Ayer lloré en el coche.
Yo lo vi en vivo por primera y única vez en el Auditorio el
año pasado, gracias a una de las iniciativas grandiosas de Adriana Guzmán. Fue
una cosa formidable. Bailé sin parar y también estuve chinita y con lágrimas de
emoción la mitad del tiempo. No ha habido un tipo más romántico que él. Incluso
consiguió que yo volviera con un novio porque me grabó "Querida" en
un CD. Siempre escuché historias de aquel mítico concierto en Bellas Artes con
fascinación, y en mi casa de la infancia se puso muchas veces el casette. Recientemente
oíamos el de Los Dúo en el coche, y Esteban un día empezó a repetir "mira
mi soledad, mira mi soledad..."
Es bueno que se haya muerto de un infarto. Sin desgaste y sin
dolor. Y que dos noches antes haya dado un concierto. Eso alegra, consuela.
Me preocupa qué va a pasar ahora. De dónde vamos a sacar la
sal y la pimienta en este país, la música, el romanticismo. Qué va a ser
aquello que logre lo imposible y nos una a todos como lo hizo él, desde Interlomas
hasta San Juan Chamula, pasando por todo lo de en medio. ¿Hay algo?
Para mí, la única otra pérdida similar en la escena de la
cultura nacional fue la de Carlos Monsiváis. Lo cito hablando de Juan Gabriel
y, con su permiso, me retiro a berrear.
“Un
Ídolo es un convenio multigeneracional, la respuesta emocional a la falta de
preguntas sentimentales, una versión difícilmente perfeccionable de la alegría,
el espíritu romántico, la suave o agresiva ruptura de la norma. Sin estos
requisitos se puede ser el tema de una publicidad convincente, el talento al
servicio de las necesidades de un sector, una ofuscación de la vista o del
oído, pero jamás un Ídolo”.
Que viva
por siempre Alberto, el ídolo, Juan Gabriel.
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