, y la adicción es una respuesta para un malestar característico de esta época. La clave para entender la adicción no está en las sustancias, sino en la relación que establecemos con ellas, determinada por coordenadas culturales e históricas muy particulares."
Pienso que en este momento histórico, en este tiempo, la economía, el gran mercado mundial, funcionan con adictos. Y Donald Trump no es más que otro producto adictivo.
Pero hay quien me argumentará: Trump es un síntoma de la decadencia de nuestros tiempos. Está ganando la derecha en el mundo. Hay un nuevo fascismo extendido y la gente está VOTANDO por él. Estamos jodidos.
En algún lugar leí que las sociedades en crisis tienden a "derechizarse". Y sí, es cierto, pero no por las razones que creemos. No me cuadra que de repente salieron del clóset todos los odiadores del arco iris y de las mujeres y los negros y los musulmanes. Mi teoría es que el conservadurismo -y digo conservadurismo con tiento porque no quiero implicar ninguna creencia religiosa, sino referirme a estos mismos desgraciados que quieren CONSERVAR las cosas como están, a toda costa, para mantener sus privilegios, y que son capaces de manipular a quien sea para que los apoye en aras de mantener esos privilegios- ...el conservadurismo codicioso (así le voy a llamar) destroza países pobres, los exprime, los despoja de todos los recursos, y luego, cuando la gente de esos países pobres se lanza a buscarse una vida en algún país "fresa", los conservadores codiciosos le hacen creer a la población de los países fresas que los ojetes son los pobres porque les roban lo que es suyo. (Pero hasta donde sé, el mundo no surgió con fronteras dibujadas...) Esa es la crisis que está viviendo Europa, agudizada ahora por la guerra en Siria y en otros países. Esa es la crisis que se vive en Estados Unidos también, a resultas de los muchos tratos y tratados desventajosos para la gente que han urdido las corporaciones y los títeres, digo... los gobiernos. Pero son tan listos, son tan convincentes estos malditos, que incluso logran que tanto a los europeos como a los gringos se les olvide que todos sus antepasados fueron inmigrantes. Así se las gastan. Aprovechándose de la necesidad de la gente, de su hambre, de su fe; haciéndoles creer cosas horribles como que los mexicanos van a violar y los gays se van a comer a sus hijos, o que la guerra es preferible a la paz si la paz involucra el "pecado", como en Colombia. De ahí sacan montón, de ahí sacan paleros y se salen con la suya. Del miedo. Son unos cobardes y unos rastreros que avientan la piedra y esconden la mano. Y cuando logran su objetivo, cuando se quedan arriba, ¿saben quiénes salen perdiendo? Los mismos. Jodidos. De siempre. ...Los de abajo.
Y aquí quiero subrayar algo: quien se diga liberal y no esté dispuesto a soltar uno solo de sus privilegios para que las cosas cambien a favor de la mayoría, no sólo es un conservador codicioso, sino un hipócrita.
¿Cómo luchar? ¿Cómo resistir? Volviendo a la idea de que Trump encarna el patrón adictivo mórbido y consumista al que nos tienen sometidos, lo único que se me ocurre es resistir todo esto como si fuera una adicción. Es decir, enfrentándola. Y enfrentarla no quiere decir cortar, prohibir, abstenerse. Eso casi siempre se traduce en una recaída. Al contrario: hay que ver, analizar, hacer consciente. Hace tiempo mi amiga Hebe me compartió una plática TED interesante sobre eso. A lo que sea que uno sea adicto, conviene observarse. Ver en qué momentos fuma uno, cómo se siente cuando se come la tercera rebanada de pastel, por qué se clava con el iPad hasta las cuatro de la mañana. Sólo entendiendo nuestro comportamiento, nuestros patrones, podemos hacer algo al respecto. Aquí nuestro peor enemigo es la inconsciencia, el automatismo. Eso es lo que nos lleva al atasque, y luego a la cruda, y así en un ciclo infinito.
