Comenzó la
escuela. El reloj. El orden de las cosas, de las mañanas, de los desayunos, de
apurarse, dejarlo en la escuela, recogerlo, preguntarse por él mientras no
está, pensar qué estará haciendo, y mientras, a apurarse a hacer las cosas de
uno, a chambearle, porque las horas vuelan. Una noche antes de empezar, nos
cayó el veinte: Así va a ser por mucho rato. Por muchos años. Así la rutina,
las mañanas. Después vendrán las tardes de tareas. De jugar, ver tele y estar
en la compu. Ver a veces amigos, primos. Bañarse. Cenar. Y el relleno de todo
ello, que es la vida. Lo sabemos porque así fue con nosotros, durante años que
nos parecieron una eternidad. A la distancia también sabemos que en realidad no
fueron tantos años, y que aunque dé una sensación medio de abismo y de flojera
loca repetir desde cero las letras, el aparato digestivo, el amor imposible y
la tabla del 2, ahí estaremos pero será diferente, y él lo vivirá todo a su
manera, y con suerte hasta lo pasará mejor que nosotros. O por lo menos igual de bien. Y supongo de eso
se trata todo esto. Suerte en el caminito, Esteban.
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