“This is precisely the time when artists go to work. There is no time for despair, no place for self-pity, no need for silence, no room for fear. We speak, we write, we do language. That is how civilizations heal.”
-Toni Morrison

domingo, 22 de enero de 2017

Los asaltos de Peña

A mí lo que me sorprende es que nos sorprenda. El tipo es una fichita. Eso todos lo sabemos y lo sabemos desde hace mucho. Y la cosa cuando alguien es un tunante como él (léase una rata, un tramposo, un chacal), entre robarse 2,000 pesos, una tesis o un país, no hay diferencia. Una vez que cruzas la línea, una vez que AGARRAS ALGO QUE NO ES TUYO, no hay vuelta atrás y todo entra en la misma escala: ya no hay límites. Si puedes robarte 5,000 pesos, ¿por qué no te vas a robar 500,000? ¿Qué va a evitar, llegado un punto, que mates por hacerlo? La única constante cuando alguien es rata, es que siempre quiere más.


A mí me han robado muchas veces a lo largo de la vida. Se han metido tres veces en distintas casas y departamentos en los que he vivido. Me han arrancado bolsas, sustraído carteras, bajado el estéreo de dos coches con sus respectivos cristales. También fui víctima de fraude. Puse los ahorros de quince años de trabajo en manos de unos desgraciados que me quisieron vender una casa que no estaba a la venta. Felizmente, nunca entre toda esta variedad de hurtos, hubo violencia. Nunca. Pero la violencia que se siente cuando entras a tu casa y ves la puerta tirada y la ropa revuelta, cuando alguien viola tu espacio y tu intimidad, también es fuerte. Mucha gente sabe exactamente de lo que hablo. Y la que ha experimentado alguna de estas cosas con la vida pendiendo de un hilo al mismo tiempo, esa angustia no me la puedo ni empezar a imaginar.


Las ratas están en todas partes. Eso lo he aprendido bien. Las hay para todos los estratos y en todas las presentaciones. Está el carterista del metro, el asaltante asesino, el timador, y el presidente. Y todos son la misma cosa.  Todos esos robos y violencias que hemos vivido en corto, y lo que nos está haciendo esa rata engomada de alcantarilla, son LA-MISMA-COSA. Lo mismo. Y esa rabia infinita que sientes cuando te roban el sándwich en la escuela, la casa o la vida de quien amas, cuando te despojan sin tener idea del esfuerzo que te había costado conseguir aquello o lo que eso o aquel significaba para ti, es la rabia que deberíamos sentir contra este chacal y sus secuaces. Pero por alguna razón no podemos. Estamos como adormecidos, como entumecidos. ¿Por qué?

Tal vez es que con cada desfalco uno se va curtiendo y al cabo del tiempo ya no duele tanto. Así me pasó a mí con los robos que viví: el fraude de la casa, que fue lo más reciente, aunque perdí mucho más dinero, me pesó poco en comparación con la computadora que sacaron de mi departamento de soltera con toda mi música, mi trabajo y mis fotos de años. Tal vez en México vamos camino a llegar un budismo zen, con una capacidad de desprendimiento y de desapego por lo material donde termine por valernos absolutamente madre el encueramiento sistemático del que somos objeto. Ya sin fuerzas siquiera para hacer un meme o escribir una parrafada furibunda que se va a olvidar en dos días. Porque esta pendejada de la tesis, también se nos va a olvidar. Se los garantizo.

Yo tuve una época "cleptómana". Era fácil robarse ropa en los probadores de las tiendas departamentales cuando no había detectores. Un día me cacharon. Un policía me expuso delante de toda una fila de señoras delante de los probadores, me llevaron del brazo a la caja y me hicieron pagar. Me fue bien, en comparación con otras historias que he oído. Pero la vergüenza que pasé, ESO es lo que ha evitado que yo haya vuelto a robarme ni siquiera una uva del superama. (Bueno, una uva del superama tal vez sí me la he dado alguna vez).


Ese hombre no conoce la vergüenza. No está en su software, y por eso puede hacer todo lo que hace. Pero en el fondo SABE que es un chiste. Sabe que nadie le cree una palabra y que se ríen de él todos los días. Aunque sus asesores le besen el trasero y le digan lo contrario. Cuando posa para la foto con los jefes de arriba, cuando dice alguna nueva estupidez, es tan pequeño y tan patético que debe intuirlo. Su esposa y él son una mentira fabricada desde el primer día y tienen que vivir viéndose las caras, sabiéndolo. Sabe que engaña a sus hijos, y que sus hijos lo saben. Quiero pensar que ese tipo se mete a la cama cada noche con incomodidad de sí mismo, con escozor. Con su narcisismo herido y arrugado. Eso a ratos me consuela. Luego toca ir con la contadora y vivir mi asalto mensual, abrir la bolsa y entregar mis ganancias, amenazada no con pistola pero sí con cárcel, para que la verdadera rata se compre sus trajes, su mentira y su gel.

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