Hay que hacernos conscientes de nuestros hábitos cotidianos de consumo. Los últimos días he estado pensando en llevar una bitácora. Enterarme de una vez por todas de cuánto plástico utilizo y cuánta agua gasto. Pero en serio. Cuántas vaquitas me trago al mes. Y luego actuar en consecuencia, en actos cotidianos que sean fáciles de repetir. Somos criaturas de hábitos. Hay quienes pueden bajarle cinco minutos a la regadera cada mañana pero no al pollito. Ni modo. Tengo amigos que se mueven en bicicleta, yo soy una cobarde y jamás podría moverme en bici en esta ciudad. Mucho menos en moto, como Andrés. Pero conscientemente elegí mudarme a un barrio céntrico donde tuviera que usar poco el coche. No es el tibio "granito de arena". Es empezar. Con lo que sea. Empezamos a transformar algo cuando lo hacemos consistente, cotidiano.
Y esto va más allá de la ecología. Se trata de poner atención para detectar los patrones adictivos a los que estos desgraciados nos meten. Es entender cómo jugamos su juego para ya no jugar. ¿Netflix es malo o no? Depende. ¿Cuántas horas lo ves, te entretiene o te embrutece? ¿Es una compañía que trata bien a sus trabajadores? Entonces decide. Lo mismo con la ropa que compramos, con los gadgets, con los cosméticos... creo que ya me di a entender.
Me parece que hemos cometido el gran error de pretender que para cambiar el mundo, todos tenemos que ponernos de acuerdo. Tomarnos de la mano para ir a repoblar el Amazonas con una canción de John Lennon de fondo, o salir todos con el fusil. Y eso nos paraliza, porque lo vemos cada vez más imposible y lejano. Estos malditos codiciosos lo saben, y es otra cosa a su favor. Pero es cierto: NO se puede plantear una estrategia general porque nada puede generalizarse. Los seres humanos somos inabarcablemente diferentes, bipolares, tiernos y abominables, llenos de inseguridades y traumas, y lo que está claro es que no nos gusta lo mismo ni tenemos el mismo concepto de "mundo feliz". No podemos pretender entonces que todos tomemos las mismas medidas a favor de la salvación de nuestra especie, y no podemos confiar en que los gobiernos se encarguen porque son parte del mismo engranaje corrupto y retorcido que sólo ve por sus intereses. Si estamos dispuestos a hacer algo para que la generación que nos sigue tenga agua, tiene que ser desde una consciencia individual, consistente y firme, que poco a poco vaya conectando con otras consciencias hasta volverse colectiva. Pero TIENE que volverse colectiva. Eso de que "el cambio está en uno" es cierto, pero sólo parcialmente. Estamos juntos en esto. Es hora de observar y analizar. Mucho, profundo. Y de ahí, uno a uno, cambiar los hábitos. Esto tiene que ser primero desde cada uno, o no va a ser. Es como sumarte a un coro cuando no te sabes la canción. Primero tienes que sabértela.
Me temo que no, amigos míos. Bernie Sanders no nos va a salvar, Martin Luther King no podría salvarnos si reencarnara, y Jesús todavía no sabemos en qué vuelo llega o si va a llegar. Empecemos a hacernos las pinches preguntas, ya basta de que esperar que nos estén dando las respuestas.
Por lo pronto, para sobrevivir cada día, hay dos cosas en las confío plenamente: El complemento de los opuestos, su misterioso y confiable equilibrio, y la dialéctica. Todo tiene sus tres momentos... o lo que viene siendo su tesis, su antítesis y su síntesis. Y esto tiene un asegún, porque también implica que si algún día alcanzamos la justicia y la paz, vendrá otra vez el desbarajuste. Igual que lo acabamos de atestiguar en Estados Unidos: hace ocho años creíamos que el mundo estaba resuelto porque un negro había llegado a la Casa Blanca, y miren ahora. Pero al menos podemos confiar en esto: las cosas siempre se mueven, nunca se quedan en el mismo lugar. ¿Creo en el espíritu humano? No lo sé. A fin de cuentas es igual de contradictorio y dialéctico que todo lo demás, lo que lo vuelve errático y poco confiable. ¿Vale la pena el dolor de la consciencia para que otros seres humanos y otros bichos que no conocemos ni conoceremos jamás, experimenten esta existencia?
Es responsabilidad de cada uno responderse a esa pregunta. Sincera, cabalmente y cuanto antes.